«Te quiero, Laia. ¿Lo sabes?» «Sí, mamá, lo sé. Me lo has dicho millones de veces». Y sí, es verdad. Se lo he dicho millones de veces desde que hace casi 6 años nació.
Se lo había dicho millones de veces más mientras estaba en mi vientre. Posiblemente, el mismo número de veces que se lo dije a Lua, que también me lo escucha repetir día tras día: «Lua, te quiero».
Da igual en qué momento. Me gusta cuando se están a punto de dormir, aquel momento en que la conciencia empieza a dejar paso a otra cosa, ese instante en el que no sabes si están aquí o si ya no están.
Ese preciso segundo en que parece que la parte más sabia capta toda la intensidad del presente. Entonces les digo que las amo, que estoy orgullosa de ellas y que ser su madre es un auténtico privilegio. Pero también cuando desayunamos, o cuando jugamos, o cuando se enfadan muy fuerte y después les sabe mal; les digo que las amo también cuando se enfadan.
Y lo hago porque ahora para ellas quizás son palabras que mamá repite millones de veces, pero un día harán un «clic» y entenderán, perfectamente, qué significa «estar orgulloso de alguien», o «privilegio».
Entenderán todo el significado de las palabras y éstas, las tendrán tan adentro que confío que sientan un gozo de vivir, de sentirse merecedoras de estar aquí y de disfrutar de todo lo que tienen, hacen y sienten.
Como cuando un niño pequeño no sabe gestionar sus emociones y comienza a pegar o a morder y le dices mil veces que no lo haga, que no se puede hacer daño a los demás ni a sí mismo, pero parece que no lo acaba de entender y sigue mordiendo todo lo que se mueve.
Y te sientes desesperar porque crees que no te hace caso o que nunca dejará de hacerlo. Y un buen día, después de haberle dicho millones de veces con más o menos paciencia que no se puede morder porque hace daño y no hacemos daño a los demás, deja de hacerlo. Porque ha hecho el «clic», ha madurado y lo ha entendido, y ya no necesita hacerlo porque sabe manejar lo que le pasa de otra manera.
Pues eso imagino que pasará un día, no sé cuando, con todo esto que les digo a ellas. Que lo entenderán a la perfección y les llenará cada célula. Que sí, que creo que ya les gusta oírlo desde el primer día, y tanto que sí, pero un día harán el «clic» y entenderán toda la dimensión.
Laia, Lua: Y os podré seguir acompañando sabiendo que sabéis todo el significado de estas palabras y de lo que os transmitimos, con vosotras y podréis crecer sabiendo que estamos, que estamos cerca pero (espero), sin intervenir demasiado…
Como hoy, cuando en la piscina nadabas, Laia. Hace tiempo que ya lo haces sin «manguitos» y me quieres cerca, pero sin tocarte.
Y tú nadas aunque sin mucho dominio de los movimientos de natación, y lo haces sola, confiando en que llegarás a la orilla. Pero si en algún momento, cuando ya estás demasiado cansada, te parece imposible llegar, aparece de repente mi mano o la de papá y te la ponemos al alcance para que puedas cogerla y pararte a coger aire.
Recuperas el aliento y sigues hasta la orilla. No se necesitan instrucciones, no hace falta mucho más que alargar la mano cuando sentimos que la necesitas y tu misma te agarras y descansas para poder seguir tu camino.
Es esto, de lo que va la crianza, ¿no? De acompañaros también cuando ya os habéis quitado los manguitos y aún así no estáis seguros todavía de nadar mucho rato… ¿verdad? Estar cerca sin que se note demasiado.
Estar mientras hacéis pasos adelante y alargáis la brazada para llegar a vuestro destino, que es sólo vuestro y que os pertenece.
No hacen falta flotadores, ni burbujitas en la espalda, ni colchones de aire, ni chalecos salvavidas.
Sólo la mirada atenta y discreta de unos padres que están sin hacer demasiado ruido, para que podáis concentraros en crecer, sintiendo que os queremos, que estamos orgullosos de vosotros y que ser vuestros padres es un auténtico privilegio.
¡Qué gozada que es ser madre!
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2 respuestas
¡¡¡Que gozada es ser aita!!! Y ama? Eso tiene que ser la h….. !!!
Lo es, lo es! 🙂