28.4.2011
Un día de estos, no lo sé exactamente, sale a la venta en nuestro país el libro “La mujer y la madre” (Esfera de los libros), de la filósofa francesa Elisabeth Bandinter. No lo he leído, aún no. En el libro defiende que el instinto maternal no existe. Seguro que esta mujer tiene muchos más estudios que yo, sabe muchas más cosas y tiene muchos más títulos. Pero asegura algo que yo he vivido en propia piel. A los científicos les encanta comprobar empíricamente los hechos. Pues bien, yo he comprobado empíricamente que sí que tengo instinto maternal.
Esta filósofa francesa seguro que nunca leerá mi blog, pero si lo leyera, me gustaría decirle que yo tengo instinto maternal y que lo he sentido miliuna veces. Lo sentí cuando, a los 15 años, nacieron mis hermanos. Lo sentí cuando a mi alrededor empecé a estar rodeada de criaturas. Lo sentí cuando nació Laia, mi hija… (después de haber sentido otro instinto en el parto, el instinto animal, ¡que también tengo!). Siento el instinto maternal cada día. La afirmación de Bandinter me podría hacer pensar que estoy equivocada y que lo que he sentido y experimentado tantas veces no es instinto maternal. O me podría hacer pensar que soy un caso único en el mundo, digno de estudio. Pero es que esto que me pasa, no es nada anormal. Conozco tantas mujeres con instinto maternal… conozco tantas… ¡Y también conozco hombres con «instinto maternal»! Y lo más fuerte es que mi hija también lo tiene… debe ser una plaga ;).
Lo que sí puede ser es que haya alguien que no lo sienta. No alguien, sino mucha gente que no lo sienta, y es normal. Vivimos en un mundo y en un momento que está absolutamente reñido con los instintos que tienen que ver con las hormonas del amor. Que está reñido con los ciclos, con la tierra, con lo que somos, más allá de nombres y profesiones. Con lo que somos de verdad. He hablado muchas veces de la «desconexión» de nosotros mismos y por lo tanto, también de nuestro entorno. Y el instinto maternal, como tantos otros, va ligado con todo ello.
Pero también puede que no sintamos ese instinto por más que queramos, porque nos evoca algo que no tenemos ningunas ganas de evocar. Quizás una infancia dolorosa y llena de sufrimiento. Quizás una crianza, por parte de nuestros padres, con cero instinto maternal. Quizás demasiadas cosas que no nos apetece en absoluto recordar y la manera de no hacerlo es precisamente, no sintiendo. No sintiendo nada. Ni instintos maternales ni nada de nada. Esto también es absolutamente normal, todos buscamos la manera de sobrevivir sufriendo lo menos posible.
La filósofa francesa que me ha llevado a escribir hoy también critica la presión que reciben algunas mujeres por parte de otras, para que amamanten a sus hijos. Bueno, es posible. Es posible porque en todas partes hay gente radical que emite juicios a la ligera. Una mujer absolutamente pro-lactancia materna poco respetuosa puede hacer sentir a alguna otra que ha dado biberón a su hijo que es una mala madre. Sí, es posible, en el mundo, hay gente para todo y de todo tipo. Lo que me cabrea de todo es crear bandos. Que la lactancia materna, que la crianza, que todo sea una cuestión de «estás conmigo o contra mí». Cuando, en el fondo, todos hacemos, por nuestros hijos, lo que creemos mejor.
Qué manía en intentar no acercarnos, en intentar ser de unos o de otros… Me irrita, me cansa. Y cuando hay niños de por medio, aún más. Porque entonces, como son nuestros hijos, nos ponemos ultra-radicales, cuando, de hecho, no haría falta. Es una batalla perdida de antemano, porque es imposible acercar posiciones desde este punto de partida. Por eso me molesta que gente con tantos estudios y conocimientos continúen profundizando en la idea de los bandos en la crianza, en la teta, en lo que sea. En las mujeres, en los hombres, en los niños… En la vida, en definitiva.