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Hasta el 6 de enero
Eterno

Eterno

7.2.2013

Hace días que pienso en la muerte, en el duelo y en el vínculo. El lunes nació Martí y el martes murió. Es inevitable conectar con el dolor de la familia, y de rebote, pensar en todo esto que no controlamos, que es la vida y la muerte. Preguntarnos por qué, en definitiva… buscar respuestas.

Inevitablemente también te intentas poner en su piel y de hecho, te rompes también un poco. Los que tenemos hijos (y quizás también los que no) sentimos cada muerte de un niño pequeño como si pudiera ser también un poco nuestra. Porque nos toca, porque en el fondo, el amor hacia un hijo nos hace 1. Es cierto, no podemos cuantificar el amor ni puedo describir exactamente qué siento yo por mi hija y luego compararlo con lo que sientes tú o aquel otro por su hijo. Pero algo nos dice que el amor nos une porque intuimos que no debe ser muy distinto el uno del otro…

Entonces y también inevitablemente, me pregunto si hay más dolor en la muerte de un hijo de un día, que si no hubiera nacido vivo. O si hay más dolor en la muerte de un hijo de tres meses o de cinco años. Después de darle vueltas, y sabiendo que sólo es mi opinión o mejor dicho, lo que yo siento… creo que no, que quizá no hay ninguna diferencia. Porque un hijo es siempre un hijo y el amor que les tenemos es enorme y muy probablemente, desde el primer día que nos sabemos esperándolo.

Una madre feliz e ilusionada con aquel hijo que sabe que crece dentro de su vientre siente un dolor infinito cuando en la ecografía de las 12 semanas le dicen que el corazón no late. Unos padres deseosos de hijo en brazos se rompen por dentro cuando les dicen a los cinco meses de gestación que tiene una malformación y que no podrá vivir fuera del útero. Los padres que ven a su hijo un solo día se mueren también con él un poco cuando se les va como un ángel… Y cuando un niño muere a los 4 meses, o a los 5 años, o a los 10 o 16, todos y cada uno de sus padres se sienten muriendo en vida…

No, no creo que haya ninguna diferencia… Sino, que se lo pidan a las mujeres de 84 años que han visto morir a un hijo de 60 de cáncer y han pedido a Dios mil veces «¿Por qué no me llevas a mi, que a él no puedo soportar verlo morir?»…

Porque sí… creo profundamente que un hijo es siempre un hijo. Cuando apenas lo sabemos creciendo en nuestro vientre y cuando somos ancianos y los vemos que ellos se han convertido, también, en abuelos…

Y precisamente eso, ese amor infinito y enorme es lo que hace que la maternidad y paternidad sea tan extraordinaria. Tan profundamente transformadora. Porque el amor hacia un hijo es eterno y no entiende de espacio y de tiempo. Y se propaga día tras día, semana tras semana, año tras año… aunque haga mucho tiempo que aquel hijo ya no es físicamente con nosotros. El amor nos lo trae, nos lo acerca y nos hace mucho más llevadera su ausencia.

Deseo de todo corazón que los padres de Martí sientan ese amor eterno hacia su hijo y que eso les ayude a volver a avanzar y a confiar, a pesar de todo, en la vida.

 

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

6 respuestas

  1. Arrel de les males notícies que ens vas donar i altres que no hi tenen a veure, jo també he estat pensant molt en això. I simplement, el cor se m’omple de llàgrimes cada cop que em poso en la pell dels pares que han perdut una criatura. Un abraçada ben forta a la família del Martí.

  2. Siento lo mismo.. un hijo es un hijo sin importar la edad que tenga ni el tiempo que este aquí acompañándonos. Ver el dolor de otros padres, de otra familia siempre se siente un poco nuestro y nos lleva acerca a lugares de profundo dolor que no quisiéramos jamás visitar. Un abrazo.

    1. Exacto. Intuyes que existe ese lugar pero ojalá nunca tengamos que visitarlo… Y si finalmente pasara, que la luz, que la claridad no nos abandonen…
      Un beso

  3. Yo no tenía claro este tema hasta que me quedé embarazada, y la primera vez que pude oír el latido del bebé sentí como si ya lo conociera y lo amara hasta lo más profundo de mi ser. Y sentí en cierta manera que ya era madre, que tenía la responsabilidad de cuidar de él y hacer todo lo que pudiera para que fuera feliz y estuviera sano dentro de mi. Y ese amor ha evolucionado por supuesto, pero su intensidad es la misma ahora que tiene 13 meses. Lo siento mucho por esa familia. Una amiga que perdió a su bebé tras nacer, años después de aquello me dijo: «la muerte de un hijo no se supera tuviera la edad que tuviera al morir, ni se olvida uno de ellos un solo día, simplemente se aprende a vivir sin ellos y a gestionar el dolor.» Y sus palabras me parecieron muy acertadas para describir ese luto. Un abrazo lleno de cariño para esa familia, a la que aunque no conozco, imagino cómo se deben sentir (y probablemente en realidad no imagine ni un tercio de lo que realmente sienten).

    1. Hola, Mamá Práctica…
      Totalmente de acuerdo contigo. Sentí lo mismo desde el mismo momento en que sentí (mucho antes del test de embarazo) que estaba en estado… Y sí, intuyo que es un duelo que se aprende a vivir con él, que incluso puede transformarse en algo que produzca menos dolor… quién sabe… pero que no se olvida ese hijo nunca, de eso estoy profundamente segura.
      También creo que no podemos ni imaginarlo… Un beso y muchas gracias por tus comentarios.

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