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Hasta el 6 de enero

Gestionar la ausencia

El sábado asistí a la jornada de Dona Llum “Del embarazo al puerperio, apoyo emocional contínuo para madre y bebé” y de todo lo que se dijo, lo que más me llegó, fue un concepto mencionado por la antropóloga Serena Brigidi: La gestión de la ausencia. Más allá del contexto en el que ella hablaba, estas palabras han ido haciéndome “runrun” todo el fin de semana.

Hace muchos años, una persona que había perdido hacía unos meses a su madre, me decía que en ningún momento desde su muerte la había sentido «cercana», entendiendo como cercana el hecho de sentirla presente, próxima, en conexión y eso le provocaba un vacío inmenso. Ese día pensé que no me gustaría sentir lo que ella sentía ni tampoco que mis hijos (si un día llegaban), experimentaran esto después de mi muerte.

Al cabo de un tiempo y mucho antes de quedarme embarazada he sentido la presencia de mis hijas. Primero de Laia y después de Lua, pero con la misma intensidad y de la misma forma: con una fuerza brutal, como si estuvieran ya, a mi lado. La “llamada” era atronadora incluso en momentos en que NO era el momento de quedarme en estado. Un día escribí un post con el miedo de si mis lectores pensarían que estaba loca de atar, pero cuál fue mi sorpresa al ver que se me llenaba el buzón del correo electrónico de los testimonios de otras mujeres a las que les había pasado o les estaba pasando lo mismo y no habían podido compartirlo con nadie.

Cuando trabajaba en Catalunya Ràdio y hacía jornadas de 12 horas, era habitual que durante mucho rato no pensara en Laia porque estaba concentrada en el trabajo, pero de repente me venía al pensamiento y ella se me hacía presente. Cuando podía llamar a casa, a menudo me decían «se ha levantado a las x» o “a tal hora ha preguntado por ti»… y parecía magia cuando me daba cuenta de que era justo la hora en que yo había pensado en ella ( y ella en mí).

Cuántas madres (y padres, porque esto puede pasar a los dos), explican que supieron que su hijo no estaba bien mucho antes de recibir la noticia de que había tenido un accidente o que había muerto?

Telepatía, conexión, lo que queráis… yo esto lo describo como LA FUERZA DEL VÍNCULO, algo que mi madre me ha transmitido como importantísimo, (no en vano escribimos un libro sobre ello!) y que yo siento, de hecho, como la gallina de los huevos, la base primera, el núcleo.

El sábado me di cuenta que con Laia hace tiempo que hacemos esto por cual yo no tenía palabras: gestionar la ausencia. No hablamos de la muerte si ella no la menciona, pero hablamos de la ausencia: de qué siente cuando no estamos sus padres, y de qué ocurre cuando estamos separados físicamente. Le digo que hay algo (no hablamos con la palabra «vínculo» todavía), sino que se lo describo como un hilo invisible que sale de su ombligo hacia el mio y viceversa. Un hilo que sale del ombligo de su padre hacia el suyo y viceversa, y lo mismo con Lua. Un hilo invisible que está aunque estemos lejos, aunque no lo podamos ver, y que atraviesa paredes y montañas. Un hilo que nos conecta y que trasciende el espacio y el tiempo. Que estaba antes de que ella habitara en mi vientre y que estará siempre. Cuesta de explicar y entiendo que pueda ser difícil entenderlo para alguien que no lo ha experimentado, que no ha sentido la fuerza del vínculo, esto que cuento…

Hace 15 días Laia se fue de colonias y pasó una noche fuera. No parecía que le preocupa mucho el tema pero por si acaso, aproveché la ocasión para decirle «si en algún momento, antes de ir a dormir, nos echas de menos, piensa que aunque no estemos allí, aunque no nos veas ni nos puedas tocar, el hilo invisible que nos connecta por el ombligo y que nos une estará. Estamos siempre contigo, aunque en ese momento, no estemos físicamente a tu lado.»

Gestionar la ausencia con los hijos, sin embargo, no es fácil cuando los vínculos no están «en su lugar”, cuando no nos sentimos 1amb nada ni nadie o cuando no podemos experimentar el gozo de sentirnos «conectados». Y sobre todo, cuando no sabemos que somos mucho más que el cuerpo que tenemos, lo que pensamos en ese momento o la emoción que sentimos.

Si nos identificamos con lo que hacemos, con el cuerpo que tenemos, con lo que pensamos o con lo que sentimos, es fácil que manejar la ausencia nos provoque un vacío tan enorme que lo único que queramos hacer es no hablar de ello. Como si el hecho de no hablar de la ausencia haga que la muerte venga más tarde o que nos ahorre el dolor cuando se lleve alguien querido…

Con Laia hablamos ya de todo esto: de quienes somos en realidad. Para ello nos va muy bien un libro que le regalaron por Sant Jordi sobre el cuerpo humano. Allí vemos cómo cambia el cuerpo a lo largo de una vida, como va cambiando también nuestra manera de entender y ver el mundo, y como nos invaden las emociones a cada instante. Cuando se enfada y le sale esa rabia desbocada y luego le sabe mal le digo que ella no es aquello. Que no es aquella emoción, como tampoco es la alegría o la tristeza. Son emociones, simplemente, que la ocupan en determinados momentos y a veces se apoderan de ella. Pero que ella es mucho más que el cuerpo que tiene ahora, mucho más que lo que piensa ahora o ha pensado anteriormente, y mucho más que lo que siente. Su esencia es mucho más. Es algo que permanece, que estaba ya antes de nacer, que no se altera por los vaivenes de la edad ni de la vida, y que está siempre.

A medida que vaya creciendo le explicaré que es un lugar donde puede ir siempre que quiera o pueda, a su esencia, y que allí encontrará el confort y bienestar que necesite. A veces pienso que ella todo esto ya lo sabe y que lo único que tendré que hacer es recordárselo por si lo ha olvidado. Porque sí, siempre he tenido la sensación de que esto nuestras hijas lo saben. Saben quienes son y sólo hace falta que no lo olviden…

Gestionar la ausencia no creo que te exima de sufrir como el que más cuando alguien que amas muere. Pero una vez la emoción de la pérdida ha podido expresarse, llorarse, salir y ser… entonces, como toda emoción, se disipa y queda otra cosa. Va desapareciendo la niebla y poco a poco, va quedando lo esencial, aquel hilo invisible que llega hasta el ombligo y que te reconecta de nuevo con quien has perdido. Y sientes que te acompaña, que está ahí. Y cuando sientes eso, que no estás solo, que no te ha dejado para siempre, puedes seguir viviendo, puedes seguir amando, puedes seguir adelante… porque hay algo que te empuja, que te empuja hasta que sea tu hora: LA FUERZA DEL VÍNCULO. Que se mantendrá y que empujará a los tuyos cuando te lloren una vez hayas muerto. Y así… separados pero juntos, una generación tras otra.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

4 respuestas

    1. Hola Núria,
      Sí… sé que ho saps, molt millor que jo! M’ha encantat això que dius: «és consol, contacte i comunicació». I el millor: el vincle és etern…
      Una abraçada ben forta!!!

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