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Hasta el 6 de enero

El otro Julio

 

Julio era otro. Desde que había nacido su hija, él era otro. Ni en los momentos más optimistas, su compañera Blanca hubiera podido imaginar hasta qué punto habría cambiado Julio convirtiéndose en padre. Había ratos que ella lo miraba embobada pensando, «no puede ser que sea el mismo hombre que hace un mes», porque había pasado del mayor de los escepticismos con respecto a la paternidad, a quedarse absolutamente enamorado de un bebé pequeñito y rosado que se llamaba Lua y que por ahora sólo hacía que mamar y dormir.

Julio se había endulzado, se había vuelto mucho más tierno. Algo se había removido dentro de él el día que la había visto nacer. Lloró, y lo hizo como una magdalena. De la emoción, de la tensión, del profundo amor que había sentido hacia la criatura y hacia su mujer. Era eso, seguramente, lo que lo había transformado. Sentir tanto amor ese día y todos los siguientes que iban viniendo. Era feliz. Era feliz de tenerlas con él, de poder disfrutar de esa pequeña Lua a quien se le tenía que cambiar el pañal, vestirla, darle mimitos, dormir bien cerquita de ella…

El primer día que había vuelto a trabajar había sido un drama. Se había dado cuenta de que las echaba de menos a la cuarta llamada a casa para preguntar a la Blanca «¿qué hacéis?». Quería estar en casa. Con ellas, y disfrutar de más tiempo de aquella paternidad tan reciente que le había, literalmente, cambiado la vida. Porque su vida ya no la vivía como antes: ni con las mismas prioridades ni bajo los mismos parámetros. Julio tenía la sensación, también, que todo había cambiado. Era más feliz y a la vez, sufría más. De no verlas, de que les pasara algo mientras él no estaba… Todo esto era nuevo y a ratos, le costaba adaptarse.

Pero en el fondo, todo le gustaba. Absolutamente todo, también los momentos de descontrol en casa si a Lua le entraba aquella desazón al atardecer y en que parecía que nada la calmaba. Sufría pero le gustaba si sufrir significaba hacerlo por Lua. Porque quería decir que Lua estaba allí, con ellos. Y para siempre.

Cuando ya hacía unas semanas que era padre, sus amigos le invitaron a cenar. «Va, ven, que juega el Barça y cenaremos algo así, de paso, celebramos que te has vuelto un cursi». Él no se molestaba, no sentía ningún tipo de vergüenza de haberse vuelto más amoroso, al contrario. No entendía cómo era posible que sus amigos no fueran padres. Dijo que sí, que iría. Tenía ganas de explicarles lo fantástico que era serlo: levantarse con Lua, mirarle aquella sonrisa de las mañanas en que parece que todo le haga gracia… Quería decirles que era feliz siendo padre y que hicieran el favor de espabilar, porque eso de serlo era lo más increíble que les podría ocurrir nunca.

Cuando se encontraron en aquel bar donde solían ver los partidos de la Champions, todos le felicitaron y abrazaron. Él estaba contento, también tenía ganas de verlos. Pidieron una ronda y también bocadillos para todos, patatas, aceitunas y algunas cosas más para picar. Faltaba media hora para que empezara el partido y sí, los primeros minutos fueron para Julio y su hija. Pero enseguida la conversación tumbó hacia otras historias y a él le pareció que no había tenido suficiente, que aún no les había podido decir lo bonita que era. No, no quería hacerse pesado y dejó que todo cambiara de tema. Quería enseñarles las fotos que tenía en el móvil pero tampoco lo hizo.

De pronto todos hablaban de trabajo, de los últimos acontecimientos políticos y hacia el final, del Barça y de si hoy ganarían o no, que se ve que lo tenían difícil, decían. Y a Julio, ni le interesaban los temas de trabajo, ni la política y mucho menos, hoy, el Barça. Comenzó el partido y apenas miraba la pantalla. Se acabó el bocadillo mientras veía como los demás vibraban con los chutes a portería. ¿Incluso en eso había cambiado?, Se preguntaba… Quizás era sólo ahora al principio y al cabo de un tiempo volvería a sentirse como ellos, absolutamente cautivado por los temas que ese día les interesaban. Pero hoy no. Hoy, sólo tenía ganas de volver a casa y tumbarse junto a Blanca y Lua. Cogió el móvil y tecleó «cariño, esto es un rollo… No creo que tarde mucho en volver a casa… ¡Me aburro! ¡Me lo paso mucho mejor cuando estoy con vosotras! 🙂 «.

Ella oyó que el móvil vibraba y cuando leyó lo que le enviaba su compañero, se emocionó de repente. Las hormonas del postparto la habían ablandado también a ella hasta unos límites inimaginables. Él se reía de ella y le decía «nena, ¡es que lloras con los anuncios!», Pero ella no lo podía evitar. Se emocionaba día sí y día también.

Mientras Julio hacía ver que le interesaba el partido del Barça, la cabeza se le iba. Se preguntaba qué día había surgido aquel abismo entre él y sus amigos. Se preguntaba si siempre estaría allí. Se preguntaba si ellos también lo habían notado, o estaban tan absortos en sus realidades que no se daban cuenta de hasta qué punto había cambiado la suya. Miraba a Messi y el balón y se preguntaba si esto lo haría sentir bien: quedar con unos amigos que no se dan cuenta que ya no te interesan las mismas cosas. Se preguntaba si podría, algún día, transmitirles con la máxima fiabilidad hasta qué punto amaba a Lua. Se preguntaba si lo que estaba pasando ahora, el hecho de sentirse tan lejos, sería o no un camino sin retorno.

Decidió que eran demasiadas preguntas y que no tenía ni tiempo ni ganas de intentar responderlas. Les dijo que estaba hecho polvo (mentira) y que se iba a casa, que al día siguiente tenía que levantarse muy temprano. Había aguantado hasta el descanso. Parece que cuando todo el mundo se levanta para ir al baño o a pedir otra ronda, queda más disimulado abandonar el barco. Y así lo hizo. Les dió la mano a todos y contestó, «sí, cuando queráis», cuando le dijeron «a ver qué día venimos a casa y nos presentas a Lua».

Y se fue, finalmente, de aquel bar, encontrándolo (por cierto) más destartalado de lo que antes le parecía. Subió al coche y miró el reloj. «Dentro de diez minutos estoy en casa» dijo en voz alta, y acto seguido pensó que con un poco de suerte, todavía vería a Lua despierta. Puso las llaves en el contacto y en décimas de segundo, arrancaba.

PD: Gracias, Jordi y Anna por esta foto tan chula! 😉

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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