Febrero 2011
El puerperio es una etapa en que las mujeres solemos tener los mecanismos de defensa un poco bajos. Es como si la línea entre la seguridad y la inseguridad fuera muy delgada. La frontera entre el consciente y el inconsciente casi imperceptible. Por eso, cuando dos madres se encuentran por la calle, con sus hijos dentro de los cochecitos o colgados en la mochila es como si, de alguna manera, y sin darse cuenta, tuvieran que compensar esta «defensa baja» agarrando el escudo y la espada por si aparece un combate. Hablar de la crianza en este encuentro casual en plena calle es inevitable. «Que si a mí no me duerme, que si le doy el pecho o el biberón, que si duerme con nosotros, o en una cuna ya en su habitación para que así se acostumbra …» Es como si, antes de saber «qué pie calza», una ya tiene preparadas las armas.
Si finalmente la otra madre es de la misma cuerda, ya se relajarán las dos y se podrán explicar «de verdad» como se sienten con las cosas que hacen. Y quizá incluso, confesarán que están cansadas, que tienen miedo de no hacerlo bien, y que, ahora mismo, quién sabe si también llorarían. Pero en caso que no sean de la misma cuerda (o sí, pero en aquellos momentos parece que no), encenderán las luces de alarma y se defenderán con garras y dientes, para asegurar a la que tienen delante que lo que hacen es lo que está bien. Como no debería serlo con lo que llegan a querer a su hijo? En este caso, se despedirán y se marcharán solas, calle abajo.
Yo también he sido una mujer en plena calle, compartiendo experiencias con otra madre y también he luchado y me he sentido juzgada. Pero es que probablemente, yo también he juzgado a la otra. Es como un «boomerang». Tanta lucha, tanta poca escucha de la otra para … finalmente, acabar dandome cuenta, que somos lo mismo. Aquella madre, yo, la otra y la de más allá … aunque hayamos optado por caminos diferentes, aunque decidimos criar diferente, todas somos mujeres que amamos tanto a nuestros hijos que les daríamos la vida sin pensarlo dos veces.
Y en todo caso … quién soy yo para juzgarte? A ti, a tu circunstancia, tu historia, tus porqués … probablemente, si yo fuera tú, si tu hijo fuera el mío, si yo estuviera en tu lugar, en tu momento, en tu circunstancia … yo haría lo mismo.
Estoy cansada de los escudos y las espadas. Quiero expresarme libremente, sin que ninguna madre sienta que si no hago lo mismo que ella, quiere decir que desapruebo su manera de actuar. Estoy cansada de justificarme, o de ocultar lo que pienso o siento. Desde aquí, madres, compañeras … abandonemos las armas. No somos tan diferentes a pesar de que, en plena calle, pueda parecerlo.