Cuesta aceptar que por muy fantástico que te parezca ser madre, hay momentos en que tirarías la toalla, dirías «hasta aquí, no puedo más, no sé hacerlo mejor», y volverías a correr.
Los hijos tienen la maravillosa y sorprendente capacidad de sacarte de quicio. Sólo el tuyo sabe hasta dónde estirar la cuerda para que llegues a ese punto donde no te gusta nada llegar: al de enfadarte, al de hacerte cuestionar todo lo que haces, todo lo que has hecho, todo lo que vas a hacer…
Sólo tu hijo sabe tocar esa tecla que te remueve por dentro hasta tal punto que te hace pensar cosas del estilo «esto no lo aguanto, yo no lo soporto más, no sé qué hacer contigo, soy muy mala madre, esto es un desastre, no sirvo, me voy, lo dejo!». Como si esto de ser madre o padre pudiera ser algo como para «dejarlo»! 😉
Con un poco de suerte y si tenemos cierto autocontrol, tales expresiones no acaban de salir por nuestra boca y sólo son pensamientos que se nos cruzan por la cabeza y que nos hacen sentir fatal.
“¿Cómo puedo no soportar este comportamiento de mi hija ahora mismo si es lo que más quiero? ¿Cómo me puedo sentir así si le daría mi vida si fuera necesario?» Y entonces, tras el temporal, vienen esas ganas de llorar.
Cuesta reconocer que esto ocurre y que quizás incluso más a menudo de lo que nos gustaría. Cuesta darnos cuenta de que hay ciertos momentos en los que no soportamos lo que hacen nuestros hijos, que nos hacen daño y que nosotros a ellos también, que su comportamiento nos histeriza y que a veces no sabemos por dónde tirar.
Cuesta reconocer que somos los adultos y que a veces nos sentimos perdidos como niños, que esconderíamos la cabeza bajo el ala y diríamos «no llego a más».
Pero aunque cuesta reconocerlo, (que duela darnos cuenta, que duela no tener a menudo las herramientas para tener más paciencia, para entenderlos más, para tener más mano izquierda), lo que acabo de explicar pasa. Ha pasado, pasa y pasará.
Duele reconocer que vamos demasiado cansados, que tenemos demasiadas cosas en la cabeza, que no podemos estar en todas ni llegar a todo, y que la situación nos desborda. Sabe mal admitir que lo hacemos tan bien como podemos y que a veces no es suficiente.
No somos perfectos ni ellos necesitan que lo seamos. No somos perfectos y ellos tampoco. A ratos vamos aprendiendo a tientas, a ratos es todo oscuro y no vemos ninguna lucecita con la palabra «salida».
Pero quizás lo único que hay que hacer es eso: aceptar que esto nos pasa, que quizás necesitamos buscar herramientas, que quizás necesitamos un poco de ayuda, que quizás nos sentimos un poco demasiado solos… sin machacarnos porque hay momentos en que no estamos suficientemente a la altura.
Estamos aprendiendo, igual que ellos, que aprenden cada día cómo se hace esto de ser hijo, cómo se hace esto de vivir.
Nadie nos dijo que sería fácil ni que no habría momentos en que tendríamos ganas de tirar la toalla. Permitámonos estos momentos de colapso sin culpabilizarnos después una semana entera.
Tengamos el suficiente autocontrol para no gritarles, ni pegarles, ni insultarles…
Si no lo tenemos, busquemos ayuda para cambiar este comportamiento, para mirar de donde nos viene. Pero si esto lo tenemos en orden, si no perdemos los papeles hasta este punto, permitámonos que a veces por nuestra mente surjan frases como «no puedo más, esto es horroroso, no soporto eso que hace» . Y simplemente, dejémoslo pasar. Respirémoslo y dejemos que se disuelva…
Dejémonos caer y luego, cuando hayamos llorado, cuando hayamos sacado todo el estrés de una situación que nos ha sacado de quicio, volvámonos a levantar, sin llevar encima la carga del «soy una mala madre». Porque lo más seguro es que lo seamos. Y porque eso es lo que hacen las madres: caer y volverse a levantar.
5 respuestas
Justo lo que necesitaba leer. Hoy me he sentido así, agotada, irritada, triste y, después, arrepentida. La maternidad es maravillosa pero en ciertos momentos terriblemente dura. Gracias.
Hermoso!! La solidaridad entre madres, mujeres y seres humanos es la primera cosa!! No se encuentra fácilmente pero si tienes a ésa persona especial a la que le puedes decir lo que sientes sin que te juzgue sin que frene u obstaculice tu proceso de introspección, que te respete y te quiera y te de la fuerza para levantarte a tu ritmo y a tu manera…. es una bendición!!! Gracias por eso Miriam!
Siempre me emocionas, Miriam; quizàs hoy màs que nunca, por que veo escritas una a una las palabras y emociones que cruzan mi mente. Es muy liberador pensar que no soy tan mal ser humano como creo que soy cuando llego al límite. Gracias por aportarme tanto en este camino maravilloso.
Un abrazo. Gracias por leerme.
¡Dios mío Miriam! Tan liberador leerte… Soy mamá de un hermoso bebé de cuatro meses (disculpa la modestia). Es muy duro ese momento en el que te sientes tan mal por no saber dar más,por llegar a pensar ¿qué he hecho? Y la cruda moral es lo peor,a mi a veces no me deja ni caminar.
Gracias a Dios por ponerte en mi camino internauta de verdad que leerte o ver tus vídeos me hacen entender muchísimo mis emociones y sentimientos de madre… Dios te bendiga