Tenemos la dualidad tan arraigada que caminamos por el mundo con casi sólo dos polos: el bien y el mal, el blanco y el negro. Hemos crecido etiquetados y, ahora que somos adultos, seguimos etiquetándolo todo. Nos han enseñado a etiquetar también las emociones y hemos crecido sintiendo que había emociones que sí podíamos sentir y expresar (alegría, felicidad…) y otras que teníamos que callarnos, guardarnos o directamente, disimular (envidia, rabia, ira, celos…). Ahora, que somos adultos, nos cuesta permitirnos sentir lo que nos dijeron que no estaba bien y hacemos lo que podemos para gestionar nuestras emociones intentando sentirnos lo menos culpables posible.
Y un día nos convertimos en madres y queramos o no, esto lo cambia todo, incluso aunque pensemos que no ha cambiado nada. El amor que sentimos por nuestros hijos es tan grande que ya nada se ve desde el mismo prisma.Pronto vemos que no todos lo hacemos igual, que hay mil formas de hacer eso que se llama criar a los hijos, que hay mil matices, y nosotros, inmersos en una sociedad tan dual no sabemos ni cómo encajar tantos colores.
Es algo que sorprende cuando entras en la maternidad: lo mucho que se critican las distintas formas de criar. Si das el pecho o el biberón, si colechas con tu hijo o no, si lo llevas a la guardería o no… todo es motivo de criticar al que no lo hace como tu y seguimos reduciéndolo todo a bueno o malo, como cuando éramos niños. Si dar el pecho dicen que es bueno y yo, por lo que sea, no lo doy, debo ser una mala madre. Si mi cuñada me dice que llevar al niño a la guardería es tan bueno y no lo hago debe ser que me considera mala madre… y así todo.
Si una chica hace un video hablando de mamás leonas y yo no me siento como describe, debe ser que esa chica está diciendo que yo no soy “normal” ni buena madre. Y no. Simplemente está describiendo una situación que pasa muchísimo a menudo y muchas personas no entienden. Hay tantos sentires como personas.
Hemos reducido el mundo a estás conmigo o estás contra mi, también la maternidad. Y creo que es por un problema de autoestima.
Si estamos bien situados en el mundo, con una autoestima sin fisuras, si conocemos cuales son nuestras virtudes y cuales nuestros defectos y aceptamos todos nuestros colores, que alguien no críe a sus hijos como nosotros no nos va a representar ningún problema. Entenderemos perfectamente que cada circunstancia es especial y nos bastará el saber los motivos por los cuales nosotros lo hacemos como lo hacemos.
Pero cuando mi autoestima no acaba de ser sólida, es muy posible que necesite saber constantemente que lo hago bien. Necesito la aceptación del otro, la auto-afirmación, el saberme en el “lado bueno”. Cualquiera que diga o haga diferente a como lo hago yo me supondrá una amenaza a mi autoestima y por consiguiente lo rechazaré, criticaré o apartaré de mi camino. Es pura supervivencia y es comprensible.
Y volvemos otra vez al principio: bueno/malo, conmigo/contra mi.
La maternidad es mucho más bella, mucho más valiosa como para reducirla a esta dualidad absurda que no sirve para nada. La maternidad merece mucho más.
Merece que entendamos que hay tantas maneras de hacer y sentir como personas, y que ni que queramos podemos hacerlo todos igual. Porque somos distintos, con distintos colores, matices, historias, heridas… y con distintos hijos.
Nunca seremos perfectas ni falta hace. Nuestros hijos nunca serán perfectos ni falta hace, porque la perfección no existe y además, sería muy subjetiva. Porque lo que a mi me gusta a otro no, porque lo que a mi no me funciona, a otro sí. Y es algo que tenemos que empezar a aceptar; que quizás no seremos las madres que habíamos imaginado porque la maternidad no es tan simple de “lo haré así” y punto. A veces quieres hacerlo de una forma pero te sale otra, a veces te gustaría hacerlo así o asá pero no sabes cómo. Y aquí estamos, aprendiendo todas.
Todos lo hacemos tan bien como podemos y sabemos a cada momento, en base a nuestra historia, nuestro bagaje o mochila, la información de que disponemos a cada momento y nuestras creencias.
Y ahora viene lo bueno: pero todos tenemos algo que nos une, algo en común que es o debería ser más fuerte que lo otro. Todos amamos un montón a nuestros hijos, tanto, que es imposible describir. En eso, la inmensa mayoría, somos iguales. Pero es que además puede ser una muy buena herramienta para la unión de personas que crían distinto. Si te sientes distante de alguien de tu familia o de una amiga porque criáis de formas diferentes, haz como el video “RESPIRA” pero mirándola a ella y a su hijo. Conéctate a su amor y verás que no es muy distinto del vuestro. Desde aquí podréis construir, desde aquí os podréis volver a encontrar, lejos del conmigo/contra mi.
Cuando nos convertimos en madres no lo hacemos sólo de nuestro hijo sino, un poco, de todos los hijos del mundo. Por eso nos duele tanto ver a niños sirios huyendo de la guerra o niños subsaharianos ahogados en el mar. Por eso lloramos cuando nos cuentan que el hijo de los del segundo tiene cancer, o cerramos los ojos cuando cuentan por la tele que ha habido un accidente de coche y había niños en él.
Esto es lo importante: el amor. El amor que nos genera nuestro hijo también puede servir para juzgarnos menos a nosotras mismas y a las demás. Para amarnos más a nosotras mismas y a las demás.
La maternidad no es una guerra, nunca lo ha sido ni debería llegar a serlo. Provocarla es, en mi opinión, no haber entendido nada. Pero como os he dicho, todo es subjetivo y podría estar equivocada.