25.7.2011
De vez en cuando, más a menudo de lo que me gustaría, suceden acontecimientos que me hacen dar cuenta aún con más fuerza que algo en mí ha cambiado desde que soy madre. El hecho de ser periodista y trabajar en los Servicios Informativos de una radio hace que, apenas puedas escapar de las malas noticias. Te absorven de otra manera porque las tienes que explicar, y antes de explicarlas te tienes que informar, para poderlo transmitir a aquellas personas que te escuchan.
El viernes fui a dormir sabiendo que en Noruega había habido un atentado con seis muertos, si mal no recuerdo. El sábado estuvimos todo el día fuera y totalmente desconectados, sólo disfrutando de la naturaleza y la buena compañía. Por la noche, cuando estábamos llegando a casa me llamó una amiga y me dijo que se sentía chocada por los acontecimientos del país nórdico. «Ya, -dije- ¡y menos mal que murieron seis personas y no 40!», «¿Que no lo sabes?», me preguntó. La respuesta era evidente. Cuando me contó todo lo ocurrido, la cantidad de muertos adolescentes que había, no me lo podía creer. Es, en estos momentos, cuando me doy cuenta que algo importante en mi ha cambiado. Ya no vivo las muertes de la misma manera que lo hacía antes de ser madre, y ya no vivo las «malas noticias» como si a veces me fueran ajenas. Todas me tocan y me afectan. Algunas incluso me hacen llorar, o hacen que piense en ellas durante días y días.
Porque enseguida pienso en aquellos chicos y sobre todo, en sus padres. Porque hay algo peor que se te muera el hijo y es pensar que antes de morir, pasó mucho miedo. ¿Os imagináis viviendo el resto de vuestras vidas con este peso? Ya no sólo con el del asesinato de la persona que más queréis, sino pensando que sintió terror antes de morir. Debe ser horrible. Porque entonces lo debes imaginar, no como un chico de 15 años o una chica de 16, sino como el bebé que algún día fue, y te deben venir unas ganas animales de abrazarlo, de acunarlo, para alejarle todo el miedo, para calmarlo, para decirle, «no pasa nada, todo irá bien»… como habías hecho tantas y tantas veces…
Después de pensar en todo esto y de que me afecte, antes incluso de haber visto ninguna imagen por televisión, me viene la inevitable pregunta: «¿En qué demonios de mundo vivimos? ¿A dónde he traído a vivir a mi hija?».
Hace poco que he vuelto a trabajar. El primer día de esta reentrada me tocó escribir sobre la sequía y crisis humanitaria que está sufriendo el Cuerno de África y muy especialmente Somalia. La radio tiene una ventaja o inconveniente, depende de las veces, y es que no hay imagen. En este caso era una ventaja porque cuando veo la misma noticia por la tele y la ilustran con un vídeo donde salen niños, bebés desnutridos, no puedo mirar. No es que quiera huir de la realidad y seguir pensando que no pasa nada, es simplemente que ver aquellos ojos que me miran, los ojos de un niño que le puedo ver todo el dolor, todo el sufrimiento, me hace estremecer y me pongo a llorar.
Aquel día y los posteriores (porque el Cuerno de África sigue igual de mal o peor) me vuelvo a dar cuenta que algo profundo ha cambiado en mí porque no me puedo sacarme la noticia de la cabeza y ya vuelvo a pensar en los padres. Porque intento imaginarme cómo debe ser no poder ofrecer nada de comer a tu hijo que te está diciendo que tiene hambre. Porque intento hacerme a la idea de qué debe ser que de tus pechos no salga ni una sola gota de leche para tu bebé, porque simplemente tú también estás desnutrida… Y es como si aquel dolor del Cuerno de África se extendiera, porque al igual que el amor se puede expandir, creo que el dolor, también. Entonces es cuando algo parecido a miedo me viene a ver para decirme que un mundo donde pasen y se deje que sucedan estas cosas no puede acabar bien.
Para conseguir dormir intento volver al amor, volver a sentir amor, de aquel que me engrandece el alma, esperando que aunque sea poca distancia, se extienda y abarque a todo aquél a quien pueda llegar.
6 respuestas
Miriam, no me puedo sentir mas identificada contigo en esta situación. Sin duda, la maternidad no convierte en seres mas empaticos y sensibles. Tanto me afectan este tipo de noticias, que tengo que confesar que las evito al máximo desde que nació Sara. Mi corazón de madre no es capaz de soportar ver como estamos rodeados de personas desequilibradas producto de un mundo violento, intolerante y sin amor, que hemos alimentado e ignorado durante tanto tiempo. Perder un hijo debe ser demasiado doloroso y mas en situaciones de este tipo. Yo vivo en un país donde la violencia nos permea desde que tengo uso de razón. Llevamos décadas enteras en un conflicto interno, que nos enfrenta día a día con la muerte y la violencia. Con tal sobre exposición, a veces, uno llega a sentirse totalmente acostumbrado a tal situación. El mecanismos nocivo y equivocado de defensa que esgrimimos ees el olvido y la indiferencia. Nada mas peligroso que la costumbre a la violencia, que nos hace tristemente apáticos e inmunes a los nuestros, a su inmerecido y trágico dolor. La maternidad me ha devuelto a la sensibilidad a todo este dolor que me (que nos) rodea. Desde que soy la mama de Sara me duele cada niño, cada padre, cada abuelo, cada tío, cada hermano, cada ser humano que sufre las consecuencias de un mundo que, al parecer, no tiene salvación.
Es en lo que pensé cuando supe de la noticia, en los padres, en las familias, en el vacio sin sus «bebés » y sobre todo sin una explicación de lo sucedido, jamas podrán entender el porque y no sé si serán capaces de vivir. Es cierto lo que te cambia la maternidad, ahora soy capaz de empatizar con personas y asuntos que antes no me llegaban tanto.
This world goes crazy
Me pasa igual. Yo procuro no ver el telediario, me pongo mala, no puedo soportarlo.
Por lo que veo, o por lo que me contáis… somos muchas y muchos que sentimos lo mismo.
Zarina; totalmente de acuerdo. Me ha gustado mucho tu comentario porque has hablado de algo que está también muy presente, la indiferencia. Como si nos hubiéramos vuelto immunes. Porque mirar, ver, duele y mucho… Y qué hacer cuando hay tanta violencia alrededor y nos sentimos tan insignificantes. Seguro que tu en tu país lo has pensado más de una vez, y de dos.
Mami Poppins: Sí, la maternidad, el vínculo con los hijos y estar tan empapados de amor, hace que también sintamos el dolor de los otros de otra manera, verdad?
Mamá contra Corriente: Te entiendo. Muchas veces tengo la tentación de hacer exactamente los mismo… Apagar teles, radios, apartar periódicos,… Normal. La avalancha de «malas noticias» hacen que al final, lo único que tengas ganas de hacer es no saber nada de nada!!!
Un beso a todas y gracias por vuestros comentarios.
Yo,raro es el día que no lloro con el telediario. Mi marido,que me conoce, me mira de reojo cuando sabe que la noticia me ha afectado y, efectivamente comprueba mis lágrimas.
Es terrible. Sólo se me ocurre dar gracias a Dios por lo que tengo y porque mis hijos hayan nacido aquí y ahora.
Creo que no hay nada más grande que el amor de una madre hacia sus hijos, y que el sufrimiento de la misma madre por ellos.
Buena reflexión.
uff…si, jo reafirmo aquest nou sentiment d’amor universal a totes les criatures des de que sóc mare…de fet, abans, amb prou feines m’els mirava els nens…ara els veig tots…
No aprenem de la història, cada vegada vivim més isolats…llegint-te he recordat una xerrada a la que vaig assistir fa cosa de 3 anys on l’Assumpta Montellà parlava sobre el què havia anat desgranant dels pocs testimonis que queden del camp d’Argelers i la Maternitat d’Elna…no vaig parar de plorar per aquelles mares que abans de que aquella gran dona: ELISABETH EIDENBENZ arribés a ajudar-les, se n’anaven a morir al mar amb els seus fills sense vida als braços per no haver-los pogut alletar…molt bèstia! i això és un fet molt amagat encara…i espero que la memòria històrica serveixi d’alguna cosa…i agraeixo l’esforç de totes les persones que com l’Assumpta fan recerca i aporten llum a aquests testimonis…:que no es tornin a repetir aquests fets ni altres mai més!!!!!
Tens raó, una bona manera de combatre-ho és procurar escampar amor i com diu la Mami Poppins empatitzar i ensenyar a empatitzar!