Yo antes pensaba que sí. Que si tenías dos hijos, los criabas igual. Que cualquier pareja o trío de hermanos eran criados de la misma manera. Yo pensaba eso cuando sólo tenía una hija.
Ahora, que hace 9 (en mi barriga) + 8 meses que tengo dos, he cambiado de opinión y pienso que no, que no se crían igual porque es directamente imposible.
Podemos decir que el amor no cambia: les queremos desde el fondo de la entraña al primero, al segundo y a los que vengan. Podemos decir que la intención es la misma: lo hacemos lo mejor que sabemos y podemos teniendo en cuenta la circunstancia y nuestro bagaje.
Pero aparte de eso, hay un montón de otras cosas que hacen que prácticamente todo sea distinto. Empezando por nosotros mismos.
Con el primer hijo no somos padres, todo es nuevo, no sabemos todavía demasiado como se establece el vínculo con el bebé que estamos gestando o que ya ha nacido y vamos, un poco, a tientas.
En general tenemos más tiempo y esto sumado a la ilusión, hace que durante el embarazo vayamos a yoga, preparación al parto, y hagamos un montón de cosas que a veces con el segundo, no podemos hacer.
Pero no sólo eso; al primer hijo lo contemplamos como si no hubiera un mañana. Todo gira a su alrededor: nosotros, nuestra vida, lo que hacemos o dejamos de hacer. Casi podemos ver al milímetro cómo le crece el primer diente y todo lo vivimos con aquella intensidad de las «primeras veces».
La inexperiencia se la lleva, de calle, también el primero.
Supongo que es el precio que tiene que pagar y que se compensa con aquella contemplación de la que os hablaba hace un momento.
Al principio pagamos la novatada con nerviosismo, con estrés, con ese miedo de padres primerizos. No lo podemos evitar, cuesta de evitar cuando chocas de golpe con un mundo nuevo y con una responsabilidad y un compromiso (el de criar un hijo) como ningún otro.
Y un día, tanto si es después de 10 meses como si es después de 7 años o más, tenemos un segundo hijo y sí… casi todo es diferente. El momento, y sobre todo, nosotros.
Porque ya somos madres y padres, porque tenemos una experiencia, una vivencia brutal que nos ha hecho crecer, aprender, comprender,… y ya nada puede ser igual.
Y con este crecimiento, con este bagaje, empezamos a criar el segundo pensando (a veces) que lo haremos igual que con el primero o que lo tenemos que hacer igual que con el primer y eso es imposible. Porque es distinto, porque nosotros somos distintos porque estamos en constante evolución aunque no seamos conscientes de ello.
Cuando ya eres madre, establecer el vínculo con el hijo que gestas es mucho más fácil y esto compensa el hecho de que tal vez, no tengas tiempo de ir a yoga, a preparto o ¡pintar mandalas!
De ahí que yo piense que esa culpa que sentimos muchas madres cuando tenemos el segundo, no tiene razón de ser. Quizás lo único que tenemos que aceptar es que es diferente: ni mejor ni peor, como decía Buenafuente, simplemente diferente.
Y la crianza, sin duda, también lo es. Porque ya no podemos contemplar horas y horas como crecen los dientes o como son aquellos michelines que nuestro hijo tiene en los muslos.
Con esto no quiero decir que no cuidemos, mimemos y criemos con todo el amor y respeto del mundo al segundo hijo, simplemente digo que no todo gira a su alrededor, porque tenemos otro que tiene que ir al cole, que quiere ir al parque con sus amigos o a quien tenemos que hacer la cena sí o sí.
Al segundo lo criamos en otra circunstancia, en otro momento, junto a su hermano/a, y con una experiencia y bagaje que no tiene nada que ver con el de años atrás.
En definitiva, todo lo que he explicado (más seguramente muchas otras cosas), hacen que criemos a los hijos de distinta forma desde el primer minuto.
Entiendo que queramos pensar que lo hacemos igual, porque tenemos miedo de que uno tenga ventajas respecto del otro… pero es nuestro miedo, nuestra historia.
Quizás lo que tenemos que hacer es vivir con normalidad que hay diferencias; que hay ventajas y desventajas para uno y para el otro (y también si tenemos tres hijos, o cuatro, o cinco…) y que no pasa nada. Que es así. Que es normal. Que es inevitable.
Que todo es diferente. Todo, menos el amor que sentimos. Y seguramente, esto es lo más importante.
¿Qué opinas? ¿Lo sientes igual?
4 respuestas
Ai… quanta raó tens. TEnc na Júlia de quasi 4 anys i n’Aina de 15 mesos. Es impossible fer la criança igual. Hi ha estones que sopam tots quatre i la gran, que si ha tengut tota la contemplació del món ens xucla tant que la petita acaba autònomament sense deixar d’observar. Perquè molts segons germans són grans observadors i imitadors i la relació que estableixen amb la gran és increïble. Noltros acabam esgotats… però feliços.
Recordo ma mare intentant fer tot igual pel meu germà i jo, però erem i sóm diferents persones.
Intentaré fer igual per tots dos fills pensava jo, però en el segon embaràs ja vaig sentir que tot seria diferent, exactament com tu expliques Míriam.
Els fills, crec, que també venen buscant coses diferents i un ha vingut volguent anar davant i l’altre buscant el caliu d’una família ja encetada.
Miro el meu menut de 7 mesos, mentre la seva germana de 3 anys i mig em reclama, ens mirem i ens connectem, ens somriem i girem la mirada per veure com la seva germana gran ens ensenya com canta i tots tres ens sentim plens.
Tor el que escrius és totslment cert però sbans d’escriure-ho segur que moltes altres mares has patit aquesta sensació de culpabilitat per dues bandes: primer er sap greu que el teu primer fill se senti desplaçat i no pots evitar sentir’te malament i en segonlloc després et tornes a sentir malament quan voldries que el segon tingues tot el teu temps però clar ara ja no esteu sols com abans…tot i així segur que ho fem amb tot l’amor i lo millor que podem.
Hola Cris, intento veure sempre el cantó positiu de les coses i clar que hi va haver moments difícils, però sempre guanyava la part de la balança positiva, sempre pesava més i la culpa, la veritat és que fa temps que la vaig fer fora 😉 Una abraçada.