14.9.2011
El otro día, tarde por la noche, vi que el discurso del entrenador del F.C.Barcelona, Pep Guardiola en el Parlamento de Cataluña había tenido un éxito bestial. Yo, que no la había ni visto ni oído, lo recuperé en Internet (¡¿que haríamos sin Internet?!). No seré nada original y os diré que a mí, también me encantó. Me quedé con la boca abierta viendo aquel hombre haciendo un discurso como ese. ¿Qué tenía de especial? Pues que aquellas palabras salían de un lugar muy profundo. Para empezar, el discurso no lo leía, lo explicaba. Contaba una historia que le salía del corazón y justamente por eso, no por nada más, aquellas palabras llegaban tan lejos, convirtiéndose en cuestión de nada en «trending topic».
Pero, sin duda, lo que más me gustó del discurso de Guardiola fue cuando habló de aquel momento. Lo que hace que todo encaje, que es lo que da sentido, a la pasión que siente por su profesión. Ese momento en que tiene todos sus cinco sentidos puestos en esa cosa, solo, encerrado en el sótano del Camp Nou y estudiando al contrario hasta que sucede EL momento en que dice, siente y piensa lo mismo: «¡Ya lo tengo!» .
Estos días, a ratos, aún me viene la fuerza de aquél momento. No del suyo, sino de los míos. Porque creo saber de qué hablaba, creo haber sentido lo mismo. Es la fuerza de estar presente con cuerpo, alma y mente en algo. He sentido esto practicando montaña muchas veces… cuando haces depende de qué deporte, hacerte daño o no, depende sólo de estar presente con todos los sentidos puestos en lo que estás haciendo. Y sucede. De golpe sientes: «Esto me gusta… me gusta mucho «. Y da sentido a las horas de caminar, a haber tenido que madrugar, a estar cansada… a todo lo que te ha llevado hasta allí.
Pero últimamente, esos momentos lo siento muchas veces criando a nuestra hija. La crianza es algo que te obliga a estar presente con… no los cinco sentidos, sino los ocho o diez, o catorce, todos los que puedas reunir! Cuando no estás presente, ellos lo notan y no les gusta porque ven que mamá o papá están físicamente, pero están también un poco ausentes. Y entonces reclaman, o llaman la atención, o hacen lo que sea para que vuelvas a lo que está pasando. Cuando consigo estar presente al 100 por cien, cuando consigo estar con mi hija con cuerpo, alma y mente, muchas veces, muchas, sucede otra vez ese momento. Cuando todo encaja, cuando lo entiendes todo, cuando todo cobra sentido, cuando la alegría explota dentro de mí como una bomba lenta y potente que llega a todos los rincones de mí, esparciendo la felicidad por todos mis poros, por todos mis átomos y células, por todos los tejidos, todas las terminaciones nerviosas… se me pone la piel de gallina y se me dibuja una sonrisa mientras intento saborearlo, como si se tratara de uno de los platos más magníficos de un restaurante de tres, cuatro o cinco estrellas de las que cuestan tanto de ganar.
Se trata de un momento sublime que, si tienes suerte, dura y dura y dura… Un momento que a veces experimento escribiendo, pero no siempre. Un momento que, en el fondo, todos buscamos como si nos fuera algo ajeno que tenemos que encontrar «fuera» cuando en realidad está tan cerca… Sólo tenemos que hacer una única cosa. Centrar el foco y poner allí toda nuestra esencia. Sólo es eso. Y parece fácil… pero no lo es.
Me hizo feliz que Guardiola hiciera público su momento y, de rebote, me conectara con los míos. Y un diez también por su última frase que más o menos decía…: “intento ser buen compañero de mi compañera, para juntos, poder ver crecer a nuestros hijos, sin molestarlos demasiado y dejando que caigan sabiendo que estamos allí para ayudarles a levantarse”.
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