Siempre me ha gustado que me miren a los ojos cuando me hablan y siempre me ha gustado mirarlos yo a mi interlocutor cuando le cuento algo.
Pero quizás nunca hasta ahora, que tengo una niña de tres años y medio, me había dado cuenta de la importancia enorme que tiene hacerlo y hacerlo bien. A Laia la hemos mirado siempre a los ojos: recuerdo cuando nació…
Los ratos en que ella tenía los ojos abiertos, la buscábamos con la mirada. Aquellas miradas profundas que nos hacíamos nos ayudaron mucho a vincularnos, a irnos encontrando en este nuevo espacio que era para nosotros el de ser madre y padre, y para ella, el de ser hija recién nacida.
Nos mirábamos y parecía que nos entendíamos profundamente, que nos conocíamos de toda la vida.
A ella, si alguna vez lloraba, la mirábamos a los ojos y le explicábamos qué pasaba y parecía que se calmaba, que todo bajaba de intensidad.
Le buscábamos los ojos cuando le cambiábamos el pañal, cuando le dábamos masaje, cuando la paseábamos, cuando jugábamos… Eran miradas de complicidad, de reconocimiento, de «estoy aquí», de «nosotros también», de contacto, de vínculo, de inicio…
Ahora, tres años y poco más tarde, intentamos seguir mirándola a los ojos. En esta edad los niños parece que ya hayan hecho un «master» de vida, y a menudo, si lo que les dices no les interesa mucho, parece que se hagan el sueco!
«Laia que tenemos que irnos, por favor, ¿te pones la chaqueta?» Y nada… Antes de ponernos nerviosos, funciona y mucho, detener lo que estamos haciendo, ir hasta donde está ella, y decirle exactamente lo mismo pero mirándola a los ojos.
Entonces el mensaje llega y parece que ya no lo pueda ignorar. O cuando hablamos su padre y yo y ella no para de interrumpir (¡esto se merece otro post!) y le decimos «un momento, ahora estamos hablando nosotros, espérate que acabamos y hablas tú», pero mirándola atentamente a los ojos y asegurándonos de que ella nos mira.
Si lo intentáis, puede ser que veáis que muchas veces ellos no te miran a los ojos, esquivan la mirada porque saben qué les estás diciendo y no tienen ni ganas ni intenciones de respetarlo… Por eso es tan importante el encuentro de los ojos…
Porque cuando los ojos se encuentran no engañan. Si le digo que aquello es importante y ella me lo ve en los ojos, difícilmente no lo respeta.
O cuando por ejemplo, llora desesperada porque se ha hecho daño, o se encuentra mal, o se ha enfadado muchísimo por algo… mirándola a los ojos pasa como cuando era un bebé: que se calma.
Porque ve en los ojos lo que le estamos diciendo «que entendemos que le duela y que ahora lo curaremos, que tiene dolor de estómago y que le pasará seguro dentro de un rato, o que es normal que se haya enfadado pero lo que quiere ahora no puede ser… «
Como si mirar a los ojos estructurara. Diese forma a lo que está pasando y decimos. Porque con los ojos, de alguna manera, habla el corazón y el corazón no engaña.
Es muy difícil mentir mirando a los ojos… o hacer pasar gato por liebre… los niños no saben hacerlo y la mayoría de adultos tampoco.
Miremos a los ojos. Se sentirán mirados y tenidos en cuenta, pero a la vez, nos ayudará a comunicarnos y a entendernos mejor.
Quizás sí que, si no tenemos práctica, al principio puede parecer que no sirve de nada… pero no desistamos… ¡sirve y mucho! Porque nos encontramos en otro «lugar»: en el lugar de las miradas que no engañan e incluso a veces no hace falta que pongamos muchas palabras, porque sabremos perfectamente qué dicen los ojos de nuestros hijos, y también ellos sabrán qué dicen los nuestros…
Y conocerse a través de los ojos también es muy importante. Y nos vincula, y nos acerca… y parece que entonces, todo es un poco más fácil.
Y lo que vale para los hijos también nos vale para el resto. Miremos a los ojos. Escuchémonos de corazón. Si miramos los ojos del otro sabremos como está, aunque no se lo preguntemos, o aunque nos diga «bien, todo bien».
Miremos a los ojos y dejemos que los ojos hablen. Los de los demás y los nuestros, y no tengamos miedo. A veces las miradas a los ojos asustan, pero sólo dan miedo porque tumban las corazas…
Para construir un mundo mejor, creo que es importante que empecemos a mirar a los ojos de nuestros hijos, a mirarnos unos a otros también de la misma manera y si es necesario, dejemos las palabras… Confiemos en lo que nos dicen los ojos y en lo que nos llega…
Recordemos que si hablan los ojos, habla el corazón.
2 respuestas
Aquest post m’ha recordat la cançó de Sau…
«m’agrada la gent que et mira als ulls…. m’agrada la gent que et mira als ulls… mira’m als ulls!»
Hola, Núria…
No la conec… 🙁 Ja la buscaré!
Una abraçada!