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Hasta el 6 de enero

Embarazo: me transformo

 

Cada día que pasa me transformo un poco. Me doy cuenta de ello cuando me desnudo y entro en la ducha. Poco a poco, tengo que hacerlo con más cuidado porque la barriga me desequilibra. Me miro los pechos y aparte que hace tiempo que son grandes, las aureolas se han ido oscureciendo, preparándose para que Lua vea los pezones donde agarrarse bien presentes cuando salga de mí. En mi vientre todavía no se ha dibujado la línea alba pero ya es redonda y gorda y ya no puedo ni verme los pies. Hay días que me tira un poco la piel pero pocos, y noto a Lua perfectamente.

Ser delgada tiene una ventaja cuando estás embarazada y es que notas cada parte del cuerpo del hijo que gestas. Con Laia ya lo viví: noto el bracito, la cabecita, los pies, un codo, una rodilla. La toco, la acaricio y le digo que es preciosa y que me encanta que esté dentro de mí. De esta manera, con el sentido del tacto y con las palabras que oye vibrar a través del líquido amniótico nos vamos conociendo y nos vamos queriendo cada día un poco más. Él también lo nota todo y cada día tienen sus ratos íntimos de tacto y vínculo.

Cuando Laia me abraza siempre se encuentra a la altura de la cabeza, mi barriga redonda y con frecuencia me levanta la camiseta o el jersey y la besa. O le dice «Hola Lua! ¿Me ves?» . Se ha dado cuenta perfectamente del crecimiento de mis pechos y ya me ha pedido si algún día le dejaré probar la leche que saldrá de ellos: «claro», le he dicho.

Me transformo en cuerpo, porque mi físico ya no es el que era. Pero también me transformo en alma y cada vez me es más fácil imaginarme con una nueva hija entre los brazos.

El concepto de cuatro ya lo siento plenamente integrado dentro de mí y tengo la sensación de que me he ido acomodando a este nuevo estado de familia con un nuevo miembro. Ya no es un abstracto sino que siento su realidad y me gusta.

Dentro de la ducha, con el agua que me abraza, es donde noto más perfectamente que mis límites corporales se han ensanchado. También cuando él me abraza. Me siento redonda y llena de curvas y no me desagrada, al contrario. Me siento receptáculo grande para acoger a una niña que cada día es más niña, que cada día es más densa y que cada día está más aquí, conmigo. Hay noches que me despierta con sus movimientos y le tengo que decir «mi amor, todavía es de noche, y quiero dormir un poquito más…» nos tocamos un poco, le digo cosas bonitas mentalmente y me vuelvo a abandonar el sueño más profundo.

Esta vez no tengo sueños de preñada, o al menos todavía no. De aquellos en que el bebé te nace pequeño y se te escapa por la pila, o los de que te lo has dejado en el supermercado olvidado. Esta vez sueño otras cosas, surrealistas también, pero mucho más agradables. En dos ocasiones he soñado que volaba. Otra vez. Y vuelo y escojo por donde paso y qué quiero ver…

Me transformo poco a poco y sin apenas percibirlo con nitidez, me doy cuenta que también me alejo un poco. Del mundo exterior, del mundo conocido. Y me refugio cada vez más en los pequeños momentos, en cada patadita, en los dibujos de Laia, en los cuentos de antes de ir a la cama, en los abrazos, en los momentos íntimos de pareja, en la buena compañía, en la familia más cercana, en las amistades más íntimas… Me alejo de lo externo, del ruido, del movimiento… y estas vacaciones de Navidad han ayudado. A cambiar de ritmo y dormir hasta que el corazón nos dice ya basta. A no hacer nada o muy poca cosa. A las siestas que no se acaban. A las cosquillas de la mañana. A los desayunos sin prisa…

Y me abandono sabiendo que ahora es lo que toca vivir, sabiendo que ahora es lo que quiero. Me abandono a esta transformación constante materna que me da la vuelta y me sumerge, que se me lleva muy lejos, para poder ir cogiendo el mismo ritmo que Lua, para poder sincronizar relojes y poder, cuando sea el momento, dar a luz.


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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

7 respuestas

  1. Que bonic és estar embarassada! Tal i com ho expliques, m’han vingut ganes de tornar a aquell estat de felicitat plena, de sentir que estava fent allò per la qual cosa existim! A pesar de les meves limitacions, em sentia més poderosa, més útil, més dona i més plena (també literalment) que mai. Quan ho vius tens ganes de que arribi el part i el nadó, però ara m’agradaria que hagués durat més temps. Molt bonica entrada.

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