24.3.2015
De la misma manera que conscientemente decidimos tener una hija y luego una segunda, ahora también, conscientemente, hemos decidido no tener más hijos. Sentimos que somos los que teníamos que ser, una sensación que no tuvimos después del nacimiento de nuestra primera hija porque ambos notábamos que todavía faltaba alguien. Ahora no. Ahora tenemos la certeza de que nuestra familia está completa. Y así, con esta decisión consciente fruto de un sentimiento tan sutil y a la vez profundo, me encuentro cerrando etapas.
Ahora, que Lua está a punto de cumplir un año me veo lavando la ropa que ya no le va bien porque le ha quedado pequeña y la empaqueto sabiendo que ya no volveré a abrir esa caja estando embarazada mientras hago el nido. Ya no tendré que hacer recuento de lo que tengo y lo que no tengo para el nuevo miembro de la casa. No será necesario volver a mirar con ilusión ninguna ecografía ni hacer la bolsa para el hospital. Cerramos una etapa. Cierro una etapa, como mujer, que me ha transformado profundamente.
Doblo la ropa de Lua que le ha quedado pequeña y me hago consciente de que ya no volveré a hacer el amor con aquella ilusión desbocada de estar engendrando un hijo. Que ya no volveré a notar como el corazón me late loco mientras esperamos qué dice la prueba de embarazo. Ya no volveré a tocarme la barriga diez mil veces al día para acariciar mi hijo porque ya no tendré más bebés en el vientre.
Paseo por casa dándome cuenta que aquellas patadas y movimientos que notaba dentro cuando gestaba ya no volverán nunca más. Ni aquellas dudas, de si podría parir. Ni aquella espera dulce de cuando no sabes en qué momento arrancará el parto. Ni volveré a tener un hijo mío recién nacido en los brazos…
El primer año de vida de Lua se me escapa entre las manos y me doy cuenta que es mi última hija, y me digo «no te pierdas nada, saboréalo todo», porque nunca más tendré otro hijo de esta edad, y lo que ya no recuerde ahora no lo recordaré jamás. Lo que ya no haga ahora ya no lo podré hacer nunca más, porque ella crece muy rápido y ya nunca más volverá a estar a punto de cumplir un año.
Paseo por casa y pongo conciencia a esta sensación y trascendencia de saberme estar cerrando una etapa y me siento privilegiada. Afortunada de haber podido vivir todo lo vivido, de haber podido tener bebés en la barriga, de haberlos podido tener en brazos, de haber aprendido a palos con los partos que no tuve, de haberme enamorado aún más de mi marido con cada nueva hija nuestra que nacía… Afortunada de poder decidir, de poder hacer, de poder vivir y de poder sentir.
Duelo? Tristeza? Nostalgia? No os lo puedo decir. Sé que ahora no, que ahora no hay nada de esto. Quizá porque es demasiado pronto y hace demasiado poco, quizá porque cada paso ha sido vivido con tanta presencia que siento que me he llenado hasta la médula. Quién sabe, quizás algún día aparezca alguna lágrima por lo que ya no podrá volver a ser… quien sabe! Será, en todo caso, bienvenida, y la dejaré caer, y dejaré que afloren otras y más grandes, si es que tienen que venir… llorar lo que ya no será, llorar la ausencia de lo que un día viviste o tuviste… nostalgia, melancolía…
Porque estas etapas, las de gestar, parir, criar… enganchan. Porque están tan cerca del mundo sutil, de la falta de filtros, de la esencia nuestra y de nuestros hijos, del vínculo que nos une, que cuesta alejarse de estos inicios tan transformadores.
Paseo por casa y encaro con ilusión esta nueva etapa de tener dos hijas y no esperar ninguna más. De verlas crecer y vivir intensamente. La nueva etapa de pasar a otras etapas.
Un comentario
Que maco miriam. Jo que no se si m.animare a tenir un tercer he pensat en aquesta sensacio varies vegades. Mokt ben descrit…com sempre!