6.6.2011
Hay días que aunque tenga sueño, me acuesto y tardo un buen rato a dormirme. Son aquellos días que no se quieren acabar y generalmente, son días en que me siento frágil. Ayer me sentía así; día gris, lluvioso, y con la regla, fragilidad asegurada. Me venían a la cabeza un montón de conversaciones de la semana anterior, frases escuchadas en el parque, situaciones vividas en torno a la crianza. No me las podía quitar de la cabeza y les daba vueltas, y más vueltas; aquello de «deberías haber dicho eso», «deberías haber hecho esto otro»… Revivía aquellas conversaciones con más pena de la que tocaría en una situación de no-fragilidad, vaya, en una situación «normal». Y en el fondo de mí, ya sabía por qué.
Cuando oigo o alguien me explica que deja llorar a su hijo (solo) para que aprenda no sé qué, porque ya está bien, o por los motivos que sean, casi siempre me entra una pena infinita. Cuando estoy frágil, esta pena se multiplica y me doy cuenta que no es tanto por el bebé que llora, ese bebé de meses que dice con llanto lo que necesita, que reclama a «mamá» con insistencia y poca escucha, sino por mí. Porque yo también fui un bebé que lloraba con mucha insistencia y sin demasiada escucha. Porque cuando nací, fruto de un parto natural, mi madre estaba eufórica y con muchas ganas de cogerme en brazos, pero en la clínica le dijeron que no era bueno, que me tenía que dejar 2 días en la camita, sin tocarme, hasta que le subiera la leche. 2 DÍAS tocándome sólo por las cosas «imprescindibles» como cambiarme el pañal y darme un biberón de agua con azúcar cada tres horas! 2 días sin calostro, sin teta, sin la mamá que anhelaba. (Por cierto, recomendaciones ideales para acabar con la lactancia tal como lo hicimos, a los 3 meses). Y ella, que no sabía nada más que lo que le decían, daba vueltas alrededor de mi cuna feliz de haberme tenido, con las hormonas a mil, pero no me daba lo que ambas tanto necesitábamos.
Por eso me toca tanto cuando oigo según qué y estoy frágil. Porque la escena que me cuentan o que escucho en el parque la he vivido en propia piel y entonces la pena se apodera de mí y ya no puedo pensar con claridad; pensar que aquella madre hace lo que piensa que es lo mejor para su hijo, pensar que de alguna manera, ambos han elegido estar juntos, pensar que cada uno aprende lo que debe aprender… Cuando estoy frágil no puedo pensar, sólo puedo sentir el llanto. El llanto de aquel niño tan pequeño que resuena en mi propio llanto. Y me veo a mí misma, pequeña, perdida y esperando. Esperando que alguien se diera cuenta que YO necesitaba. Que necesitaba contacto, calor, acogida, mamá. Que deseaba reencontrar el espacio idílico que había vivido dentro del vientre materno. Esperando que esa angustia se disipara lo más rápidamente posible. Esperando que se acabara. Esperando. Y mientras esperaba, sentía pena. Pena, tristeza, dolor, que me penetraba poco a poco pero inexorablemente por todos los poros de mi piel. Los mismos poros por donde penetran las palabras de madres que me dicen esto y lo otro y me hacen revivir esa misma pena. La pena instalada de mi «yo pequeña». En los días frágiles no tengo ninguna coraza, voy totalmente desnuda y algunas frases penetran hasta el muelle del hueso, provocando un «tocado y hundido» radical y sin compasión.
Es, por suerte, sólo en días frágiles como ayer que no puedo alejarme de lo que sentí y fuí cuando era sólo un bebé. Días en que la mente, la razón, el saberme querida, a pesar de todo, el saberme adulta, no tienen nada que hacer ante aquella pena primera en una cuna, recién nacida. Son días en que no soy buena para acoger la pena de nadie, porque con la mía, ya tengo de sobra.
5 respuestas
Querida Miriam,
No me extraña nada que te hayan quedado grabados aquellos dos primeros días de vida, me ha parecido devastador. Desde luego, que a veces se dan unos consejos que… y además personal se supone que cualificado… En fin.
En cuanto al resto que cuentas, desconozco las madres con las que interactúas y los consejos que te transmiten, pero puedo entender que dado tu experiencia de primera infancia lo vivas con mas crudeza de lo que en realidad es y como bien dices es en esos días de «fragilidad».
Yo soy de las que pienso que en el término medio está la virtud, como decían en la guardería de mi hija mayor: «hay que cortar el cordón umbilical», eso no significa dejar de quererles ni mucho menos, pero ya han adquirido un grado de independencia física y hay que enseñarles poquito a poco a adquirir un grado de independencia emocional, que no es desvincularse ni nada parecido, pero si no sucumbir a todos los deseos de los pequeños y además ipso facto, sino que también hay que enseñarles a empatizar con nuestras propias necesidades y que aprendan que «el mundo no gira alrededor de ellos», esto no es una crueldad, sino una realidad, un dato, una verdad. De otra manera estaremos educando futuros tiranos. ¿Cómo lo ves?
En fin, «molta força» 😉
Gràcies, Martina.
Es un tema complicado; como madre, encontrar el punto justo no es fácil. Cada bebé o niño pequeño es un mundo y se tiene que observar muy bien, creo, en qué momento está y qué es capaz de asumir/entender/procesar, y qué aún no. El sentido común es muy útil en estos casos… y el vínculo. Si estamos bien vinculados todo es mucho más sencillo. En fin… es en definitiva, un largo e interesante aprendizaje; para el hijo y para los padres, ¡sin duda!
A mi también me pasa algunos días algo parecido. Me siento muy vulnerable y como si sintiera demasiado, todo me afecta y la pena por todo me inunda. Lo malo es que termino enfadandome conmigo misma por sentirme así pero se que forma parte de mi personalidad. Un besito
Yo, cada día me arrepiento de haber aplicado a mi hija mayor el método del Dr. Estivill para dormir.Primeriza, inexperta, desbordada por el trabajo (yo no tengo baja por maternidad), sin dormir… «No la cojas mucho, que se acostumbra y no te va a dejar hacer nada», «si se acostumbra a dormir en tus brazos ya no vas a poder quitarle la costumbre nunca». TERRORISTAS! ME CABREA!
Hay días en que nos sentimos así, nos arrepentimos de ciertas actuaciones, pensamos que lo podríamos haber hecho de otra manera. Pero solo demuestra que somos humanas, que nos preocupamos, que reflexionamos, claro que no nos gusta esa sensación de fragilidad, pero creo que nos enriquece y nos ayuda a mejorar.