11.10.2012
Yo tenía quizá seis o siete años. Íbamos a casa de los abuelos que vivían a 15 kilómetros de nuestra ciudad, en un pueblecito pequeño que era donde yo iba cada día a la escuela. Era domingo y dentro del coche sólo estábamos mi madre y yo. Ella conduciendo y yo detrás, en el lado derecho, mirando por la ventana. De repente me entró un no sé qué, me acuerdo como si fuese ayer. Una añoranza terrible de ir al bosque. Mis abuelos me llevaban al campo muy a menudo, cada semana sin falta. Mi abuelo es un hombre de pesca, de caza, de setas, vaya, de todo lo que se pueda hacer en el bosque. Recuerdo cuando todavía iba cada día, absolutamente todos los días iba al bosque. Supongo que quien ha vivido y trabajado en el campo, de alguna manera, lo lleva en la sangre toda la vida y siempre ha necesitado ir… cuando pienso en él, inevitablemente pienso en el campo.
No sé cuántos días hacía que yo no iba al bosque. Pero aquel día del coche lo echaba de menos, mucho, y le dije a mi madre: «Mamá, tengo muchas ganas de ir al bosque… me lo paso muy bien y hace demasiados días que no vamos…» Ella no se lo pensó dos veces. Paró el coche en el primer rincón donde vio espacio para aparcarlo. Sólo teníamos que dar unos pasos: estábamos ya en el bosque. Yo no me lo esperaba. Me sorprendió que no me dijera lo que a menudo decimos los padres de «ya iremos, ya haremos esto… un día… no sé cuando» simplemente paró en ese momento, justo cuando yo sentía que necesitaba mi dosis de naturaleza. Me hizo feliz.
Pasaron los años y nunca hablamos de ello. Hasta el otro día. Le comenté que yo necesitaba ir al bosque todavía ahora una vez a la semana, como mínimo. Necesitaba árboles, tierra, caminos, senderos, agua, ruido de pájaros, el viento en la cara con aquel olor de pinos o encinas… y que quería transmitirle esta pasión a Laia, la pasión de sus padres por la naturaleza y por la tierra donde habitamos. Le dije «¿sabes de qué tengo muy buen recuerdo?», estaba segura de que no se acordaría… «del día que íbamos a casa de los abuelos y te dije que tenía ganas de ir al bosque. Paraste el coche enseguida. ¿Te acuerdas?» «Por supuesto que me acuerdo. Y no íbamos, volvíamos de Artés». Me hizo feliz saber que ese momento también había sido importante para ella, que también lo había disfrutado.
Para mí es vital conectarme a la naturaleza, la necesito, no lo puedo evitar. El bosque me calma, me da paz, me ayuda a escucharme, a respirar… Sería incapaz de vivir en una gran ciudad, tan alejada de los árboles. Vivo en un lugar donde si ando un poco, ya estoy allí, y eso para mí es media vida. Porque sino, me ahogo. Ir al bosque para mí es reconectarme a la tierra, al polvo, y de alguna manera, a lo esencial. Porque en la naturaleza no hay nada sino presencia. Los animales, los árboles, viven en el ahora y el aquí de una manera que los humanos nos cuesta. Y a mí, cuando estoy en contacto con todo esto, me es mucho más fácil hacer este ejercicio de detener la mente, de no pensar en nada y de re-encontrarme con lo que de verdad importa.
El bosque, la naturaleza, me centran y poco a poco creo que a Laia también. Es feliz cuando está allí: el domingo, ya lo pide y cuando estamos en el bosque ya no quiere irse. Me gusta pensar que poco a poco, le vamos transmitiendo esta conexión con la tierra también a Laia o mejor dicho, que con nuestra ida a menudo al bosque, hemos evitado que se desvinculara de él, porque estoy convencida de que los bebés, cuando llegan, tienen la conexión con la tierra mucho más clara que sus padres. Y creo que lo único que tenemos que hacer nosotros, entonces, es intentar evitar que se desconecten, que la pierdan y que se desaten de los ciclos, de la tierra, del polvo, los animales y los árboles. Sólo eso.
2 respuestas
Sabes que te leo y añoro mi mar.. el mar con el que crecí,el que veía todos los días camino al colegio, el que visitaba todos los fines de semana, el que me llena de calma, y me aquieta el alma, ese que me arrulla con su canto, y que le da sabor y gusto a mi piel… sabes que yo también añoro mi mar, me hace falta meter las manos en la arena, sentarme en la orilla y sentir como el agua viene y va, viene y va, sin prisa, sin tiempo, sin fin…lo necesito mucho pero hoy por hoy lo tengo lejos, y creo que eso me afecta más de lo que me doy cuenta… algo tendré que hacer para volver a él más a menudo, para re-conectarme con sus ritmos, con sus ruidos, con mis raíces y para transmitir a mi hija su cadencia, sus ritmos, su frescura. Feliz fin de semana. Besos!!
Hola, Zary…
Oh, con tus palabras he sentido tu añoranza… qué bien descrita… Yo soy mujer de bosque y de montaña, y supongo que en tu caso, mujer de mar… pero en el fondo, es lo mismo. Lo que nos conecta a la Tierra, a la Naturaleza y a nosotras mismas, porque en realidad, ya lo sabes, somos 1.
Besos