18.3.2011
Me cuesta desprenderme de las cosas. Cuando algún día en casa hacemos aquello que da tanta pereza de ordenar a fondo el estudio o lo que sea, mi pareja siempre me dice «pero ¿por qué no tiras esto?» y yo siempre encuentro alguna excusa para terminar colocándolo en la pila de «cosas que NO se tiran». Las conversaciones que tenemos mientras hacemos la selección, la verdad es que me hacen reir porque siempre son las mismas «¡¿ero por qué lo quieres guardar todo esto? ¡Pero si no lo miras nunca! ¡Pero si esto es un estorbo!» y sí, tiene razón, lo confieso, pero mira, en fin, me cuesta tirar cosas. Siempre pienso que algún día lo necesitaré. O tal vez no, pero me recuerda a aquel día que fui tan feliz, o lo que pasó, y mira… me gusta guardarlo. Cuando algún día sale este tema en alguna comida familiar, siempre se acaba hablando de mis álbumes de la escuela.
Sí, aquellos que recogían todo lo que habías hecho durante un trimestre y que te tirabas un par o tres de tardes de «plástica» para perfilar aquella portada del álbum que, si era otoño, tenía que llevar casi obligatoriamente un par de hojas marrones pegadas! Pues bien, estos magníficos álbumes, que yo hacía con tanta dedicación, los guardé durante años y años. Eran en el desván, en un lugar donde casi ni se podía llegar, pero yo los guardaba como un tesoro. En el último traslado, los volví a descubrir y me pasé más de una hora mirando todo lo que había. Como acabé reconociendo que ya no era necesario guardarlos, opté por tirarlos. ¡Mi esfuerzo que me costó! Eso sí, antes, los repasé al dedillo para ver si había algo que podía aprovechar y guardar. Y. .. (¡estaba segura!) había más de una cosa valiosa. Entre ellas, todos mis “textos libres”. Cuando los vi, me vinieron un montón de flashes de aquella época, en la escuela del pueblo, en aquellas clases, … y sobre todo, los lunes.
Los lunes, porque era el día que nos decían, «podéis hacer un texto libre de lo que queráis, de lo que habéis hecho el fin de semana o de lo que tengáis ganas de escribir» …Buf… entonces yo era feliz. Poder escribir lo que quisiera, imaginar, expresarme,… los lunes era feliz.
El día del traslado me volví a leer los textos libres de los lunes… Y me di cuenta que siempre los acababa igual: primero tejía una historia muy sencilla pero que a mi edad me debía parecer súper complicada y trabajada (que si el pájaro no podía volar, que si el sol no podía salir, que si un dragón quería ser amigo de la princesa), y justo después, la resolvía en un santiamén, y todos acababan felices y contentos. En uno que todavía tengo en la memoria acababa diciendo «… y vino un fuego muy fuerte y se rompió el hechizo«.
Supongo que es así como quieren los niños que se resuelvan las cosas; de pronto, de golpe, de la manera más fácil y sencilla. Tengo ganas de poder leer los «textos libres» de mi hija. Tengo curiosidad por saber si también hará hechizos que romperá con un fuego muy fuerte. Y… lo sé, guardaré sus álbumes años y años, para que algún día, cuando ella sea mayor y esté de traslado, pueda leer lo que escribía en básica, y pueda recordar si era feliz.
2 respuestas
Qué bonito!! Volver a aquellos sitios, momentos en los que fuimos felices…recuperar la niña que fuimos y que aún está con nosotros……
A mí también me cuesta mucho, muchísimo, tirar las cosas…..por recuerdo, por si alguna vez me sirven….
Te entieno! Cueeeeeeestaaaaa, eh?! 😉 Un abrazo!