La rabia no gusta. Ni a quien la siente ni a quien la ve en el otro/a.
Así que se niega: “no te enfades, no es para tanto, no te pongas así, basta ya, que pares ya, o te calmas o…”, como si uno/a pudiera eliminar la rabia de un plumazo cuando le quema dentro.
Lo hacemos con los niños/as porque nos asustan cuando tienen rabietas. Nos asusta verles así. No les reconocemos y también, claro, nos asustamos nosotros mismos porque viendo su rabia se enciende a veces la nuestra, que aparece porque eso que no nos gusta ver, nos hace evidente que no tenemos herramientas, que no sabemos qué hacer. Sentimos impotencia y ante la rabia suya, nos cabreamos también.
Odiamos su comportamiento cuando vibran en rabia y no la queremos ver ni en pintura. Pero no solo negamos la suya, también la nuestra: nos tragamos la rabia porque, ya sabes, “está mal”, “no debería”… pero de tanto tragar, uno/a se atraganta y BOOM estallamos de las formas más inconscientes posibles. Y duele. A nosotros/as y a los demás. Y luego, culpa, remordimiento, machaque… la historia interminable.
Es TAN importante comprender y hacer espacio a la rabia cuando aparece… tan importante… que por eso le dedico libros, y cuentos, y cursos… porque no me cansa y porque tiene una energía que, bien canalizada, cambia el mundo y te transforma a mejor.
¿Cómo te llevas con la rabia? Te leo en comentarios
Artículo publicado en Instagram y Facebook el 2 de Octubre de 2020