Cuando mi hija tenía unos tres meses, un día, una persona cercana soltó esta frase que nada sutilmente me apuntaba con el dedo: «Se cree que sólo ha tenido hijos ella». Entonces, aquellas palabras sólo me hirieron.
De alguna manera me sentí ridiculizada con mi ilusión de madre primeriza, con mis ansias y miedos, y con mis instintos a flor de piel que me hacían proteger a mi «cría» con garras y dientes. La leche me brotaba a todas horas y aquel ser que había salido de mi vientre me había convertido en alguien especial, por el solo hecho de haberme elegido.
Ahora, con la perspectiva que da el tiempo, me doy cuenta que sí, que en ese preciso momento yo pensaba que en todo el mundo, sólo yo había tenido una hija. O mejor dicho, no lo pensaba, simplemente, lo sentía.
No había nada más importante. Ni los consejos de otras madres sobre cómo lo habían hecho con sus hijos, ni la certeza de saber que por la calle había centenares, miles, millones de mujeres como yo que llevaban sus criaturas en brazos, me sacaba esa sensación de encima.
Una sensación simplemente preciosa e indescriptible. La de sentirte elegido, querido, afortunado, como si nada más existiera o importara en el mundo. La frase que un día me dolió, más por despecho al pronunciarla que por el significado en sí mismo, ahora me doy cuenta que no podía ser más acertada.
Pero qué dolor sentí…! Porque en esas frases había desprecio por lo que hacía, por lo que sentía y por cómo lo hacía. Y en ese momento no era justamente lo que necessitaba, al contrario. Me hizo llorar. Y aún la recuerdo…