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Hasta el 6 de enero
lloré

El otro día lloré

El otro día lloré y ella me vio. No es que fuera la primera vez pero sí era la primera que lloraba delante de una niña tan mayor ya que habla por los codos y busca soluciones para que pases de estar triste a estar contenta. Pero empecemos por el principio.

Las madres lloramos y yo, a menudo, ¡no creáis! El otro día lloré porque me desesperé. Porque estaba agotada, tenía un sueño que me asediaba sin compasión y tenía una hija que quería hacer de todo menos dormir a pesar de estar reventada.

Lloré porque hay días que no tienes ni una pizca de paciencia, porque hay días que lo que hace ya no te hace gracia y sólo quieres que te dé un respiro y te deje ir a dormir, o descansar, o mirar un momento la televisión tranquila o hablar, sin interrupciones, con el otro adulto que vive contigo.

Lloré porque rebenté, porque iba aguantando, porque iba intentando bajar el ritmo, intentando que ella bajara de revoluciones y empezara a relajarse.

Porque le conté cuentos y ella bostezaba, pero cuando cerrábamos la última página volvía a saltar en la cama. Porque mamó hasta que la leche le salió por las orejas y pese a tener ya los ojos más en Cuenca que en casa, hacía lo posible por mantenerse despierta y volver a saltar en la cama.

No era culpa suya. Habíamos tenido un día movidísimo y le habíamos roto todos los ritmos habidos y por haber. Pero yo estaba agotada y tenía poca paciencia.

Y sobre todo, antes de tirarme en plancha en la cama, quería tener un momento para mí. Sólo para mí. Ni con ella, ni con él, ni con Internet, ni con la tele… sólo para mí. Sola. Y era imposible.

Cuanto más deseaba yo este momento, más lo notaba ella y más imposibles hacía porque este momento no me alejara de ella, entrando en una espiral que yo ya intuía muy, muy peligrosa.

El espiral finalmente me tragó, y una vez dentro, los nervios aumentaron de nivel, llegando hasta la línea roja, aquella donde si llegas allí, todo explota.

Y eso es justamente lo que me pasó: me puse a llorar. De cansancio, de rabia, de game over, de no puedo más, de por favor quiero dormir, de necesito un momento para mí.

Los saltos en la cama se acabaron automáticamente. Se sentó y me dijo: «¿lloras?» Y le dije que sí, y le dije por qué. «Mamá, un momento» me dijo, sin parecer especialmente angustiada pero sí ocupada en resolver la situación. Bajó de la cama, buscó medio a oscuras y finalmente volvió diciéndome: «Toma, un jueeete. No llores, guaaaapa». «Necesito llorar», contesté. «Ah… llooora, lloooora…».

Al cabo de nada paré de llorar. No por el juguete, ni porque ya no estuviera agotada. Paré porque la descarga me hacía sentir un poco mejor, porque quizás entendí que mantenerme dentro del espiral no funcionaba y que acabaría histérica perdida, pero sobre todo, porque quizás fue la primera vez que la vi buscar soluciones conscientemente para que su madre fuera feliz.

Me serené y volvimos a empezar, esta vez partiendo de cero.

Al cabo de diez minutos, finalmente, dormíamos las dos. No había tenido aquel momento para mí, pero entonces lo más importante era simplemente, descansar porque si no descansas, la paciencia no para de acabarse y el espiral, el ojo del huracán, te queda tan y tan cerca, que en un pequeño descuido, ya se te ha llevado al epicentro.

¿Te suena esta situación?

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

7 respuestas

  1. M’ha encantat la teva sinceritat. Crec que no es pot expressar millor.
    Jo també he patit un moment d’aquests, aquest cap de setmana. No ha estat davant dels meus fills però si davant de la meva parella. I no hi ha hagut crits ni males paraules ni baralles, senzillament no puc més. Ell a més de treballar, estàr fent un màster que li treu moltes hores, jo em passo tot el sant dia corrent amunt i avall i sento que necessito aquell moment per mi que tu has descrit a la perfecció i que no acaba d’arribar mai.
    En fi, que crec que la comunicació és vital. Què el fet de plorar davant la teva filla va fer que ella busqués solucions perquè no estiguessis trista i allò ja va ser un bálsam per a tu igual que per mi va ser-ho el poder parlar amb el meu marit amb tranquil·litat i serenitat del que necessito.
    Una abraçada. Anna

    1. Sí, Anna, la qüestió és que hi ha un dia que el cansament el pot, i que les ganes de tenir un «moment» per tu, també. I explotem; davant del marit, davant del fill/a, davant de la mare o dels amics. És igual… però per algun cantó ha de sortir a vegades l’estrés acumulat, no? Una abraçada, i gràcies pel teu comentari.

  2. ¡cómo te entiendo Miriam! Me alivia saber que no soy la única que a días está superada y necesita descargar y llorar y relajarse.
    Yo me he dado cuenta que mientras me aferro a esas ganas de querer dormir, o acabar lo que esté haciendo, o… me voy poniendo más y más nerviosa y es como si nené tuviera un radar para detectar estos estados y se alimentara de mi nerviosismo.
    Ahora, en el momento que me rindo y me relajo … ¡es como mágico! En unos minutos él también se relaja y todo comienza a fluir de nuevo. ¡lástima que a días esté tan cansada que no vea venir el huracán y me pille de lleno! 😉
    Que bonito podérselo decir a tu hija (y que te entienda y responda)
    Abrazos huracanados!

    1. No podías describirlo mejor… cuanto más nos aferramos a aquello que queremos hacer, o necesitamos hacer «sin» ellos, más se enganchan ellos a nosotros y más difícil es satisfacer las dos partes. Pero nosotros somos los adultos, y somos nosotros que tenemos que volver a encontrar la paz, para salir del nerviosismo, del estrés, del agobio que a veces sentimos… ¡Y no es fácil! Cualquier persona que haya criado lo sabe. Y de eso se trata, de aprender, y a veces, también de dejarse llevar por el huracán! Que nadie es perfecto ¿verdad? Un beso!!!

  3. Yo también he llorado alguna vez delante de ella, la última vez ya fue consciente que yo estaba llorando, se sentó a mi lado y se echó encima mía. Yo me relajé y me calmé. No creo que sea malo que ellas vean que las mamás tb lloran, que se cansan y que hay días que necesitan que «nos echen una mano»… No somos máquinas y la paciencia hay veces que se acaba, la frustanción y el enfado aparecen… pero como bien dices creo que hay que tener cuidado con no saber salir de ese estado. Un besito

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