Era sábado. Había pasado toda la mañana con las niñas y a la hora de comer se quedaron con su padre y yo me fui a la celebración de los 40 años de un buen amigo.
Volví a las 17:30h y las recogí en casa de mis padres. Habían estado pletóricas, me dijeron. Lo habían pasado muy bien, habían montado el belén, habían comido todos juntos…
Les dije si Lua (20 meses), había preguntado por mí. “Sólo un momento», me dijo Laia «dijo mamá? y papá le contó que estabas en una comida y ya no ha vuelto a preguntar más por ti».
Fuimos a casa y cuando quise irme a cambiar, Lua me dijo que no. Que no me fuera. La cogí en brazos y me acompañó, pero al dejarla en el suelo puso mala cara y poco a poco se fue enfadando.
Decía que no y hablaba con aquel idioma que para ella es tan inteligible pero que para nosotros, sobre todo cuando hace sus discursos largos, es absolutamente desconocido. Se tiró al suelo.
Estaba enfadada pero tenía que averiguar por qué. Al principio pensé que quería algo que había visto: «¿Qué quieres, la muñeca?» «NO!» «Querías seguir en brazos?» «NO!» y así alguna pregunta más que sólo obtenía la misma respuesta «NO!».
Entonces lo vi claro: «Lua, que cuando estabas en casa de los abuelos y has dicho mamá, me querías a mí y querías tomar teta y yo no estaba?» Paró de llorar: «Sí», con una vocecita dulce, digna transformación de Dr.Jekill y Mr.Hyde. «Ah… me has echado de menos en ese momento, eh, querías a mamá y mamá no estaba…» y ella decía «mamá… sí… mamá, Lua…» «Ahora sí que estoy Lua, estoy aquí y si quieres podemos ir a la cama y tomas teta sin prisas y tanto rato como quieras». Se levantó de un salto y dijo «Sí!».
Esa toma no fue tanto de leche como de mama. Hacía un momento que había mamado, era otra cosa. Era llenar aquel rato de vacío que se le produjo en el momento o el tiempo en que me hubiera querido presente y yo no estaba. Fue una toma para disfrutar del «ahora sí que estamos juntas y nos llenan».
Y entonces, inevitablemente, pensé en cuando era Laia quien se tiraba al suelo sin saberme explicar qué le pasaba y en cómo tenía que ir investigando hasta llegar a la raíz.
Pensé que entonces me costaba más descubrir qué pasaba, que me costó aprender con sus rabietas.
Y se me llenó el corazón de gratitud hacia ella y hacia la vida, que siempre te da segundas oportunidades para crecer, para aprender y para poder hacerlo un poco mejor. Me di cuenta de que Lua empieza la etapa de las rabietas, que ahora que las de Laia han terminado, comienza una nueva aventura con el resurgimiento del YO de Lua que conllevará, inevitablemente, las ganas locas de autonomía y la frustración, a veces.
Que tendremos que acompañarla en la gestión de sus emociones y esto, inevitablemente, nos obligará a gestionar más y mejor las nuestras.
Curiosamente, lejos de lo que hubiera imaginado hace un tiempo, no me cayó el mundo encima al estilo «oh, no, ya estamos otra vez!», al contrario, pensé «que bien, una nueva oportunidad de hacerlo mejor y poder acompañar en su desarrollo como persona».
Y todo esto es gracias, en buena parte, a su hermana mayor, que nos hizo abrir los ojos enseñándonos donde patinábamos, donde no estábamos acertados, qué nos hacía falta aprender, mejorar…
Una Laia que con sus ultra-mega-rabietas nos obligó a ponernos las pilas. Gracias a ella y a todo lo vivido, ahora me siento listo para acompañar a Lua y al mismo tiempo, escribir, hacer videos y hablar delante de madres y padres sobre esta etapa tan difícil a veces y tan apasionante como es los mal llamados «terribles 2 años».
O sea que me abrocho el cinturón porque sé que vendrán muchas curvas a partir de ahora pero es que es gracias a las curvas que se aprende a conducir! 😉
Un comentario
GRACIAS… veo reflejado a mi pequeño… y también puedo ver el reflejo.de.lo.que puede pasarle y de cómo puedo ayudarle….