Yo creo que tenía unos 21 años, y estaba en Siria, de viaje. Sí, ese país del que prácticamente ya no queda nada y de donde huye todo el mundo por culpa de la guerra. Las vacaciones se estaban acabando y estábamos en Alepo. De repente, una noche, me empecé a encontrar mal, tanto, que acabamos en el hospital donde estuve ingresada ahora no recuerdo cuantos días. Creo que no me he encontrado nunca tan mal en mi vida. Cuando conseguía estar medio consciente sólo quería una cosa: mi madre. Que estuviera allí, que me cuidara, sentirla, escuchar su voz, que me diera la mano. Saberla cerca y conmigo.
Mis partos han sido por cesárea y en ninguna de ellas ha podido acompañarme mi marido. La soledad inmensa que sentí, sobre todo en la primera, se habría podido evitar con una cesárea «respetada». Donde se respetan las necesidades también emocionales de la mujer. Estoy absolutamente convencida de que dentro de 10 años, en todas las cesáreas se hará espacio a un acompañante y dentro de 50 se hará tan extraño pensar que en las cesáreas no se dejaba entrar a nadie como se nos hace ahora raro pensar que hace años, cuando la mujer paría, no entraba nunca el padre de la criatura.
Con este tema soy sensible: el de sufrir solo. Quizás porque lo he vivido, tal vez porque pienso que es absolutamente evitable.
Por eso me indigno cada vez que me cuentan que a unos padres no se les ha permitido acompañar a su hijo en cualquier prueba; desde la prueba del talón cuando acaban de nacer, a una visita al dentista para poner ortodoncia. Justificaciones, las que queráis: que así los niños no lloriquean, que así los padres no se desmayan, que así las madres no se ponen histéricas, y podría seguir hasta el infinito. Generalizaciones que dan por supuesto que TODOS los padres se desmayan, que TODOS los niños lloran sin motivo, y que TODAS las madres somos unas histéricas.
Si a mi hija le tienen que hacer una analítica, poner hierros en la boca o la prueba de intolerancias alimentarias quiero estar. Por muchos motivos, pero para empezar, porque es su derecho: estar acompañada. Pero también porque si necesita llorar o expresarse, le será más fácil hacerlo si estoy. Porque la puedo defender en caso de que ella no se atreva a hacerlo por sí misma. Porque le puedo validar lo que siente, porque puedo poner palabras a lo que está pasando y lo que está viviendo. Porque puedo endulzar situaciones que son poco dulces sólo dándole la mano y diciéndole «estoy aquí».
Quizás habrá situaciones en las que acompañar a los hijos es imposible, puede ser. Pero ganan, de calle, las situaciones en que acompañar un hijo ES posible. UCI s donde sólo se puede ver a la persona amada 30′ minutos cada no sé cuántas horas… Es, justamente en estas situaciones tan graves cuando más necesitamos estar acompañados.
Yo entiendo que para muchos profesionales es más cómodo y menos comprometido hacer su trabajo sin acompañantes del paciente. Entiendo que el hecho de que te miren te puede poner nervioso. Entiendo que, si no hay nadie más, no te juzgan hagas lo que hagas y digas lo que digas. Entiendo que para el profesional lo que hace con tu hijo es un trabajo rutinario, que ha hecho miles de veces y que para él, tu hijo, es simplemente un niño más. Pero a mí quién me interesa no es el profesional sino la persona en inferioridad de condiciones; el niño, el paciente y es por él por quien debemos velar. Asegurándonos que está bien atendido en todos los aspectos, también el emocional.
Salvando distancias es como el proceso de adaptación escolar. Son muy pocas las escuelas o guarderías que permiten procesos de adaptación reales: es decir, que algún adulto de referencia se quede en la clase hasta que el niño está realmente adaptado y se siente cómodo y feliz en ese espacio (la clase) y con aquellas personas. Uno de los motivos por los que en muchos lugares no se permite hacer esto es porque para el adulto, para el maestro o la maestra es más cómodo no tener padres en la clase. Pero es que las necesidades básicas que nos deben importar en este caso y siempre que hablamos de menores son las de los niños, no las del adulto. Las de los niños pasan por delante de las del adulto por el solo hecho de que es un niño, es más vulnerable, tiene menos herramientas, es más inmaduro y necesita el padre, la madre o el abuelo/a, para sentirse seguro hasta que realmente esté adaptado al nuevo espacio y a la nueva gente.
Y esto, que puede parecer a algunos una tontería (acompañarlo o no a un hijo en un momento delicado sea el inicio escolar o sea ir al dentista) es, para mí, muy importante. Porque cuando sufrimos, no lo hacemos de la misma manera si al lado tenemos la madre, o el padre u otro adulto de referencia poniendo palabras, escuchando nuestra queja, validando lo que sentimos, empatizando con nosotros en definitiva… que cuando estamos absolutamente solos. Lo que recordamos grabado a fuego en la piel es la soledad profunda, la que no era acompañada, los momentos de injusticia en que nadie nos defendió, los momentos en que no entendíamos nada y nadie nos explicaba qué estaba pasando. La ausencia de alguien que acoja lo que estamos sintiendo es lo que queda grabado para siempre y la cicatriz de este vacío puede hacer mucho más daño que a la cicatriz física.
La sociedad donde vivimos no apoya el acompañamiento emocional, siempre lo deja en un rincón del camino. Me pregunto si es para no sentir, porque contactar con el dolor, estar cerca, activa el propio, o si es por ignorancia pura y dura.
O sea que pensad que a menudo se intentará que no estéis en momentos delicados de vuestros hijos, haceros fuera, aduciendo razones que sólo hacen que generalizar cosas que no lo son. Porque tenemos una sociedad acostumbrada a vivir de espaldas a las emociones, que no sabe acompañar, que no sabe gestionar, empatizar profundamente con lo que siente el otro.
Y eso agarra más fuerza cuando hablamos de niños, de menores, y aún más cuando hablamos de bebés. Cuántas veces he oído respecto «no, es que ahora total no se enterará de nada», o «no hace falta que entres, pero si total, no le duele, es un momento», desconectando profundamente del sentir de un bebé que resulta que también es una persona que siente. Que siente y padece. Y que tiene el derecho de ser acompañado. Todos tenemos el derecho de ser acompañados.
Por ello os recomiendo luchar siempre por estar presentes en momentos delicados con vuestros hijos. Haced de tripas corazón, respirad fondo, coged fuerzas de donde sea porque hay cosas que es cierto que preferiríais no ver, sobre todo ver sufrir a un hijo. Pero él os necesita, así que ya lloraréis cuando tengáis espacio, cuando se pueda. Ahora toca respirar hondo y estar a la altura. Porque tal vez no podemos evitar ese trance, pero sí le podemos dar el amparo emocional que requiere. Un simple «estoy aquí» y el sentido del tacto con todas las terminaciones nerviosas activadas mientras nos damos la mano puede hacer mucho más de lo que nos podemos imaginar.
Era lo único que quería yo cuando estaba en Siria. Un «estoy aquí» y su mano. Tenía la sensación de que si tenía que morir entonces (así de mal me sentía), podía hacerlo en paz si estaba ella a mi lado.
2 respuestas
Quin relat més profund i sincer, crec que el que ens passa sovitn als pares es que no creen que tenim la capacitar i el poder de demanar el que més ens convé, d’actuar en favor dels fills; potser pensem que el personal sanitari es per sobre nostre, potser hi ha qui actúa sense adonar-se’n de les necessitats dels pacients, però hi ha uns drets del nens hospitalitzats, i hem de fer-los valdre. De la mateixa manera amb les cesàries. Jo també m’he sotmés a dues: la primera innecesària, la segona respectada i no sé després de quasi 10 anys si no s’hauria pogut evitar, però el cas es que si que em va acompanyar el meu marit, i tot va ser molt different.
Gràcies per aquest escrit, m’he emocionat molt; i gràcies per tenir un blog sobre maternitat en català :).
Macarena.
Hola Macarena,
Gràcies a tu per passejar-t’hi. Doncs sí, passa una mica tot el que comentes. D’una banda és por, de l’altra és que tampoc estem acostumats a reclamar el que ens pertoca, també manca d’informació i d’assessorament, etc. Però poc a poc cada cop hi ha més pares conscienciats i també més sanitaris que lluiten pel mateix que lluitem molts. Una abraçada