Despertarlos a una hora determinada cuando todavía tienen sueño. Tener que levantarlos rápido porque hay que ponerse en marcha.
No dejarles desayunar con calma porque hay prisa, porque si fueran a su ritmo, no llegaríamos a la hora al trabajo.
Decir «date prisa, vístete, que es para hoy…», llevarlos a la escuela (o a la guardería) mientras se terminan el desayuno ya en la sillita del coche y se frotan los ojos de sueño.
No tener tiempo ni para jugar, ni para cantar, ni para casi nada divertido.
Llegan a la escuela (de mayores), o a P-3, P-4, P-5, o a la infantil, da igual. Hacen lo que toca y al cabo de un rato lo del «va, cinco minutos y recogemos que toca ir al patio» (o hacer lo que sea).
Salir de la escuela (los que no se quedan a comer) y volver con la misma historia de las prisas para comer y vuelta a empezar.
Los que se quedan en el cole, pues continuar igual, sin (a menudo), poder ir a su propio ritmo…
Ya por la tarde, algunos a extra-escolares, otros al parque un rato, otros con la canguro, los abuelos o quien toque, haciendo lo que sea hasta que alguien mira el reloj y «a bañar, que se nos hace tarde».
Para después «hay que dejar de pintar que la cena se enfría», cenar corriendo para luego ir a dormir, casi con el mismo tictac que nos ha perseguido desde bien temprano por la mañana…
Los adultos nos estresamos, la vida cotidiana, el trabajo, o el no tenerlo y tener que buscarlo, etc. nos estresa. Las obligaciones, lo que no podemos dejar de hacer, aquello con lo que debemos pensar, lo que no podemos olvidar,…
El ritmo de las escuelas, el no poder conciliar vida laboral y familiar como nos gustaría…, también nos estresa.
Y nos encontramos a menudo con casas donde hay padres, madres y niños estresados.
¿Cómo podemos saber si un niño va a un ritmo superior al que su cuerpo y su alma toleran? Pues porque quizás se enfada mucho, porque rabia mucho por todo, por cosas a menudo insignificantes, porque está muy de mal humor, porque no se le ve contento, vaya…
No puede dedicar el tiempo que quiere a lo que quiere. No puede ir tranquilo por la vida y eso, seguro que lo podemos entender, estresa a cualquiera.
No es fácil romper el círculo cuando, por ejemplo, tienes un hijo que no quiere perderse nada y ya no quiere parar ni para dormir la siesta…
O cuando los adultos tenemos unas obligaciones ineludibles que nos hacen llevar una vida quizá más estresante de lo que nos gustaría, lo sé. No es fácil.
Pero podemos tomar conciencia y cuando nos sea posible, ir un poco más despacio. Tomarnos el tiempo necesario para dejarle hacer lo que le apetece.
Aprovechar los fines de semana para no imponerle ritmos ni prisas. Aunque tengamos nosotros muchas ganas de hacer cosas, observémosles: tal vez ellos sólo tienen ganas de quedarse en casa y pasarse toda mañana en pijama.
Pues que lo hagan. No les apresuremos ni para desayunar, ni para vestirse, ni para nada. Dejémosles hacer. Dejemos que se llenen de calma, de ir a su ritmo, de descanso…
O cojamos alguna tarde entre semana o más de una si podemos, para no hacer «gran cosa». No tener planes y hacer lo que surja en función de cómo estén ellos.
Dejemos que nos guíen. Quizás nos dirán que quieren pasarse la tarde en casa pintando y jugando. Quizás nos pedirán de salir… respetemos su deseo ese día y vayamos a su ritmo… Dejemos el reloj y vayamos haciendo, sin prisa, sin obligaciones…
No es fácil. Tenemos mil cosas que hacer los adultos. Ir a comprar, hacer la comida, tenerla a punto para cuando tengan hambre, contestar correos, hacer llamadas, etc, etc, etc… pero debemos dejar tiempo para también NO HACER NADA de todo esto.
Aparcarlo y encontrar el espacio para re-conectar con un ritmo más pausado, más de niño que no entiende de horas ni de tiempo. Nos irá bien a todos dedicarnos un rato al día de calma, o todo un fin de semana, o toda una tarde… cuando podamos.
Nos sentará bien. Y a ellos, más que a nadie.
El 1 de mayo era festivo. El día antes dijimos a Laia que al día siguiente era fiesta y justo después preguntó «¿Podré dormir hasta que el corazón me diga basta?» «Sí» «¡Iujuuuu!».
Llegó el día de fiesta, yo trabajaba por la mañana. Cuando llamé a casa para saber cómo estaban, él me contó lo que había dicho Laia al poco de levantarse: «
Papá, ¿verdad que hoy es fiesta? ¿Verdad que no tengo que ir a la escuela?» «No, hoy no tenemos que ir» «Entonces… ¿puedo desayunar tranquilamente?» Tardó una hora en desayunar.
Comía un poco, jugaba, volvía a comer, y lo hacía con toda la parsimonia, como había dicho ella, lo hacía «tranquilamente».
Nos quedamos relativamente sorprendidos con esta anécdota del desayuno. Relativamente porque si a nosotros nos estresa el ritmo que llevamos últimamente, a ella también.
Pero nos dio mucho que pensar, hablamos mucho sobre todo esto, y empezamos a buscar momentos de pausa, de calma, de aflojar el ritmo.
Desde ayer es fácil porque tenemos una semana de vacaciones por lo tanto… todos vamos a otro ritmo. Estamos disfrutando mucho y nos está sentando muy bien. El reto será continuar haciéndolo (en la medida de lo posible) a partir de la semana que viene…
¿Qué más podemos hacer para rebajar el nivel de estrés de los niños?
- Lo primero es tomar conciencia y rebajar el nuestro. Si nosotros vamos estresados, difícilmente nuestro hijo no lo irá.
- Parar de darles mil órdenes al día. Tanta orden, estresa, sin duda.
- Empatizar con sus necesidades y atenderlas: permitirles su ritmo y si no puede ser durante algunas horas al día, sí cuando estamos juntos por la tarde, o el fin de semana.
- Permitir que de vez en cuando, se pasen (si lo desean), todo el día en pijama en casa. Que no salgan si no quieren.
- Permitir que coman a su ritmo, sin imponer prisas para terminar el plato.
- Enseñarles a respirar
- Volver a la Naturaleza y fijarnos en las pequeñas cosas de la vida… volver al ritmo natural de los seres vivos…
- Ratos en silencio absoluto, sin intervenir el adulto.
- Permitir el juego libre por horas…
Y un largo etcétera…
Es muy importante que entendamos que ir por la vida estresados no nos trae NADA bueno. Demos ejemplo. Tomémonos un respiro. Dejemos respirar a nuestros hijos.
Y vosotros, ¿creéis que vuestros hijos van a un ritmo más alto del que querrían? ¿Creéis que estáis y/o están estresados? Contadme…
[thrive_leads id=’6503′]
5 respuestas
Si, si lo creo. Yo trato de no afanarla, de dejar que se levante a la hora que desea( que por suerte coincide con su hora natural de levantarse) pero se que a veces la apuro y le digo » se nos hace tarde» y seguro también se estresa. Pero también me pasa que yo deseo bajar el ritmo y ella es una locomotora que no para y ya no me quedan fuerzas realmente de nada.. Gracias por este post, sobretodo ahora que estamos en pleno proceso de resincronización, por que andamos últimamente, bastante a destiempo. Tal vez sea cuestión de consciencia y nada más. Un beso y felices vacaciones!!
Yo por suerte estoy de excedencia y nuestro ritmo lo marca mi hija, de 16 meses. Me costó trabajo adaptarme a sus ritmos porque yo quería ir más deprisa. Cuando empecé a seguirla a ella en lugar de intentar que ella se adaptase a mi ritmo, de repente noté que todo fluia mucho mejor. Esta es otra de las muchas cosas que Helena me ha enseñado: a vivir más lenta y a hacerlo todo más consciencia. Gracias miriam por tus posts, empiezo a sentir que estos espacios son la tribu que tanto me falta. Un abrazo
Mi hijo de dos años no tiene ningun horario de prisa, salvo cuando hay pediatra 😉 porq esta conmigo o su abuela però ha empezado NATACIÓN y… Llora al ir con la monitora…unos dias Más y otros menos, quiere ir a picina pero con mamiiii… Despues de seis dias, mejor lo desapunto verdad? No hace falta q pase por ese estrès o debo esperar un poco Más? Gràcies
Yo creo que no es necesario y que tendrá mucho tiempo para ir a natación. Pero estas cosas mejor desde las ganas, el interés y el buen rollo. Un abrazo.
✨ Moltes gràcies ✨