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Hasta el 6 de enero
Cambios de temperatura

Invierno en julio

12.7.2012

 

La semana pasada os hablaba de la intuición. Al día siguiente de publicar aquel post intuí que a Laia le rondaba algo. Aparentemente no pasaba nada, ella estaba igual de contenta como siempre y no había ningún dato empírico que hiciera pensar que le estaba pasando nada raro. Pero yo tenía la mosca en la nariz. Al día siguiente se levantó, y al cabo de un rato me dijo «tengo frío», una frase que hemos oído en contadas ocasiones viniendo de ella. Ella es de las que no tiene frío nunca y que en pleno invierno, suda si le pones una chaqueta delgada…! Tienes que hacer esfuerzos para respetar la temperatura de su cuerpo cuando tú te estás congelando en pleno enero por las calles de nuestra ciudad y la ves sin chaqueta. Pero con el tiempo, nos hemos ido acostumbrando. Por eso, oírle decir «tengo frío» es sinónimo de que algo no va bien.

Hace tiempo que la ropa se la elige ella. Desistimos de decirle qué tenía que ponerse y qué no: tenía las ideas muy claras de lo que le gusta y lo que quiere ponerse, y no me molesta nada que sea ella quien elija los pantalones, falda o camiseta. Para mí, es también su manera de expresar cómo se siente ese día, qué le apetece, con qué ánimo se ha levantado… Elegir colores, texturas, grosores… Es su cuerpo y su ropa. Aquel día de la semana pasada me dije que no me metería, que la dejaría hacer, que (aunque me costara a ratos) respetaría lo que su cuerpo le pidiera:

Fue a la habitación y se eligió un pantalón de invierno, bien grueso, y una camiseta de manga larga. No tuve que decirle«ponte zapatos, que quizá te está saliendo un resfriado» porque ella misma cogió unos calcetines y unos zapatos cómodos de andar por casa. Se vistió como de invierno en pleno julio. Verla hacía entrar calor, la verdad, pero me prometí que intentaría no decirle aquello de«¿no tendrás calor?», confiando en que ella sabría qué le hacía falta llevar en ese momento. A medida que fueron pasando las horas le fue saliendo, efectivamente, un resfriado. Cambió la voz, comenzó a toser… y fue entrando en calor. Volvió a cambiarse: dejó la ropa de invierno y se puso camiseta de manga larga y unas mallas: menos abrigada pero todavía bastante para ser julio. Nosotros calladitos. Observando, confiando. Por la noche, sin embargo, quiso pijama de invierno y costó no decirle que no, que era verano… A ella le da igual la estación del año que sea, sólo entiende lo que siente y necesita.

Al día siguiente ya no se visitó tan abrigada y deduje que se encontraba un poco mejor, que ya no tenía esa sensación de «mal cuerpo». Pero aún tardó un día más a vestir como ella viste normalmente estos días calurosos de verano. Me di cuenta que me costaba no meterme. Me di cuenta de que los padres y madres a menudo nos metemos absolutamente en todo, hablando en todo momento, aconsejándoles en todo momento y que cuando hacemos este ejercicio de «te dejo hacer, confío»… nos cuesta y te tienes que morder la lengua más de una y de dos veces. Pero vi que se le sentaba tan bien… vi que podía confiar en ella porque sabía exactamente lo que tenía que hacer en cada momento. Seguía su cuerpo y su cuerpo la guiaba. Y lo hacía mucho mejor que muchos adultos, que no sabemos cómo respetar nuestro cuerpo y lo que nos pide. Una vez más, una niña de casi tres años me volvió a enseñar muchas cosas; como por ejemplo, que puede ser invierno en pleno mes de julio.

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

3 respuestas

  1. Costa, costa molt no està contínuament aconsellant-los o dient-los el que han de fer. Sobretot perquè són petits i moltes vegades necessiten dels nostres consells o advertiments.
    A vegades però, cal mirar el que ens diuen sense parlar, només amb els gestos, amb l’actitud, amb la mirada.
    Què complicat és ser pare/mare!!!!!

  2. M’encanta aquest post, m’agradaria ser tan valeta com tu ho vas ser en moltes ocasions! Li he fet fer unes suades al pobre Quim, per no deixar-lo fer… Crec que és una mania del meu pare, que he heredat, sempre amb por de que no passin fred, tapant-los fins a les orelles i fent-los suar: molt pitjor això que passar una miqueta de fred!!!!

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