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Controlar lo incontrolable

Controlar lo incontrolable

(Estamos en plena Semana Mundial por el Parto Respetado y me ha apetecido hablar de un aspecto que creo importantísimo; respetar el tiempo. El tiempo que necesita estar un bebé dentro del seno materno. Respetar el tiempo que, como mujeres, necesitamos también llevar dentro de nuestras barrigas a los bebés. Respetarnos a nosotras y a ellos, y así, a toda la Humanidad. El post de hoy va sobre la dificultad que tenemos, yo la primera, de abandonar el control.)

18.5.2011

Hasta hace pocos años, el parto como tal era de las pocas cosas en este mundo que los humanos adultos no podíamos controlar. Una mujer se ponía de parto en cualquier momento y en cualquier lugar, sin ni siquiera saber si estaba en la semana 38, 40 o 42 y medio. Simplemente, se ponía de parto cuando el bebé daba la señal, por lo tanto, cuando el bebé así lo decidía y estaba listo para hacerlo. Pero con los años, eso también ha cambiado. Los partos programados son, cada vez más, el pan de cada día, y de esta manera sabemos la hora, el día y casi la manera en que pariremos. Lo tenemos todo controlado y nada se nos escapa. A las mujeres, esta sensación de control nos da seguridad ante un hecho, el parto, absolutamente desconocido y por tanto, un hecho que a menudo nos asusta y en algunos casos, incluso nos da pánico.

Es normal. El parto no se parece a nada que hayamos vivido antes. Es algo que nos recuerda que somos animales, que somos mamíferos. Nos conecta con la parte más instintiva, con la parte más «out of control» de nuestro cuerpo, cerebro y alma. Y por eso, justamente por eso, nos cuesta tanto aceptarlo como es. Aceptar que el parto llega cuando llega y que no podemos saber ni cuándo ni cómo, es muy difícil, sobre todo para mujeres (como yo) a las que nos gusta tenerlo todo previsto, mujeres a quienes nos cuesta «abandonarnos» a lo que es.

Los días antes de parir me preguntaba cuando llegaría la señal; aquella contracción dolorosa, la rotura de aguas, la caída del tapón mucoso… y la impaciencia, a ratos, me comía. Por este motivo puedo entender perfectamente que cuando un médico, con bata blanca (¡la bata, inconscientemente es muy importante!), dice a una mujer «si el miércoles no ha nacido, programaremos el parto para el viernes«, aunque los cálculos estimados digan que acaba de salir de cuentas, aquella mujer diga «de acuerdo«. Porque por fin, puede poner día y hora al nacimiento de su hijo. A veces angustia más el no saber cuando llegará, que el no saber cómo irá.

No puedo dejar de sentir cierta pena y tristeza cuando pienso en cuánto nos cuesta confiar y dejar que nuestros hijos decidan cuando están listos para nacer. Siento no respetarlos su tiempo, un tiempo precioso que disfrutan dentro de un medio irrepetible, que seguro añorarán en algún momento cuando ya estén fuera. Me entristece pensar que hemos dejado que, desde fuera, nos impongan los ritmos, las prisas médicas, el control… desconectando de lo que somos en realidad, y que no podamos dejarnos llevar por el ritmo de la vida, confiando en ese ser que llevamos dentro de la barriga y que sabe, mucho mejor que nosotros, cuando es hora de salir.

Y me sabe mal que la clase médica, (¡afortunadamente con excepciones!), pueda decidir tanto a la ligera cuándo es el momento de hacer nacer un bebé. Que, de alguna manera, se aprovechen de nuestra imposibilidad de abandonarnos al NO-control, para imponernos sus necesidades de «día de quirófano» y cosas por el estilo. Que no nos den la mano y nos ayuden a atravesar este tiempo que a veces es de una semana, dos, o un mes de impaciencia antes de que nazca ese hijo/a que esperamos con tanta ansia.

Pero también los entiendo, porque admitir que tampoco controlan, que también se les escapa, les incomoda, igual que a nosotras. Y nos hacemos aliados y decidimos por alguien que de momento, aún no tiene ni voz ni voto. Una lástima.

Me pregunto si, en caso de que llegue algún día un segundo hijo en mi vida, seré capaz de llegar al final de la gestación aceptando el momento, sin prisas, sin impaciencia. Aceptando que el bebé tarde más en llegar de lo que en un principio yo había presupuesto, dejando que disfrute y se despida como debe de aquel espacio conocido durante 9 meses. Un espacio que lo ha acogido, acunado, alimentado y amado. Habré aprendido algo en los años que me quedan? Ojalá que sí.

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Míriam Tirado

Consultora de crianza consciente y periodista especializada en maternidad, paternidad y crianza. Me dedico a ayudar a madres y padres a conectar con sus hijos/as.

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