13.9.2011
A ver si reconocéis la escena:
No has visto al padre de la criatura durante todo el día. Por la mañana sólo habéis tenido tiempo de deciros «buenos días», daros un beso y añadir: «que vaya bien». Durante esa jornada han pasado muchas cosas y tú la has pasado con tu hija. Llega la noche y estás esperando con ansia que llegue él para explicarle todo lo que le tienes que decir (cosas importantes y otras que no tanto). Hace rato que miras el reloj porque ella, la criatura, ya ha preguntado por el padre al mediodía y le has tenido que decir que no venía a comer y desde hace media hora (¿como puede saber qué hora es?) no para de preguntar: «¿Y papá?«. «Que no tarde…» piensas, porque a veces la insistencia de un niño pequeño satura y te preguntas cómo puede llegar a hacer la misma pregunta mil quinientas veces como si la hiciera siempre por primera vez.
Oies la llave en la puerta y piensas «¡por fin!». Le ves contento porque él también tenía ganas de llegar a casa. Tiene cara de cansado pero viene enseguida dónde estás para darte un beso y también otro para ella. Ella le hace morros, así de entrada, como simulando no querer el beso. Deducimos que es su manera de decirle «te he echado de menos… quería que llegaras más temprano». Él, que ya sabe de qué va la cosa, no se ofende y en vez de eso, hace como que es un juego y empieza a perseguirla para darle el beso mientras ella se rie y corre por el comedor dejándose pillar porque se muere de ganas de que su padre la abrace. Hace un tiempo que lo encuentra el mejor padre del mundo, y se le ve en la cara.
Entonces él intenta dejar la bolsa (¡aún la llevaba encima!), quitarse los zapatos e irse a cambiar para ponerse cómodo y sentirse finalmente en casa. Pero ella ya lo reclama. Intenta capear la situación y hacer lo que debe hacer atendiendo también las peticiones de ella, que se muere de ganas de jugar con su padre. Y aquí entro yo, porque yo, que a veces ni me doy cuenta del ansia de mi hija para estar con él, le reclamo también mi pequeño espacio de pareja. Y le empiezo a contar cosas: primero yo, luego él… mientras ella grita «¡¡¡papá, papá, papá, aquí, papá, papá, papá, jugar, papá, papá, papá, ven !!!» con la misma insistencia con la que antes me preguntaba a mí «¿Y papá?«. .
Ambas reclamamos a la vez nuestra «parcelita»; ella de padre, yo de marido, sin respetarle su tiempo de aterrizar en casa, de relajarse, de llegar. Y él, que ya venía bastante cansado y agobiado, va poniendo una cara más y más rara por no podernos satisfacernos a ninguna de las dos. De repente se colapsa y nos dice: «¡UN MOMENTO!» Y callamos. Entonces me doy cuenta de todo. De mi necesidad, que se ha mezclado con la de ella, con la diferencia que soy yo la adulta y que lo tenía que haber visto antes. Me doy cuenta de cómo lo hemos agobiado en cinco minutos y reacciono rápido: «¡Vaya, perdona! Laia, un momento. Le digo una cosa importante antes de que se me vaya de la cabeza y todo para ti». Él me besa y me dice bajito: «hablamos luego» y me retiro. Les dejo su tiempo juntos, nada ofendida ni celosa, ¡faltaría más! Y disfruto también de mi espacio «sola», que seguro que también lo necesito.
Después de unos diez minutos de haber tenido papá en exclusiva, ella ya se relaja y puede tolerar que él y yo empecemos a hablar otra vez. Cenamos todos juntos, nos contamos el día. Y si hay suerte… ella se va a dormir relativamente temprano y nos deja, por fin, un poco de espacio de pareja en el que podemos hablar, explicarnos, reír o simplemente, disfrutar de estar juntos y de estar bien.
Cuando estoy a punto de dormirme, siempre pienso: «tenemos que dejarle aterrizar cuando llegue, a ver si me acuerdo» y deseo hacerlo mejor la próxima vez… Pero sin sentir ningún tipo de culpa porque lo que nos pasa, tanto a mí como a ella es más que normal y se llama: echar de menos a papá cuando está muchas horas fuera de casa.
5 respuestas
Reconozco esta escena perfectamente, y la verdad es que yo tampoco me doy cuenta de que él también necesita respirar, gracias por recordármelo….
Yo he necesitado escribirlo, a ver si de esta manera, lo recuerdo más vivamente!!! 🙂 Un beso y gracias por comentar.
Aisss jo també tinc aquest moment cada nit, però sense el Joan, el meu home quan arriba a casa ell ja dorm i només el veu una estona pel matí i el porta a escola… una peneta…. :((
Segur que el moment deu ser ben diferent sense el nen cridant com si li anés la vida: «PAPA, PAPA, PAPA!» però segur que també el troba a faltar… En fi, és el que hi ha, oi? Una abraçada!
En mi casa pasa algo parecido. Yo trato de dejarle unos minutos para que se cambie, se ponga cómodo y pueda estar con nosotros pero el peque en cuanto le ve se agarra a su pierna y ya no le suelta en toda la tarde. Su padre es su mejor compañero de juegos 😉