20.7.2012
Hay una etapa, a veces desesperante, en que los niños siempre te llevan la contraria. Si tú dices sí, ellos dicen no, si dices no, ellos dicen sí. Se reafirman en sus posicionamientos, aunque ya hayan olvidado qué defendían. La cuestión es separarse de ti, irse individualizando, y eso es bueno. Un día vi un vídeo que me hizo sonreír porque es justamente eso que os cuento. Os recomiendo que lo miréis haciendo clic en las siguientes palabras:
Y entonces me di cuenta de que nosotros, los adultos, no somos tan diferentes de esta etapa en que los niñ@s llevan la contraria. Eso sí, nosotros no lo hacemos público (o rara vez) y no lo hacemos (lo de la psicología inversa) por los mismos motivos que ellos, sino por la dificultad de desprendernos y de vivir el presente.
Me explico. Hay quien se pasa media vida buscando la pareja ideal y cuando finalmente la encuentra, se pasa la otra media lamentando no poder hacer el amor con el resto de mortales que ve pasar por la calle. Nos desesperamos si viene la regla y no conseguimos quedarnos «embarazados» porque tenemos mucha prisa, y cuando finalmente nos preñamos, nos morimos de miedo y no estamos seguros de si era eso lo que queríamos.
Tenemos hijos y… quizás nos cuesta dejar atrás la etapa en que no había responsabilidades mayores, en la que podíamos salir de marcha cuando queríamos, en que no teníamos que pensar siempre en otra personita. Nos enganchamos a nuestra vida anterior a la entrada a la maternidad/paternidad como si nos hubiera caído una losa encima, cuando en realidad, cuando no la vivíamos era lo que más deseábamos, cuando en realidad sabemos que no cambiaríamos el tener un hijo por nada del mundo. Nos resistimos a aceptar el momento presente tal y como nos la ha traído la vida y resulta que nos cuesta ser desapegados con cómo éramos, con las cosas que hacíamos,… o con el cuerpo que teníamos… Nos cuesta aceptar el nuevo cuerpo de madre que quizás ha adelgazado horrores, o tal vez ha engordado como nunca hubiéramos imaginado y queremos el cuerpo que teníamos hace diez años sabiendo que eso es, simplemente, imposible.
Queremos vivir nuevas experiencias y cuando finalmente la vida nos las trae, nos resistimos a sacar todo el aprendizaje posible porque entonces decidimos que no, que no queremos nuevas experiencias, que queremos la vida rutinaria que tanto detestábamos.
Queremos y a la vez no queremos, no sólo los padres y madres, sino hombres y mujeres también sin hijos. Hay una imposibilidad tan grande de vivir el presente, que nos pasamos media vida queriendo lo que no tenemos, o lo que tiene el otro, sin poder disfrutar lo que hemos estado persiguiendo durante años. El problema, de hecho, no es ni lo que tenemos, ni lo que queremos, ni lo que nos pensamos que queremos o lo que tuvimos. El problema es que estamos apegados, demasiado enganchados a un flotador que almacena costumbres, aprendizajes obsoletos, objetos, creencias… viviendo siempre hacia fuera, como si eso nos tuviera que llevar a algún lugar, como si nos tuviera que servir de mucho, como si sin esto no fuéramos nada ni nadie. Cuando de hecho, no nos hemos dado cuenta de que si dejamos ese flotador tan lleno que pesa demasiado, podremos nadar, o hacer el muerto boca arriba y dejarnos llevar, libres de tanto equipaje… y quizás entonces quién sabe si disfrutaremos del sol, del agua, del viento en la cara… Y quién sabe si finalmente las olas nos empezarán a ir a favor!