Desde el momento que nos embarazamos debemos pensar que estamos ante un espejo. Un espejo enorme, donde cabemos de cuerpo entero y que, nos guste o no, nos desnuda.
Hombres y mujeres aquí no somos distintos, el espejo nos viene a llamar a la puerta a todos con la llegada de un hijo, nadie se escapa. La mayoría de veces, no somos conscientes de que lo que nos pasa es fruto del espejo y buscamos y buscamos, sin éxito.
No encontramos la raíz, ni el motivo, ni sabemos cómo salir de aquella situación que quizá, nos angustia.
Cuando el bebé está en el vientre materno, aunque nos parezca imposible, aunque digamos «a mí no me pasó»… revivimos nuestra propia gestación. Si fuimos deseados o no, si fuimos esperados, queridos… o todo lo contrario.
Cuando nuestro hijo nace, con él revivimos también nuestro nacimiento: la memoria corporal se activa y aparecen sutilmente, pedazos de lo que un día fue nuestro primer día fuera de ese vientre materno.
Con los primeros meses y con cada etapa que atraviese nuestro hijo, el espejo nos llevará a esa etapa nuestra.
Si siempre hemos oído que nos decían «siempre hacías rabietas, te enfadabas por todo…», y quizás no fuimos ni acogidos ni escuchados como necesitábamos, cuando nuestro hijo atraviese la etapa de reivindicarse, puede asaltarnos todo de repente.
Podemos encontrarnos con que no sabemos capear la situación, sentirnos tremendamente incómodos ante la mirada de los demás, sentir que no sabemos gestionar sus ataques de genio y rabia, que se nos despierta mucha agresividad que no sabíamos que teníamos… vaya, que es posible que sea una etapa que nos desborde.
El espejo ataca de nuevo y nos viene a mostrar algo de nuestro pasado en el que quizás las piezas costaron de encajar y a lo mejor alguna incluso, quedó medio rota.
El espejo no es inútil: tiene una razón de ser. Nos da una “reválida»: de aquella etapa malvivida o no entendida. Es como si nos la devolviera por vía de nuestro hijo para que la intentemos entender, para que la lloremos y la integremos para, finalmente, hacer las paces.
No penséis que el espejo desaparece con los primeros años de nuestros hijos: en absoluto. Se queda, para devolvernos la imagen de cada edad, de cada etapa.
Si lo pasamos mal cuando nuestros padres se separaron cuando teníamos 7 años, es probable que cuando nuestro hijo tenga la misma edad, algo se mueva dentro de nosotros.
Si tuvimos dificultades en la adolescencia, conflictiva y llena de peleas con nosotros mismos y con los padres, es posible que en la adolescencia de nuestro hijo todo este pasado venga a encontrarnos.
No digo esto para que nadie se asuste. Que el pasado venga a vernos a ratos es bueno, siempre y cuando hagamos algo para ponerlo en su sitio y darnos la mano con él.
Nuestros hijos, todos los que tengamos (1, 2, 3, 4…) serán auténticos espejos con los que poder aprender e ir profundizando cada vez más en lo que un día fuimos.
En el niño que lloraba, en el niño que se sintió solo o no, en el niño que sacaba malas o buenas notas, en el adolescente enfadado o perdido… para terminar de encajar las piezas del rompecabezas.
Para poder poner palabras si un día no nos las pusieron, pero sobre todo, para dejarlo al fin atrás, y poder, simplemente, crecer. Hacernos «mayores» sin losa cargada en la espalda.
Tener un hijo es un regalo siempre. Y que nos hagan de espejo también. Agradezcamos cada etapa que nos devuelven, porque nos dan la oportunidad de quedar, por fin, ¡en PAZ!
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4 respuestas
Hola! un escrito muy reflexivo que nos enseña que todo tiene un porque,…aunque tampoco hay que sobrevalorar las cosas sino dejarlas fluir.
Yo empiezo mi desapego aunque ya he estado mentalizandome un poquito,…
un abrazo
Exacto, Lidia.
Conciencia, presencia, entender, comprender, llorar o lo que haga falta… y dejar fluir, no engancharnos de por vida a aquél sentimiento o aquél otro. Que verlo nos ayude a entender y a crecer, y a seguir adelante…
Besos
Miriam… m’ha encantat… tot just avui hi pensava, que fa dies que estic molt i molt sensible… Avui, esperant en una sala d’aquestes on vas a fer tràmits burocràtics he vist una mare que sacsejava el seu fill de l’edat d’en Quim (18 mesos) o menys perquè el nen volia còrrer cap a una porta. El nen s’ha posat a plorar i jo he hagut d’abaixar el cap perquè em passava el mateix. Sempre m’havia passat una mica però des que sóc mare, i en els darrers mesos, encara més, no suporto veure nens mal acollits, a qui no se’ls entèn o no se’ls acompanya amb amor. Em genera tanta angoixa posar-me a la seva pell: no entendre per què la persona que més estimes no et respon com tu necessites. Quin mal. A mi sempre em van acompanyar (o aquest sentiment tinc), així que no entenc què em torna el mirall..?? Hi hauré de treballar, suposo….
Alexandra,
no és gens estrany que t’hagis sentit tan incomodada, molesta, fins i tot agredida tu mateixa en veure el que has vist avui. Tots hauríem de sentir-nos remoguts en veure una situació com la que has descrit. El que no és normal és veure-ho i no immutar-nos, que no ens remogui gens. Que t’hagi passat això vol dir que ets sensible a la realitat dels nens, que sents empatia… i això, no ho dubtis, és bo!!!
Una abraçada!