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Relieves

Relieves

11.6.2013

Un día me encontré a una amiga que hacía tiempo que no veía. Mientras hablábamos, me fijé que en la mano tenía alguna palabra escrita. Me contaba que iban a tope con el trabajo, los dos niños y que tenía la sensación de no llegar a nada. Cuando le pregunté qué llevaba escrito en la mano, lo miró (ya no se acordaba) y se puso a reír. «Adivínalo”, me dijo, y lo tuve clarísimo: «Te has apuntado algo que tienes que contarle a tu marido» y nos pusimos a reír las dos porque sí, era exactamente eso.

Hacía sólo unos días yo misma había escrito en un papel una lista con tres palabras. Eran, de hecho, tres temas, tres cosas que no podía olvidar decirle a mi compañero. Los que no tienen hijos quizás penséis que exagero, o que empiezo a tener muy mala memoria y os aseguro que no es ninguna de las dos cosas. Es, ni más ni menos, que el día a día nos atropella y que a veces, con tu pareja más que verte, haces relevos. Uno llega y el otro se va o al revés. El tiempo justo para darte un beso con una sonrisa y dar la última instrucción: «Ah, no ha querido merendar», o «Ay, piensa en sacar aquello del congelador» o «recuerda que hoy llegaré más tarde» , y cosas por el estilo.

Hay días, hay semanas que (y seguro que más de uno y de dos estaréis de acuerdo conmigo), padres y madres nos vemos tan poco o tenemos tan pocas ocasiones de charlar con calma sin un niño al lado que quiere caso, que cuando mejor hablamos es por teléfono. ¡Sí! Aprovechamos momentos que arañamos para llamar a nuestra pareja y explicarle aquellas cosas que hemos pensado, que han pasado, o que no podemos olvidar explicarle: «Oye, lo de esta mañana no puede volver a pasar… Debemos tratar de no ir con tantas prisas, porque sino se cruza y es peor» «Sí… es que hace días que está raro y me he puesto nervioso…» y conversaciones de este tipo, y otras con mil temas e ítems para tratar (no sólo sobre los hijos), pero hablados con calma, con el tiempo que requieren y… ¡por teléfono!

Da un poco de risa… o de pena. Lo sé. Pero es así. Hay una etapa de la crianza de los hijos que parece que no hay suficiente tiempo para hablar de las cosas tranquilamente. Porque en el fondo… no, no lo hay. O cuesta mucho de encontrar.

Recuerdo un día que me harté muchísimo de no tener tiempo para charlar tranquilamente nosotros dos sobre «nuestras» cosas, o sobre Laia (pero sin ella), o de la vida, o de cómo estábamos y qué sentíamos. Recuerdo aquella noche: estábamos reventados, muertos de sueño, cansados… empezamos a cenar y empezamos a charlar y pensé «no quiero que se acabe esta conversación». Era aquella época en que tu hijo se va despertando mil veces si no estás cerca o no le das el pecho, y decidí que aceptaba los viajes hasta la habitación que hicieran falta, pero que yo quería seguir hablando y compartiendo con el padre de la criatura. Sacamos algo para picar, nos servirnos una copa de vino (yo poquísimo que amamantaba todavía), y nos sentamos en el sofá. Esa noche charlamos hasta las 4 de la madrugada. Al día siguiente nos teníamos que levantar temprano pero nos daba igual: teníamos tantos temas atrasados! Hablamos de todo, sin prisas, con el tiempo que requería cada tema, hasta que diría que no nos dejamos nada por tratar. Hablamos como cuando… ¡hablábamos sin interrupciones! 😉 Y decidimos que si no encontrábamos el tiempo para hacerlo, lo provocaríamos nosotros aunque esto quisiera decir dormir menos e ir un poco más cansados​al día siguiente.

Y valió la pena. Porque nos pudimos encontrar, como cuando a veces una llamada de la que hablaba antes se alarga tres cuartos de hora. Sí, es por teléfono, pero también es necesaria… De hecho, lo importante es comunicarnos y, aunque sea por teléfono, dejar de hacer relevos y pasarnos los «partes». Comunicarnos, reencontrarnos en un espacio que a veces es difícil de encontrar pero que es necesario. Porque estamos compartiendo, seguramente, lo más importante de nuestra vida: criar a nuestro hijo, y hacerlo requiere también que podamos parar (a ratos) y compartir la experiencia, debatir, encontrar puntos de acuerdo, intentar ir a la una, hacer piña… y continuar construyendo con amor.

O sea que si alguna vez veis una madre con alguna palabra anotada en la mano con bolígrafo, no penséis que es una dejada, sino que en ese momento o se apuntaba aquello rápido, o seguramente sería otra cosa que olvidaría comentarle a su pareja! 😉

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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