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Hasta el 6 de enero
Minutos eternos

Minutos eternos

25.4.2013

Hace unos días fuimos a Barcelona. Era domingo y hacía sol. El día invitaba a estar fuera y pasear, hacer lo que se hace a veces los domingos. Fuimos a comer, luego a caminar un poco cerca de la playa y más tarde decidimos acercarnos hasta el Maremagnum porque recordamos que allí había un tiovivo donde podía subir Laia (que por cierto, le encantan). Estaba todo lleno de gente, lleno de turistas y de no turistas. Algunos tomando el sol, otras paseando como nosotros… A rebentar, vaya.

Yo cuando veo tanta gente, a veces me agobio y quiero que Laia nos dé la mano. Quizá es que no estamos acostumbrados a lugares tan llenos, no lo sé, pero me entra un no sé qué y le tengo que dar la mano sí o sí, aunque a veces ella se resiste. Hizo tres viajes en el tiovivo y cuando ya nos íbamos los tres (ella y yo de la mano), escuché un grito de repente «¡Alexis!». Nos giramos de golpe porque el grito era de aquellos que hacen que te des la vuelta de golpe. Y otra vez «¡Alexiiiiiis!».

Llegó una mujer acalorada, con la cara desencajada, mirando arriba y abajo, corriendo pero sin rumbo. Corría tres pasos y paraba, corría tres pasos más y volvía a parar. No sabía hacia dónde ir.

Nos quedamos quietos, nosotros y el resto de gente. Sus gritos y su cara asustaban. En serio. Cogí más fuerte la mano de Laia, que estaba inmóvil y que tenía un poco de miedo. La mujer sólo gritaba y corría sin ir a ninguna parte. Finalmente alguien le preguntó qué pasaba y dijo «mi hijo», con lo cual todo el mundo dedujo lo que estaba pasando: la había perdido. Al cabo de nada oímos el mismo grito pero que venía de un hombre que también corría desesperado. Porque era eso lo que transmitían ambos: auténtica desesperación. Sobre todo ella que no paraba de llorar, de gritar y de moverse compulsivamente. Alguien la hizo parar diciéndole «tranquila, ¿cómo iba vestido?» y oí que decía «camiseta de rayas»… El hombre no paraba de correr arriba y abajo y todos mirábamos a ver si veíamos un niño con camiseta de rayas.

No sé cuánto duró todo, poco me parece, pero a mí también se me hizo largo. De repente, él me dijo «ya lo ha encontrado» y vi, a lo lejos, que el padre de Alexis volvía con el niño, que llevaba una pelota bajo el brazo. La madre, al cabo de unos segundos, también los vio y apretó a correr hasta el niño a quien se abrazó llorando.

Inevitable no pensar que esto le puede pasar a cualquiera. Inevitable no decirnos, él y yo, «tenemos que ir con cuidado, que en lugares con tanta gente, eso es muy fácil…». Inevitable no asustarnos escuchando aquellos gritos y viendo la desesperación en el rostro de los padres. Sé que algún día hay niños que se pierden y que se vuelven a encontrar. Sé que estas cosas pasan, que yo misma me perdí de pequeña. Sé que generalmente son sólo minutos. Pero de la misma manera que sé esto, también sé que son minutos que se hacen eternos y que yo no los quiero tener que vivir jamás.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

8 respuestas

  1. Pufff!!!!se me han saltado hasta las lagrimas de imaginarme la situación, hasta que no eres madre no entiendes esa angustia que se siente cuando pierdes a tu hijo, el mio aún es pequeño (8 meses), pero es uno de mis mayores miedos cuando crezca, porque ahora es un poco bichillo, no me quiero imaginar cuando ande o corra….muy bien reflejado Miriam a mi me has puesto los pelos de punta.

    1. Hola Silvia,
      sí, yo creo que no sabemos lo angustioso que debe de ser hasta que no somos madres. Sólo de imaginarlo… La cara de aquella mujer se me ha quedado grabada!
      Un abrazo

  2. Jo anoto el meu mòbil al braç del Qui, quan hi ha molt moviment de gent, i li dic que si ens perdem demani a algú que ens truqui…
    Ens va passar una vegada en un parc públic de Sant Joan, no el trobavem per enlloc, era el segon cop que hi anavem i el Quim no marxava mai sol.
    Resulta que li van venir ganes d’anar al lavabo i hi va anar (es coneixia el lloc de l’última vegada), des del lavabo ens cridava perquè l’anéssim a netejar, però és clar, no el podíem sentir!!!! Al final se’m va acudir i el vaig trobar allà assegut tan tranquil…
    Buffff!!!
    Amb la petitona haurem de vigilar el doble, que és més «suelta», jijiji

    1. Hola Maria,
      Molt bona idea això del telèfon al braç, no? No se m’havia acudit… I quina angoixa el dia que el vau perdre… Sort que se’t va acudir d’anar a mirar al lavabo…!
      Petons

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