Hoy por la tarde salía de casa de mi abuela y llovía. Me ha dicho «corre, coge un paraguas y ya me lo devolverás». Le he dicho que no, que era un momento y que llevaba capucha, que ningún problema. Tenía que ir a comprar cuatro cosas andando y siempre he pensado que cuando vas a hacer recados, los paraguas más bien estorban. He ido a paso ligero, con cierta prisa por «miedo» a mojarme. He comprado y cuando he salido llovía aún más fuerte. No tenía ganas de correr y he recordado los turistas que vi la semana pasada también en un día de lluvia, que ni se inmutaban. Se mojaban y ya, porque están tan acostumbrados a la lluvia que si tuvieran que correr cada vez que llueve en su país, harían la maratón una vez por semana! Me he quitado la capucha y he hecho como ellos cuando no tienen paraguas. He decidido, a conciencia, mojarme. Y es curioso todo lo que ha pasado a continuación: de repente, el recuerdo de la última vez que me quedé empapada por la lluvia, bajando de unos lagos en plena tormenta… llegamos absolutamente mojados al refugio ¡y fue tan divertido…! Y luego, más que pensar, he sentido. Una felicidad enorme de estarme mojando. De poder mojarme. De estar y sentirme viva. De vivir en un lugar que a veces llueve y a veces también hace mucho sol. De estar en plena primavera que estalla porque no sé si os habéis fijado pero los colores del bosque, del campo, estos días, ¡son absolutamente abrumadores!
He sido feliz de saber que al llegar a casa escucharía unos pasitos que me vendrían a recibir y me dirían «mama, ¡mira qué he hecho!». Feliz de hacer las cosas que hago y con quién las hago. Feliz de estar con quién estoy. Feliz de ser quien soy. Feliz.
Y ayer sentí algo similar, con matices distintos, pero muy similar cuando podía expresar, delante de un centenar de personas, mi visión de la primera infancia y de la crianza de los hijos. Sentir que podía hablar de las necesidades de los niños, de la presencia, de la conciencia, de la importancia de la primera etapa ante un auditorio quizá no muy acostumbrado a oír hablar de estas cosas… me hacía feliz. Era exactamente lo mismo que siento en cada charla que doy, la sensación de aportar mi pequeño granito de arena en el mundo. Pequeño, minúsculo, pero es mi granito de arena e intento ponerlo con todo el amor y el cuidado que puedo.
Y sobre todo ¿sabéis por qué soy tan feliz? Porque en el fondo, todo lo que hago, lo que explico en las conferencias, lo que me mueve y me apasiona es fruto del vínculo. Es fruto de mi linaje. Es gracias a mi abuela, a mi hija, pero sobre todo, a mi madre, que me ha transmitido todo lo que sé ahora.
Siento como nuestra experiencia de vínculo instalado como pudimos cuando fui pequeña, la reparación de cada rotura de éste ya en la edad adulta y la posterior conciencia de todo ello, ha hecho que yo ahora tenga esta sensación. La de estar unida a ella más que nunca y, de alguna manera, de continuar y esparcir el trabajo que durante más de veinte años ha estado haciendo ella. Todo lo que ha aprendido lo he ido mamando aunque no fuera con leche materna. Y ahora es un honor, una responsabilidad enorme y un privilegio poder seguir haciendo, de alguna forma, a través del blog, de las charlas, del acompañamiento a madres y padres… una tarea que a mí me está cambiando la vida. Sí, sí… la vida. Las prioridades, la manera de entender el mundo, la manera de afrontar la realidad que me toca vivir…
Supongo que no es gratuito que escribiéramos un libro a 4 manos titulado «VÍNCULOS«. Pero os aseguro que cuando lo escribimos, yo no tenía ni idea de hasta qué punto esta palabra me marcaría el desarrollo de los años siguientes. Laia ha hecho mucho más fuerte mi conciencia de lo que un día mi madre me dijo «el vínculo es la clave» y me ha ayudado a fortalecer aún más todos los demás vínculos que me rodean y que me importan.
Y hoy, cuando caminaba despacio empapándome y después del recuerdo de la última tormenta que me enganchó en la montaña, sentía una gratitud infinita. A la vida, a los que me rodean, a vosotros, a los que me escuchan, a la lluvia y a los colores del bosque. Y así termino el día. Con gratitud y felicidad plena.
10 respuestas
M’ha encantat, felicitats Míriam! estic orgullosa de tenir-te al meu costat! m’agrada molt tot el que expresses i m’enriqueixo amb les teves paraules! un petó molt fort!
Preciosa! Gràcies… a mi també m’encanta fer juntes aquest camí tan apassionant de criar els fills, oi?!
Et un sol! 🙂
Petons
Leyendo tus palabras no he podido evitar pensar que es maravilloso que haya gente como tú, haciendo lo que haces y estoy segura que nos estais abriendo el camino al resto. Gracias
Gracias guapa… Hago lo que siento, y lo siento desde lo más profundo… celebro que llegue… Y gracias por leerme, y seguirme… y compartir.
Abrazo
Gracias. Que bueno que sientas esa conexión y que puedas hablar y compartirlo de esta manera.
Sí, Zary… como me has dicho en FB… lo recibo como una bendición! 🙂
Besos
fa poc que conec el teu blog i m’encanta. vaig llegir el vostre llibre i ets molt especial i em sento 100 % identificada amb el que sents i també ho explico en el meu blog cada setmana amb l’idea d’ajudar a mares a conciliar millor la seva vida i la seva feina. segur que ens trobem de nou en el camí ! felicitats !
Jo també em sento afortunada de tenir-te al meu «costat». Gràcies per compartir amb nosaltres tot el que saps i sents.
Felicitats!
Si sapiguéssis el recolçament que em dones a cada pas… jo vaig perdre la mare cuan era una nena. Avui en dia, 30 anys després encara pateixo les conseqüències. La meva filla m’ensenya aquest amor de mare que va sentir per mi i m’està salvant l’ànima. I tú també. Moltes gràcies x fer de tomtom matern!!!:-):-):-):-):-):-):-):-)
Hola Montse,
jajaja m’has fet molt riure amb això del tomtom matern!!! Que bo! Sento la mort de la teva mare sent tan petita… 🙁 i celebro que la maternitat t’estigui ajudant. Una abraçada ben forta!