23.6.2011
Fui de las primeras niñas de la clase a quien le salieron los pechos. Juraría que la primera, por desgracia. Porque para mí fue un tostón que me costó años superar. Recuerdo perfectamente la sensación que tuve un día, mientras pensaba «pero qué demonios son estas bolitas que me han salido aquí y que no paran de crecer?! ¡¡¡Qué vergüenza !!!». Entonces mi madre me dijo que tenía que llevar sujetadores y pensé «no por favor, no quiero ir a una tienda y decir a la señora que me enseñe sujetadores… y probármelos… No quiero». Tenía tanta vergüenza… Aquellas dos bolitas iban creciendo y por suerte, mi tía trabajaba para una empresa que cosían, entre otras cosas, sujetadores, y me regaló unos cuantos. Recuerdo que a ella le hacía mucha ilusión darme los primeros de mi vida, y me miraba orgullosa como pensando «madre mía, qué grande estás», mientras yo me quería fundir.
En la clase, como era la primera que tenía tetas, a los niños les hacía mucha gracia. Gracia de la que no hace gracia, sobre todo a mí, que estaba harta de que me tiraran de la tira trasera y la dejaran ir de golpe, con ese ruido y ese daño que hacía. Yo, orgullosa, hacía ver que no me dolía, pero por dentro pensaba «¡seréis cabrones! ¡Lo mismo os haría yo a los huevos, a ver si os gusta! «. Pero yo era de las aplicadas, de las que nunca decía nada fuera de tono, y simulaba que aquello no iba conmigo, deseando pasar el máximo de desapercibida posible. No quería destacar pero era difícil con aquellas tetas que no paraban de hincharse. Mientras tanto, pensaba: «¿pero a qué esperan las otras niñas, que todavía no tienen? Ahora que tanto las necesito, ¿¡dónde están las tetas de mis amigas?!», Pero ni rastro. No es que ellas tardaran, es que a mí me salieron temprano.
Reconciliarme con los pechos no fue una tarea fácil y tardé años. No entendía qué sentido tenían aquellas cosas colgadas delante del tórax y más bien me estorbaban. Cuando hacía deporte, y esas cosas. Con el despertar sexual, la cosa fue cambiando y empecé a pensar que algún sentido sí tenían las famosas tetas. Los chicos me miraban más y veía que eso de que estuviera un poco bien dotada, cotizaba al alza. Con el tiempo, pues, empecé a revalorizarlos, pero sobre todo, a revalorizarme a mí, como persona y como mujer. No fue sólo una reconciliación con los pechos sino con todo mi cuerpo. La sexualidad me ayudó, pero no sólo eso. Poco a poco fui sintiéndome a gusto con lo que tenía, los pechos pero también los pies, las manos, la cara, el pelo, las dioptrías, las virtudes y quizás los defectos y la verdad es que nunca me han importado mucho. A medida que me he ido haciendo mayor he ido estando más a gusto con como soy y con lo que tengo. Soy bajita y ya tengo arrugas, sí. A veces miro a mi abuela, que es pequeña y tiene la cara y las manos arrugadas y me gusta. Me gusta como es y me gusta como seré yo cuando pase el tiempo. Porque yo seré como ella, estoy segura.
Y un buen día, esta mujer que soy yo estuvo embarazada y todo creció. Los pechos, la barriga, el culo y las piernas. Nunca como entonces he estado tan orgullosa de mi cuerpo y de mis curvas. Me sentía bella en todos los aspectos y en todo momento. Me sentía exuberante y mujer, muy mujer. Y empecé a sentir admiración por aquellos pechos que tanta vergüenza me habían hecho sentir. Descubrí que sí, que estaban también por otra cosa, para amamantar a mi hija, para darle alimento y nutrir-la de madre. Si me quedaba alguna migaja del mal recuerdo de aquellos pechos sin sentido de la pubertad, desapareció en el mismo momento en que mi hija empezó a mamar.
Estos pechos, los primeros de la clase en aparecer, me han dado tantos momentos de felicidad que ahora, lamento muchísimo haberles menospreciado tanto. Hace 22 meses que cada día, estos pechos me recuerdan como son de importantes en las mujeres y ahora, francamente, me es absolutamente igual si me cuelgan más o menos cuando, el día que sea, acabemos esta lactancia materna larga y placentera. Para mí no tiene ninguna importancia, ninguna. Para mí es importante sentirme una con mi cuerpo, con mis pechos. Para mí es importante ver cómo mi hija las quiere, como la llenan de alimento, de calor, de consuelo, de madre… en un rincón que perdurará para siempre. Para mí es importante sentirme mujer y libre, disfrutar de mi cuerpo y de todo el potencial que me entrega día a día, y ver, también, como se va transformando. Como van saliendo algunas canas (¡pocas todavía!), algunas arrugas, algunos dolores que antes no tenía… Porque, como dije ayer, nada perdura y todo está en un cambio continuo, también nosotros y nuestros cuerpos.
Mi relación de odio y amor a mis pechos me ha servido para entrar en contacto con todo mi cuerpo y liberarme de toda culpa o vergüenza. Y sobre todo, para darme cuenta que soy, somos, mucho más que nuestros cuerpos.
PD: Sé que la posición en la que mama Laia no es la adequada, pero es que la foto la tiré yo misma y me costó horrores que saliera bien. Ella estaba a punto de soltar el pezón y decirme: «¿Qué demonios estás haciendo, mamá?«.
3 respuestas
Qué curioso, mi historia bien podría ser la contraria. A mi me tardaron mucho en salir… si es que alguna vez me salieron porque con 28 años casi 29 sigo plana cual tabla de planchar. Y nunca tuve duda de que con ellos alimentaria a mi hijo pero, mira, eso tampoco.
Ole tu! Per agafar-t’ho d’aquesta manera… ja saps que no ho puc evitar i de vegades et dic… POSA’T CREMES PER FAVOR! 😉 A mi també m’encanten les arrugues de la teva iaia… i les teves 😉
Bien por tus pechos!!! Me ha gustado mucho la entrada!!! Me he sentido identificada xq a mi tb me salieron pronto y grandes pero me costo un poco mas adaptrme a ellos, a día de hoy estoy orgullosa de ellos aunq a veces no sepa donde meterlos!!! Jejeje porque eso de encontrar bikinis y camisetas q me queden bien resulta complicado! Un besazo