14.3.2011
Me gusta la serie de TV3 «Polseres vermelles». Que esto quede dicho y escrito de entrada. Reconozco que la historia es buena y que está muy bien hecha, pero al mismo tiempo, me cuesta ver esta serie. Me gusta y me cuesta, me gusta y a la vez, no me gusta lo que siento cuando la veo.
No puedo evitar ponerme triste, y a veces, depende de qué capítulo, muy triste. Soy de las que se emociona fácilmente y de broma, en casa, me dicen que «lloro con los anuncios»! En esta serie en concreto que, para los que no la han visto nunca, va de unos chicos adolescentes ingresados en un hospital (algunos con cáncer, uno en coma, una chica con anorexia, etc.), lloro en cada capítulo y a veces, más de una vez.
Supongo que es porque sé que es real. Una serie, de acuerdo, pero tan real como la vida misma y que sólo tendría que andar algunos centenares de metros para llegar al hospital más cercano y encontrar decenas de dramas como aquellos. Supongo que es porque sé que esas historias las viven chicos y chicas que un día tuvieron un año y medio, como mi hija y no puedo evitar ponerme en la piel de sus padres.
Me entristezco porque, sin querer, me imagino que aquellos dramas nos podrían pasar también a nosotros y me muero de miedo. Los que seguís este blog ya sabéis que cuando Laia tenía dos meses, pasamos un poco más de 48 horas en el hospital (sino, lo podréis leer en «El primer gran susto»). Fue tan horrible y me costó tanto recuperarme de esas horas de estrés, preocupación y sufrimiento, que no quiero ni pensar que podamos volver algún día. Es como si quisiera borrar que hay hospitales y que hay siempre la posibilidad de acabar en ellos. Y claro, la serie «Polseres vermelles» me lo recuerda cada semana. Hace quince días que ya no me siento en el sofá para verla. Lo hace Marc, pero yo me quedo más lejos, delante del ordenador, dedicada al blog o a escribir emails, o leer los periódicos… da igual, cualquier cosa por no estar tan pendiente de lo que les pasa a aquellos chicos y a sus familias. No me apetece sufrir, ni llorar, ni emocionarme. Ni pensar en hospitales y en enfermedades. Es una postura infantil, soy completamente consciente de ello, pero ahora mismo, prefiero hacer como los niños pequeños, y simular que aquello tan malo no existe. Como mi hija, que hace algún tiempo, cuando jugando, quería esconderse de nosotros, simplemente se tapaba los ojos, pensando que con este gesto, ya no la veríamos. Ahora quiero hacer como ella, taparme los ojos y no ver esta serie, porque me recuerda algo que me duele aún y sobre todo, porque me recuerda que en el hospital podemos volver en cualquier momento y eso… no quiero ni pensarlo, simplemente… no quiero.
Un comentario
La veritat és que jo no he vist mai aquesta sèrie, però amb el que expliques tampoc seria capaç. Jo moltes vegades penso en la possibilitat de que l’Ivet es posi malalta de veritat, no refredats més greus, infeccions,etc, sinó malalta amb risc per la vida, i la veritat, només el fet de pensar-hi em fa patir, ara direu que sóc una mica histèrica, però hi ha hagut dies que inclús m’ha tret el son. i
Imagino que tots els pares i mares tenen aquesta por, però no és just, perquè han d’estar els més petits exposats a això…