Hace muchos días que no os escribo ninguna carta y ya lo echaba de menos… Desde la semana pasada tengo mucho la sensación de que estáis creciendo mucho y muy deprisa. Una sensación fuerte, intensa, de “tempus fugit”, no como lamento de “oh, os hacéis mayores y quiero que sigáis pequeñas”, porque no es eso, sino de “no puedo dejar de disfrutar ni un segundo a vuestro lado”. Porque sería imperdonable.
Porque un día no recordaré (o me costará), las cosas que hacéis ahora una con 6 y la otra con 1 año y que me hacen reír, o desesperar, o enorgullecerme. Porque tal vez un día ya no querréis tumbaros sobre mí y dejar que os abrace como si todavía hiciéramos piel con piel. Porque un día preferiréis escuchar a vuestras amigas que las cosas que yo tendré ganas de contaros. O tal vez no, pero podría pasar.
Entonces, cuando pienso que todo pasa y se va muy deprisa, me pregunto qué pasará el día que ya no me necesitéis tanto, o el día que ya no viváis en casa y estemos unos días sin llamarnos. ¿Qué pasará si un día decidís vivir en el extranjero y os sentís tan a gusto que os queréis quedar allí. Me entra un no-sé-qué mezcla de nostalgia y de miedo cuando pienso que os pasarán cosas y yo no estaré a vuestro lado como ahora. Y entonces, cuando veo que me acelero por la remota idea de “perderos”, respiro y hago lo único que puedo hacer ahora y siempre, que es confiar.
Confiar en que tendréis las herramientas, confiar en el poso de vínculo que habremos dejado las unas en las otras que hará que a pesar de que ya no estemos los cuatro en casa, sigamos unidos por este hilo invisible que os digo que siempre nos acompaña y nos conecta.
Me queda confiar en que seréis capaces, libres y fuertes. Que seréis felices y que sabréis escoger. Confiar en que sabréis relacionaros y afrontar las cosas que os vaya trayendo la vida.
Parece fácil confiar y a días lo es, y otros no tanto. Lo estoy haciendo bien? Estáis recibiendo lo que quiero que recibáis de mí? Os estamos dando lo mejor de nosotros? Preguntas que creo que no hay ni una sola madre o padre en la tierra que no se las haya hecho alguna vez. Y otra vez, toca confiar.
Confiar cuesta cuando se trata de los hijos y es cuando más deberíamos hacerlo. Confiar en que tenéis vuestro propio ritmo, en el que sois únicos e irrepetibles y por tanto, lo que vale para uno o por el de al lado puede no valer para vosotros.
Confiar en que vuestra naturaleza le llevará donde os tenga que llevar, que aprenderéis las cosas a su debido tiempo, no cuando vuestros padres queramos. Cuesta confiar en que todo llegará porque estamos demasiado cegados por la prisa. Cuesta confiar en las capacidades de los niños cuando os vemos tan pequeños y vulnerables…
Pero debemos hacerlo.
Tengo que confiar en todo y especialmente en vosotras, porque si yo confío, a vosotras os llega confianza, un bien escaso hoy en día. Si yo confío en vosotras os transmito que sí que sois capaces, de todo lo que queráis y mucho más. Que sí sabréis, que sí tendréis herramientas, que sí podréis…
Transmitiros que valéis la pena y que sois merecedoras de todo y de más. Que tenéis un lugar en el mundo y este lugar es donde sintáis y queráis.
Confianza para que vayáis por el mundo con seguridad, con dignidad y sin miedo. Porque el miedo paraliza.
Pero falta mucho todavía por todo eso que imagino… y aún así, procuro practicar la confianza en la vida y en vosotras cada día. Celebro que se me haga evidente en las manos y la vista que crecéis deprisa porque así me hago más consciente y me entra aquella ansia de saborear cada nueva palabra que dices tú, la pequeña, y cada nuevo hito que logras tú, la mayor.
Saborearos a vosotras ahora y saborearme a mí como la madre que soy hoy. Porque fui diferente y porque cambiaré seguro con el paso del tiempo. Porque todo cambia, todo se transforma, también nosotros.
Os quiero, como sois ahora y como seréis siempre.
Mamá.