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Pedir ayuda

14.7.2011

Pedir ayuda NO es fácil pero es imprescindible, sobre todo, cuando la necesitamos. Yo no me he caracterizado mucho por pedirla y en cambio era más de las de: «lo hago todo yo sola y llego a todo». De pequeña, la separación de mis padres y el hecho de ir de una casa a otra con mochila de ropa, deberes, libros… hizo que, inevitablemente, me volviera quizás más responsable porque tenía que pensar en cosas que otros niños que no tenían que cambiar de casa, ni siquiera se debían plantear. Y de alguna manera fui integrando eso de apañármelas. Si algo costaba, pues me esforzaba más hasta que salía, y así fui tirando hasta la edad adulta.

Y eso, ser responsable de este modo, no es bueno. Al menos, eso es lo que pienso ahora, que ha habido una evolución gracias a la maternidad. Porque intentar ser una súper woman, llegando a todo (trabajando, teniendo vida social, sientiéndote realizada, teniendo la casa a raya, etc.) es imposible cuando te conviertes en madre. Al menos yo no lo he conseguido. Con el puerperio empiezas a darte cuenta de que intentar ser super woman ya no mola nada, ya no te hace sentir bien, y es más, ya no quieres hacerlo. Porque necesitas urgentemente compañía y ayuda. Pasamos demasiadas horas solas en casa y aunque ese hijo que ha llegado a nosotros y hemos ido a buscar nos llena muchísimo y nos hace sentir inmensamente especiales, las horas de soledad pesan y agotan. En esta fase, la primera del puerperio, transmitía la imagen exterior de que efectivamente, no necesitaba ayuda porque yo «me lo guisaba, me lo comía» y me las arreglaba más que bien. Pero fueron pasando los meses, Laia fue creciendo, y la demanda no disminuía. La demanda, (padres primerizos, lo tenéis que saber) no disminuye, cambia, pero no disminuye. Y yo iba cada vez más cansada, empezaba a tener necesidad de tiempo para mí,…

Un día que quedamos con las niñas para hacer un poco de «terapia maternal» me desmoroné. Me había venido la regla ese día y Laia, de 17 meses, tenía fiebre. Estábamos, ambas, sensibles y todo ello hizo que, cuando me preguntaron cómo estaba, empezara a llorar explicándoles que me sentía sola y que no me gustaba sentirlo. Que necesitaba ayuda porque mi compañero trabajaba muchas horas, pero que nadie llamaba a la puerta para prestármela. Una de las amigas me dijo: «¿Y ya lo saben, la familia, los amigos… que sientes esto? ¿Ya se lo has dicho?», «NO», contesté y entonces, una tras otra me fueron explicando que yo daba la imagen de que no necesitaba ayuda de nadie porque yo sola llegaba a todo. Que parecía que podía con todo, que me veían fuerte y valiente, capaz de lidiar con cualquier obstáculo y también, soledad. «Tal vez no te ayudan porque no saben que lo necesitas. Pídelo, simplemente.»

Tenían toda la razón. Me di cuenta de que el primer tiempo de maternidad me sentía tan fuerte, tan leona, que no tuve la sensación punzante de soledad. Me di cuenta que no sabía pedir ayuda. No la pedía porque no la había pedido nunca. Entonces y después de integrar esta disfunción profundamente para que me abandonase para siempre, empecé a cambiar la manera de hacer y empecé a respetar también mi necesidad. Me di cuenta que tenía mucha gente alrededor dispuesta a echarme una mano con Laia para que yo pudiera ir teniendo mi espacio para volver a crear, para volver a sentirme más cosas aparte de madre. Pedí ayuda a los abuelos (a todos), los hermanos, los amigos… y cambié. La sensación de sentirte amado y ayudado cuando lo necesitas es impagable y yo la he tenido durante todos los meses después de la gran desmoronada. Tenía que suceder porque yo tenía que aprender. Ya no quiero hacerlo todo yo sola, porque no puedo, porque es imposible y porque no me gusta. Quiero que me ayuden y quiero que me pidan ayuda cuando quieran que les ayude. Quiero dar y también quiero recibir.

Ahora, que mi hija está en la fase de querer hacerlo todo sola, le respeto esa necesidad y a la vez le explico que cuando necesite ayuda, nos la pida. Quiero que aprenda a hacerlo y lo mejor que puedo hacer para conseguirlo es predicar con el ejemplo. Por fin me permito sentirme también frágil, o sentirme que no llego a todo y que no pasa nada. Porque no estoy sola y si no llego yo, llegará otro. Gracias a la maternidad, que me ha traído también este aprendizaje, por fin soy libre de un peso que me cargué, también, sola.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

2 respuestas

  1. Siempre me ha costado pedir ayuda, me sentía debil cuando debia hacerlo, poco a poco me he ido dando cuenta de que sola no puedo. He aprendido a bajarme de mi pedestal y acercarme al mundo de los mortales y pedir ayuda a la gente cercana sobre todo a mi madre y a Jose. Un besito

  2. Aún a veces me pasa lo mismo. Sobretodo con mi esposo. Cuanto tenemos que aprender cuando nos volvemos mamás.. gracias por tu post. Me ayuda a reflexionar y a pensar que puedo contar con más gente de la que pienso.

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