Agosto de 2009. Entramos en el hospital con el plan de parto bajo el brazo donde decía, explícitamente, que queríamos que nos dieran la placenta.
No conocía mucha gente que lo hubiera pedido pero teníamos claro que no queríamos que lo que había permitido que Laia creciera fuerte y sana dentro de mi vientre terminara en un contenedor.
Debía tener un final más digno, después de todo lo que había hecho por nosotros. Y así, esa placenta terminó en el congelador de casa esperando su momento. Mi primera cesárea había sido un revés del que me costó un poco recuperarme emocionalmente y el día a día con un bebé era tan intenso, que no tenía ni tiempo ni ganas de pensar en qué teníamos que hacer con la placenta a partir de entonces. Pero todo llegaría.
Un año después de mi primera contracción de parto, en un lugar del Bages que amamos mucho, mi marido, yo y algunas personas más escogidas cuidadosamente hicimos un ritual de unión, de agradecimiento por ese primer año con Laia con nosotros y de entrega de la placenta a la tierra.
Escogimos conscientemente el lugar y la enterramos plantando encima una planta que pudiera resistir el clima de la zona.
4 años y medio después nacía Lua, tras una cesárea con menos efecto sorpresa y menos carga emocional pero que también me dejó bastante knock out. Y otra vez salía del quirófano habiendo explicitado que la placenta era nuestra y que nos la llevábamos.
Otra vez esperó pacientemente en el congelador de casa hasta llegar su momento, que fue el 31 de agosto, el día de nuestra boda. Una boda que hicimos en el mismo lugar del Bages que tanto ha significado para nosotros y allí, rodeados de familia y amigos nos dijimos «sí quiero» y muchas cosas más. Al final de la ceremonia, enterramos la placenta de Lua al lado de donde enterramos la de Laia. Esta vez, encima plantado: lavanda.
Y antes de hacerlo dije estas palabras (con voz medio rota porque la emoción se me comía):
«Hoy, que es un día tan especial e importante para nosotros, también queremos enterrar la placenta de Lua, la placenta que le dio la vida y que le permitió crecer y venir a nosotros. Celebramos este árbol de la vida que es la placenta, le agradecemos todo lo que nos ha dado (esta Lueta), y la volvemos a la Madre Tierra».
Y con mi marido, Laia y Lua colgada en la mochila, (los 4), pusimos la placenta donde tocaba y la fuimos cubriendo de tierra. Plantamos la lavanda y la regamos. Nos abrazamos fuerte y (yo y él), lloramos. Este es, sin duda, uno de los momentos más bonitos de mi vida.
Os cuento todo esto porque si sabéis nuestra historia con las placentas de nuestras hijas entenderéis lo atónita que me quedo cuando oigo expresiones de asco o de desprecio hacia esta parte de nosotras mismas.
Porque una placenta es eso, una parte de nosotras que nace después de habernos unido a alguien, una parte que forma también parte de nuestros hijos, que les permite vivir y crecer y que es imprescindible para su vida.
Y si yo hubiera conseguido parir en casa, si mi naturaleza me lo hubiera permitido, habría estado encantada de que las comadronas me hubieran hecho un batido con una parte de la placenta, ¡y tanto que sí! ¡Y me lo habría bebido feliz! Porque ni lo encuentro asqueroso, ni me da asco… igual que no encuentro asquerosa ni me da asco ninguna parte de mi cuerpo o del de mis hijas. ¿Cómo podría?
Y es curioso el vínculo que nos une a las placentas que un día enterramos. Cada vez que vamos al lugar donde nos casamos, mi marido y yo tratamos de encontrar un momento de silencio para ir al punto del bosque donde enterramos las dos placentas y miramos cómo crecen las plantas que hay, y quitamos las malas hierbas y nos conectamos con todo lo que han representado.
Hay a quien los rituales le sobran y huye de ellos. Yo no puedo, yo no quiero. Es más, me gusta celebrar, ritualizar y poner conciencia en los momentos o en los hechos importantes de nuestra vida.
Y hacer todo esto que hemos hecho con las placentas para mí ha significado un montón: me han ayudado a ir integrando cada parto, a hacer las paces con todo lo vivido a veces, a palos. Me han ayudado a ir situando, limpiando, sanando.
Cuando pensaba en ellas, que estaban en el congelador esperando, en el fondo estaba segura de que lo que esperaban era que yo pudiera finalmente mirarlas y enterrarlas, como quien hace las paces con el vivido aceptando lo que quizás no quería o esperaba y agradeciendo toda la experiencia acumulada.
Por eso también han sido tan importantes: no sólo porque estas placentas han permitido que nuestras hijas estén hoy aquí. Sino porque me han ayudado a aprender y a ser quien soy ahora en relación con mi imposibilidad de parir como lo hacen la gran mayoría de las mujeres.
Y todo esto no es poco. O sea que es imposible que a mí las placentas (las mías y las de las otras mujeres) me den asco. Al contrario. Para mí son sagradas y las honraré el resto de mi vida.
9 respuestas
Preciós!
Jo també vaig tenir la placenta del Quirze al congelador un temps. La del Berenguer no vam estar al cas, tot i que ja m’ho plantejava. Em va saber greu després. Ara reposa sota un cep que ens van regalar quan va néixer el nostre primer fill, el Berenguer, i estem mirant a veure si ha sobreviscut al trasllat que hem fet!
M’agrada saber que estan juntes la placenta i el cep, que també va ser un regal especial. I m’agrada que hagi tornat a la terra, per continuar nodrint, al costat del nostre hort igual que va nodrir al Quirze dins la meva panxa.
Hola Lali,
gràcies per compartir la teva experiència. Que maco el que expliques… fa emocionar, oi?
Una abraçada
Maravilloso Miriam.
Gracias. Besos guapa!
A nosotros no nos dejaron en el hospital de llevarla queria hacer mi ceremonia tambien y me duele ese hecho… sin embargo si que tome del arbol de la vida sagrado bendito y se que fue por amor y salud todos mis mas grandes respetos por la vida y por la mujer madre hij@.
Estoy segura que sí. Un abrazo!
Hola Miriam
Mi hijo hace casi tres años que nacio y aun tengo la placenta en el congelador, no hemos encontrado el momento de devolverla a la tierra y darle las gracias de todo lo que nos ha dado, uhf, siento que es algo que hay que hacer xo no encuentro el momento y eso que la placenta de mi hija mayor la enterramos en un lugar especial xa nosotros en ese momento y plantamos un olivio muy bonito encima de ella . Por que me ocurre esto??
Pues es algo que habrás que explorar… ¿quizás porque no quieres poner ese «punto final», si es que ya sabes que no vais a tener más hijos? ¿Quizás porque el parto no fue lo que esperabas y no está todavía llorado? Explora qué es lo que te mantiene bloqueada y pasa a la acción 😉 Un abrazo.
jo Miriam, como me he emocionado con tu relato, yo tengo la placenta de mi hijo congelada y va a cumplir cinco años en tres días. Tuve un puerperio muy solitario y doloroso, el padre de mi hijo y yo no éramos pareja, solo amigos, pero me aseguró que me iba a apoyar, estábamos en Inglaterra, así que sin familia ni amigas cerca. El estaba muy feliz de ser padre, porque no podía tenerlos. Se que necesito superar esa etapa para poder hacer este ritual, pero por mas que lo he intentado no consigo sanarlo del todo, él no lo supo hacer mejor, soy consciente de ello, pero me pasé casi todos los días sola con mi bebé, le faltó madurez, siguió con su vida, y solo venía de vez en cuando, como si fuera un tío en lugar de un padre. Se comportó así durante casi dos años y medio, desde entonces si está implicado y se responsabiliza, pero aquella etapa me pesa muchísimo. Quiero plantar un olivo con la placenta