2.12.2011
Desde hace un tiempo estoy aprendiendo a jugar. A jugar de nuevo. A jugar siendo adulta. Hacerlo, me ha hecho darme cuenta de que hacía mucho tiempo que no jugaba, o que no jugaba de la misma manera y que, sin duda, no jugaba tanto. Porque ahora, Laia juega todas las horas que está despierta, todas y cada una. Sin parar, sin descanso. Se despierta jugando y se acuesta jugando.
El juego simbólico se ha apoderado de ella y también de nuestras vidas. Gracias al juego simbólico conseguimos que cosas que aparentemente podían parecer complicadas, dejen de serlo. Por ejemplo, hay prisa porque tenemos que irnos y ella no quiere ponerse los zapatos. Ningún problema: cojo un zapato y le pongo voz y nombre, y de repente, se convierte en un zapato volador, que habla y que tiene poderes mágicos. En menos de 30 segundos Laia se lo ha calzado y estamos saliendo por la puerta con los zapatos que todavía hablan. Bueno, la que hace las voces soy yo, evidentemente.
Recuerdo que estábamos de vacaciones en octubre y llevábamos dos días que hacía aquello de no quererse poner el pijama, o de no querer sentarse a la mesa cuando teníamos que comer. Decidimos que estábamos de vacaciones y que no queríamos que nuestros días de relax se convirtieran en una batalla. «¿Qué podemos hacer?» Y de repente la bombilla se ilumina y ves la luz. Jugar. Me había hartado de decir que los niños viven a través del juego y que es justamente a través del juego que puedes llegar mejor a ellos. Era sólo eso; teníamos que jugar. No ordenar, ni obligar, ni batallar, ni discutir. Sólo jugar. Lo pusimos en práctica con unos resultados instantáneos y geniales. Jugando no había rebeldía y además, nos lo pasábamos todos bien. ¡Nos reímos muchísimo haciendo juego simbólico durante las vacaciones! Quizás nos habíamos olvidado un poco de jugar nosotros y veíamos el juego como algo más suyo, más de niños. Digamos que ahora nos hemos sumergido en esta etapa toda la familia y hay momentos memorables, en los que acabamos tirando fotos para inmortalizar el momento de risas, juego y, de alguna manera también, «locura adulta».
El otro día estábamos en el sofá los tres con un pato, un conejo, una pitufina, el MIC, un elefante, 2 muñecas, las tres mellizas y un piano. No cabíamos, evidentemente. Habría sido agobiante si no hubiera sido porque no pude evitar morirme de la risa mientras oía a Laia haciendo la voz de la pitufina y su padre haciendo la voz del pato, ¡animados en una surrealista conversación!
Tener hijos también tiene estas cosas: que de repente, juegas. Y juegas todo el día, o buena parte. Y vuelves a hacer puzzles, y jugar a los bolos, y vuelves a hacer el té en tazas minúsculas de plástico lila, y pintas con los dedos y te ensucias las manos y la nariz, y vuelves a dibujar (¡constatando que nunca ha sido tu fuerte!), y vuelves a tumbarte más en el suelo que en toda tu vida, y vuelves a jugar a pilla-pilla, y también simulas que te has asustado mucho cuando la has visto escondida detrás de las cortinas, o te tapas los ojos con las manos y ella cree que no te ve y te busca… Tener hijos tiene estos momentos de juego innoblidables, que hacen que recuerdes cuando aún eras pequeña y todavía te gustaba jugar. Cuando no tenías vergüenza ni te importaba mucho si alguien te veía mientras jugabas a secretarias en el descampado de enfrente de casa simulando que una piedra cualquiera era una máquina de escribir. Tener hijos hace que te puedas soltar volviendo a revivir instantes de juego que creías olvidados, hace que vuelvas a reír de tonterías absurdas pero que luego corras a apuntártelas en una libreta para no olvidarlas nunca más… porque sabes que se irá haciendo mayor y que cada vez jugará un poco menos.
Por eso quiero recordar esta etapa, la etapa en que TODO es juego, en la que todos vivimos en el juego convirtiendo nuestra casa en una peluquería, o que simulando que el comedor es la escuela, o que la escoba es un coche grande con todas las muñecas en el asiento de atrás.
Porque sé que pasará y porque sé que algún día, esta etapa, la echaré mucho de menos.
2 respuestas
Cierto, ahora todo es juego… Sara, igual que Laia, no para y yo, intento seguirle el ritmo.. como perderse de estos momentos. Feliz fin de semana!! 🙂
Sí, Zary, es un momento brutal… de repente te encuentras haciendo cosas que hacía siglos que no hacías y te lo pasas increïble! Celebro que disfrutes jugando con Sara. Un beso.