“No llores”: la frase que todos hemos escuchado en nuestra infancia y que seguramente también hemos dicho en más de una ocasión.
El llanto, conexión directa con la tristeza que tan mal sostenemos porque nos es desagradable su vivencia en el cuerpo. Nos duele ver la tristeza en el otro porque nos toca a la nuestra propia. Así, el “no llores” salta automático, porque relacionamos infancia con alegría, no con la tristeza.
Y los niños y niñas también están tristes y tenemos que enseñarles que está bien también sentir lo que sienten. Que es legítimo, aunque los demás, por lo mismo, no lo sientan. Que sus lágrimas pueden salir porque hay un espacio seguro de no juicio donde les sostendremos. Que su dolor puede ser expresado porque estamos aquí para acogerlo.
Pero para hacer esto sin removernos, antes tendremos que acoger sin miedo y sin juicios, nuestra propia tristeza y nuestro propio dolor. Decirnos “es legítimo sentirte así” o “tenías todo el derecho a estar triste aunque nadie lo entendiera”. Tendremos que crear ese espacio seguro primero para nosotros, para darnos cuenta de lo sanador que es, de lo que sostiene, de lo mucho que cura. Y luego, el sostener a nuestros hijos e hijas en su tristeza saldrá de una forma espontánea, natural, sin esfuerzo.
Es posible, pero antes tendremos que ser valientes y mirar, cara a cara, nuestra propia tristeza y decirle “estoy aquí. Te escucho”.
Ojalá resuene
Artículo publicado en Instagram y Facebook el 7 de Octubre de 2020