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Hasta el 6 de enero
el plan

El plan

Estábamos sentados en la sala de neonatos y Lua mamaba. Sabíamos que esa mañana me darían el alta y le dije: «yo no quiero que dejemos a Lua sola, tampoco de noche. ¿Te parece bien si nos lo vamos turnando tú y yo para estar en cada toma? Nos quedan 4 días. Será duro, pero pasarán y luego no nos arrepentiremos nunca de haberla dejado». «Sí, claro, hagámoslo así, te sacas leche y cuando tú duermas estaré yo».

Mi marido y yo acabábamos de trazar el mapa que nos guiaría el resto de la semana hasta el alta de Lua. Un mapa gris porque significaba dormir poquísimo y aguantar como fuera, pero para nosotros, un mapa imprescindible.

Ya hacía dos noches que era la única madre que me quedaba en neonatos; a mí aún no me habían dado el alta («ventajas» de parir por cesárea) y a las otras ya las habían enviado a casa; muchas vivían lejos del hospital y la logística era terriblemente complicada para pasar allí 24 horas. Más que complicada, casi imposible. Pero nosotros teníamos una suerte: vivimos justo delante del hospital y todo ello, esperaba, sería un poco más fácil.

Yo seguía hundida y me daba mucho miedo el momento de salir por la puerta del hospital para irme a casa.

Pero había otro sentimiento que ganaba al miedo y era la añoranza: a partir de ese día la añoranza se apoderó de mí con una fuerza tan tremenda que pasaba por delante de cualquier otro sentimiento.

Si iba al baño o me alejaba de Lua, la echaba de menos, y encima se le solapaba más añoranza: echaba de menos también a Laia, muchísimo. Hacía tres días que la veía muy poco y desde el día antes a mi alta hospitalaria, los abuelos y su padre me empezaron a decir que se le notaba ya que ella también me echaba de menos.

Tanto echar de menos me superaba y pese a que no tenía ningunas ganas de alejarme de Lua, saber que estaría un rato a solas en casa con Laia, me animaba.

Me empecé a sacar leche para dejar la suficiente como para que mi marido diera dos tomas a Lua. El plan era el siguiente: yo estaría todo el día con ella y sólo la dejaría de 14h a 15h para ir a comer con Laia mientras él me relevaba y se quedaba con Lua en brazos. A las 20h él volvería y se quedaría con Lua mientras yo iba a casa y me tumbaba a dormir un rato con Laia.

Aproximadamente a las 12 de la noche él vendría, me despertaría y yo iría con Lua para estar con ella las siguientes horas y darle el pecho, y una vez se hubiera dormido profundamente, volvería para despertarlo y volvernos a turnar. Él, pues, haría las tomas de las 21h y de las 3h de la madrugada. El resto, yo. Con esta táctica conseguíamos que Lua estuviera muy poco tiempo sin ninguno de nosotros y estábamos siempre que tenía hambre, que se le tenía que cambiar el pañal, etc.

Recuerdo el día que me dieron el alta. Salí por la puerta del hospital a las 20h, justo después de haber hecho el primer relevo con mi marido. Andaba encorvada porque la cicatriz me dolía mucho. Tenía todavía las piernas como un elefante y me costaba moverme.

Me dí pena a mí misma. Saliendo sola del hospital, sin niña, caminando como si me hubieran dado un puñetazo en el estómago y con los ojos llorosos.

Pero me tocaba el aire y notaba que no hacía frío; era el primer día de muchos que me tocaba el aire y lo agradecí. Laia estuvo tan contenta de verme en casa que sólo quería hacerme feliz: «Mamá, eres tan bonita! Mira, mamá, ya llevo el pijama! Mama, no te levantes, ya te llevo yo! Mama, dormiremos juntitas…».

Yo estaba agotada, sólo quería abrazarla y dormir. Pero cuando mi suegra se fue y Laia y yo fuimos a la cama, yo tenía una inquietud dentro que no me dejaba descansar. ¿Cómo hacerlo, teniendo a mi bebé tan lejos? Sufría por si aceptaría el biberón, por si querría la leche, por si lloraría… sufría por todo.

Laia no tardó en dormirse pero yo no pude hacerlo. Me quedé en la cama, tumbada con ella, mirando el móvil, deseando que se iluminara la pantalla con algún mensaje de mi marido. Lloré en silencio, para no despertar a Laia.

A las 12 de la noche llegó él y yo aún estaba despierta. Todo había ido bien, se había quedado satisfecha y se había dormido, no había llorado. Pero yo tenía una inquietud que me hizo vestir corriendo y volver a salir hacia el hospital… No veía la hora de volverla a tener en brazos. Cuando llegué dormía tan plácidamente que tuve que esperar a que se despertara un buen rato sentada en una silla a su lado.

La recuerdo como una noche horrible. Todas las noches que pasamos, yendo y viniendo, lo fueron. Corría para llegar al hospital, corría PARA estar con Laia, corría para llegar a ambas con la sensación de no llegar a ninguna.

Las eché tanto de menos… Alguna parte de mí, estoy segura, contactó con algún rincón de Míriam pequeña que también se había añorado en alguna ocasión y el nudo en el estómago que sentía es indescriptible. Las echaba de menos y sabía que era muy posible que mis hijas también me echaran de menos a mi. ¿Como lidiar con tanta añoranza? ¿Cómo digerirlo? No se puede…

Y no pudimos. Laia, el segundo día de mi alta hospitalaria empezó a explotar. Estaba bien con todos menos conmigo. Los pocos ratos que nos veíamos (al mediodía y por la noche) era un pollo tras otro.

Estaba enfadada, mucho, y acabábamos las dos llorando. Yo era incapaz de gestionar su frustración de no poder estar los cuatro en casa, de tener que pasar tantos ratos con los abuelos, con su padre, porque su frustración tocaba la mía y las dos, en plena colisión, hacían un choque brutal e inevitable.

Me sabía tan mal… tan mal… Me dolía lo que estaba pasando; tener a Lua en neonatos, no poder estar con Laia, que ella me echara de menos, que estuviera tan enfadada, no tener la fuerza para acompañarla… Sentía pena.

Pena por ella, pena por Lua, pena por él y pena por mí. Pena por los 4, que estábamos permanentemente separados. Cuando él estaba con Lua, yo estaba con Laia y viceversa. Parecía que el reencuentro no llegaría nunca. Se nos hacía eterno, profundamente eterno.

Recuerdo decirle a mi madre un día en el hospital: «Mamá, ¿te acuerdas que tenía tanto miedo de morirme antes de parir? Pues ya sé por qué… Algo dentro de mí sabía que iba a morir pero no físicamente… mama, me estoy muriendo, pero de pena».

Continuará…


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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

21 respuestas

  1. Hola Miriam,
    al leer este post yo también me he removido bastante ya que he pasado por una situación similar con respecto al hecho de no dormir con mi niña, ni siquiera de estar a su lado durante 40 días…
    En febrero sufrí un accidente mientras estaba de viaje en Italia. Un coche me atropelló y tuve que permanecer allí todo ese tiempo por la operación y las fracturas que tuve. Mi hija tenía entonces 6 meses y quedó con sus abuelos ya que mi marido tuvo que venir conmigo porque necesitaba asistencia 24 horas.
    Entiendo perfectamente las emociones que describes porque es eso lo que yo sentía desde que me despertaba hasta que volvía a dormir. No me dolía tanto la parte física como la emocional. A día de hoy todavía me siento mal cuando lo recuerdo porque siento que perdí un tiempo que jamás podré recuperar y es por eso que intento aprovechar cada minuto que tengo con ella.
    Enhorabuena por tu trabajo

  2. Uff a nosaltres ens va passar algo semblant. Als 15 dies del petit va tenir una bronquiolitis que van comportar un ingrés de 10 dies a hospital, on sempre havia destar acompanyat. I a casa un «gran» de dos anys. I bueno una logística similar a la vostra i la sensació de no poder estar amb el gran, més la por pel que li pogués passar al petit. Encara ara tinc calfreds

  3. A mi em va passar igual que a Luna, amb 5 setmanes van ingressar al meu bebè amb bronquiolitis i a casa tenia na Bruna, amb 2 anys, que just sortia de una pneumonia. Vaig estar 5 dies a l’hospital sense sortir per res, me duien a na Bruna, 1h a les tardes per a veure-la. Vaig plorar tant aquells dies, no podia deixar de plorar. Estava tant trista i tenia tanta por. Sort ara, de tenir-les bé i al meu costat.

  4. Uff! M’has emocionat molt! Acabem de tenir la segona, amb un part i postpart molt bo, però les pors i la sensació de solitud (quan un està amb la gran l’altre està amb la petita, i al revés) també l’he tingut. Quan hi penso, ploro. Ploro em silenci, com dous tu. Gràcies per posar-hi paraules.

  5. Ooh mha fet recordar la meva historiA
    tinc bessons, el nen va estar ingressat 10 dies hospital, per sort de casa.jo no em volia separar d ell , pero a casa estava la germaneta. Una sentiment de haverla abandonat i no gaudir d ella. Feia el possible per estar amb els 2 amunt i avall.
    Es va complicar i l albert va estar mes dies i a la uci, d un altre hospital, lluny de casa i em recomanaven q anes a descansar. Aquella primera nit morta de cansament, no vaig poder parar de plorar.. Pero alhora estava felic de poder estar amb l Anna.
    Per sort es va recuperar, el van trasladar hospi aprop de casa i vaig aprendre a viure aquella situacio q va durar 1 mes.

  6. Ai quina plorera… I això que jo no he passat per això… Però suposo q les hormones d’estar esperant la tercera nena, m’ajuden a plorar i no puc parar!

    1. Les mares empatitzem amb altres mares perquè ressonem en la mateixa freqüència… diuen que quan ets mare et dolen tots els nens del món quan pateixen… doncs el mateix passa amb altres mares, suposo. Que patim quan altres pateixen o almenys, empatitzem i podem «sentir» una mica del seu dolor… Una abraçada.

  7. Acabo de padar por eso: 57 dias yendo y volvendo a casa, mi hijo que nasció de 31 semanas y se quedó en encubadora. Una sensación horrible! 3 dias antes de acabar el año le deran alta.

  8. Acabo de llegir aquest post i em cauen les llàgrimes… Tinc dues filles de 5 i 3 anys i quan la petita tenia dos mesos va estar un mes ingresada al hospital… M’he transportat a n’aquells dies, de tristor, de buidor, de patiment. Per sort ara tot està bé… M’encanta llegir-te, em sento molt identificada en moltes coses q expliques… No és fàcil això de ser mare…

  9. Buff Miriam cuántos sentimientos y qué duro. Uno de mis mayores miedos de tener un segundo hijo es este, que ocurra algo así, ya que nosotros no tenemos un gran apoyo familiar al tener a la familia lejos y tb por la edad/salud de los abuelos. Además mi niño estuvo ingresado con 16 meses y eso es algo que aún me remueve (ahora tiene 3 años) por todo lo que sentí.
    Gracias siempre

  10. ay…si jo ho vaig passar fatal al anar a l’hospital a parir al meu petit i haver de deixar a la gran a casa, dormida, sabent que es despertaria i ni jo ni el seu pare estaríem amb ella per explicar-li, només pensava en la meva filla, que tot anés bé i poder tornar amb ella el més aviat possible, els 4 junts per fi!! les històries que expliqueu em posen els pels de punta…
    un abraçada! sou unes campiones!!

  11. Fa just un any vàrem passar per una situació semblant…just quan va nèixer el meu fill va agafar un virus a l’hospital i va estar un mes ingressat a uci molt greu…El fet de tenir-lo a ell allà i a la nostra filla de 3anys i mig a casa va ser molt dur per a nosaltres…sentiments de por,tristor,abandonament cap els meus dos fills es van apoderar de mi…i a vegades penso que no podré superar mai tot alló viscut…cada dia en algun moment em ve al cap i no puc evitar emocionar-me..quan les coses es compliquen i et toca viure aquest tipus d’experiències,quedes marcat de per vida…ara estem tots quatre junts a casa…don gràcies cada dia de poder estar amb ells,disfrutar d’ells…i desitjo amb totes les meves forces que aquell virus hagi estat un ensurt i que el meu petit heroi pugui ser feliç i disfrutar de la vida..

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