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Hasta el 6 de enero
Coraza

La perpetuación del amor

Desde que Laia nació hay algo que me deja absolutamente perpleja y es la gente que es incapaz de sonreírle o decirle cualquier cosa cuando ella les ha dicho “hola”, ya sea de palabra (ahora), ya sea con la mano (cuando aún no hablaba), les ha sonreído o ha pedido interactuar.

No es que me ofenda que la ignoren, en absoluto, es simplemente, que me sorprende muchísimo. Recuerdo muy bien un día que, hace meses, y en el autobús, Laia hizo todas las monadas habidas y por haber a una mujer de unos 40 años que había sentada en el asiento de un poco más allá.

Laia tenía ganas de que le dijera cosas y no paraba de sonreírle, pero no hubo manera, esa mujer no dijo nada, no hizo nada. La miraba, sí, pero era como si nada de lo que Laia pudiera hacer acabara de traspasar esa coraza enorme que llevaba bajo la ropa. Evidentemente, yo no intervine y sólo intenté distraer a mi hija porque ya vi que sus esfuerzos serían inútiles.

Aquella mujer me dio mucha pena. Me pregunté qué le debería de haber pasado a lo largo de la vida para sentir tanta poca empatía con un bebé, para ni siquiera dibujar una sonrisa, para ni siquiera poder ser educada con alguien que la saludaba. Su armadura no dejaba que lo que desprendía Laia (amor, alegría, felicidad) entrara ni por sus ojos, ni oídos, ni piel, ni corazón. Era triste verla así y pensé que seguramente habría debido ser una niña pequeña que recibió muy poca empatía y por supuesto, de amor, ahora, no iba muy sobrada. Más tarde pensé que cada vez me encuentro con más gente así, que es incapaz de empatizar con los niños pequeños, y que cada vez hay más hoteles, casas de agroturismo o restaurantes que se declaran «no amigos de los niños». Vamos, que allí los niños molestan. Y me pregunto qué pasaría si un restaurante no dejara entrar a las mujeres, o que un hotel no permitiera la entrada a personas viejas. Habría un escándalo y todo el mundo se llevaría las manos a la cabeza. Pero con esto de los niños, hay gente a la que incluso le hace gracia y piensa: «claro, como hacen ruido y son tan movidos… así la gente puede estar tranquila».

Yo lo encuentro una falta de respeto absoluta, y casi más que indignarme, me entristece. Me sabe mal que tan a menudo se pierda el respeto por los niños pequeños, los bebés, sin tenerlos en cuenta, sin entender qué les pasa, cómo son. Tampoco cuesta tanto, si tuviéramos un real interés, no sería tan difícil ponernos en su piel porque nosotros también hemos sido niños pequeños y bebés. Seguro que algo recordaremos, ¡seguro! Pero entrar en contacto con ello significa, a veces, sentir la ausencia, la añoranza, la poca empatía, la carencia, el vacío, la culpa, el miedo… de un montón de situaciones a las que nadie nos puso palabras. Y a veces no tenemos ganas de sentir nada desagradable, y nos es mucho más fácil reír cuando oímos que hay un hotel «no amigo de los niños» o ignorar un bebé que nos sonríe en el autobús. Porque en el fondo, los bebés nos ponen en contacto con el amor o con la falta de amor y claro, hay que estar preparado para sentir tanto una cosa como la otra. Nos ponen en contacto con nuestro bebé interior y con todo su bagaje, que quizás no recordamos, pero que llevamos impreso en cada célula nuestra, de la manita casi de nuestro ADN.

El otro día oí a alguien que preguntaba a un hombre, padre de un bebé: «¿Qué es para ti la paternidad» y después de pensar unos instantes dijo una frase que me pareció sublime y que me llegó al lugar más profundo de mi alma: «La perpetuación del amor». Es justo eso, amor que nace y amor que se propaga, una vez, y otra, y otra. De nosotros hacia los hijos, de nuestros hijos a los suyos, de éstos a los suyos y así ir hilando con hilo transparente, la Historia, con el amor, con el vínculo, que se extiende y que se expande más allá de nosotros. Me gusta pensar que es eso lo que pasa o por lo menos, que es lo que me gustaría que pasara con cada nuevo bebé y con cada nuevo padre y madre. Perpetuar el amor. Ojalá que ese AMOR algún día pueda atravesar todas las corazas.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

2 respuestas

  1. Ojalá! Pero no siempre es así.

    De todas formas, a mi no me parece mal que haya restaurantes u hoteles para gente sin hijos. Vivimos en un mundo donde el sector servicios está súper especializado y si alguien quiere estar en un ambiente sin niños, pues oye, sus razones tendrá, que a veces los niños son agotadores y uno necesita un poco de paz. El miedo que dan estas cosas es hasta qué punto esto se podría generalizar porque, como tu dices, los niños parece que molestan, son muchas personas las que no los tragan… eso sí que me preocupa a mi.

  2. Sí suena un poco duro e insensible lo de «espacio sin niños «pero mamá corriente lleva razón en qué ahora hay gente para todo y sitios para todos. Esa mujer es un poco insensible porque una niña angelical te saca la sonrisa sí o sí tarde o temprano.

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