Septiembre 2009
Cuando todavía estabas en mi vientre, más de un día había soñado que te daba el pecho. En el sueño, siempre era fantástico, siempre me encantaba. Una vez me despertaba, ya con la mente funcionando a toda máquina, me entraba el miedo de si podría darte el pecho, de si tendría suficiente leche … Mi madre me repetía una y otra vez que con buena información y ganas (y yo tenía las dos cosas) eran contadas, las mujeres que no podían dar el pecho y normalmente era por problemas ya considerados «graves». Es decir, que me sacara esas preocupaciones de la cabeza porque podría amamantar a mi hija.
Todas esas dudas se desvanecieron cuando, en el hospital, empecé a dar el pecho a Laia. Mi parto había sido traumático y yo no estaba en las mejores condiciones, por no decir que estaba hecha una mierda (y perdonad la expresión).
Pero la lactancia y sus hormonas se convirtieron en mi terapia. La leche que satisfacía tanto a mi hija, que se quedaba extasiada, con las manos completamente en extensión, me fue curando también a mí.
Y así, hasta ahora, que ella tiene apenas un mes … pecho a demanda, disponible, para cuando ella lo necesite. Como mamá, disponible y presente. Poco a poco, con cada toma, nos vamos mirando, nos vamos conociendo, nos vamos acariciando, entrando en contacto profundo, sin que nadie nos moleste.
Y así, poco a poco, lentamente y viviendo aquel preciso momento, nos vamos queriendo cada día más. Yo desde luego, que cada día me digo que no puede ser que la ame más que ayer, si ayer ya la quería tanto … Pero también ella, que me mira con esos ojos de admiración por darle lo que necesita y tanto le gusta.
Santa leche, santa prolactina, santa oxcitocina, cuando tenga más tiempo y pueda dejar de dar el pecho un momento, os haré un monumento!