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Hasta el 6 de enero

Cuando la pareja se rompe

11.4.2011

El otro día tuve una pesadilla terrible. Soñé que estaba casada con alguien que no conocía de nada y teníamos a Laia, que era nuestra hija. No sé qué pasaba pero de repente, en el sueño, me encontraba que aquel hombre, supuestamente mi marido, se llevaba a mi hija. Nos separábamos y se la llevaba. No recuerdo muchos detalles, sólo la angustia de querer verla y no poder. De pensar que durante días y días no podría estar con ella, y me quedaba dentro el mal rollo de haberme peleado con su padre, de habernos gritado y maltratado. Tengo la imagen, en el sueño, de golpear una puerta con todas mis fuerzas porque sabía que al otro lado estaba Laia y yo la quería ver. Pero la puerta estaba cerrada con llave y ese hombre no la abría. Me desperté de repente, acalorada y con el corazón latiendo a toda pastilla. Respiré profundamente cuando me di cuenta que aquello había sido, sólo, una pesadilla.

Pero me costó volver a dormir. Me había quedado la angustia instalada en algún lugar muy adentro, y empecé a pensar en qué debe sentir un bebé o un niño ya mayor cuando los padres discuten y se separan. Cuánto dolor…! Los padres, con la decepción de ver que lo que habían intentado construir se hunde y a veces con una rapidez difícil de controlar. Todas aquellas esperanzas, todos aquellos anhelos, hechos migas después de darse cuenta que lo que tenían ya no está, o que lo que tenían, no les gusta, o que lo que tenían, en el fondo, no lo tenían y era sólo una ilusión. El dolor del desengaño. La bofetada de la realidad en cada mejilla. Sensación de no saber dónde ir, ahora, que ya somos mayores y pensaba que siempre estaría contigo… Sensación de navegar solo y a la deriva. Y el peso de la culpa. La culpa por no poder ofrecer al hijo lo que querías. La culpa de hacerle daño sin quererlo. La culpa de verlo también herido, o sufriendo, o triste y no poder hacer nada por evitarlo.

Y un poco más allá, el bebé. Un bebé que lo que más ama son mamá y papá. Un bebé que es feliz cuando la tríada se completa, cuando están juntos y los tiene a ambos. Un bebé que se acostumbrará a vivirlos partidos, que se acostumbrará a lol que la vida le lleve, pero que si pudiera elegir, si pudiera, los elegiría juntos. Juntos y con él. Juntos y para él. Sólo para él. Un bebé que ve a mamá triste y a papá triste. Un bebé que quién sabe si los ha oído gritar algún día, o llorar, o criticarse. Un bebé que se hará mayor y tendrá que ir unos días con uno y unos días con el otro. Que sufrirá horrores si ve que sus padres no se hablan. Que empezará a comportarse mal, o a llamar la atención, o a pegar a otros niños si su angustia no es lo suficientemente escuchada, tomada en cuenta y acogida. Que aprenderá muy pronto que la vida, a veces, no es como uno quisiera.

El día de la pesadilla volví a sentir una gratitud enorme hacia mis padres que fueron unos de los primeros «separados» del pueblo donde vivíamos. Yo era pequeña, cinco años, me parece. No recuerdo ni entonces ni nunca después, una sola palabra fuera de tono. No los he visto nunca discutir y en cambio, siempre los he visto respetarse y sí, amarse. Por lo que fueron, por lo que son (dos personas que se aprecian muchísimo) y por lo que comparten: a mí. Fue ya de mayor que vi que lo que yo había vivido y que a mí me parecía «normal», no lo era tanto porque la mayoría de hijos de padres separados que yo conocía no lo habían tenido. Desde entonces, desde que me di cuenta de lo que me habían transmitido respetándose incluso en el desencuentro, los admiro aún más.

Recuerdo muy bien el sentimiento de querer estar con ambos y no sólo con uno cada vez. Recuerdo la pena al separarme de uno para ir con el otro. Recuerdo la añoranza, la recuerdo tan bien… pero por suerte, en mi cajón de recuerdos no hay ni gritos, ni peleas, ni odios, ni rencores. No hay palabras malsonantes ni críticas. Es por ello que sólo puedo estar agradecida, porque puedo entender y aceptar que dos personas dejen de querer estar juntas por lo que sea, pero no sé si podría entender y aceptar que estas dos personas que son mis padres se odiaran a matar y me hicieran partícipe de ello. Esto, me parece, no se lo podría perdonar porque me habrían hecho decantar hacia algún lado de la balanza y en la mía, en la cuestión de amarlos, sólo podía haber equilibrio.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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