22.6.2011
Nunca he sido fan de los cambios, no porque no me gusten sino porque justo antes de que sucedan, he notado siempre en el estómago como una especie de vértigo que me incomoda bastante hasta que el «cambio» no se ha producido. De alguna manera es como cuando iba a escalar. El día que decidimos hacer una vía larga tuve esa sensación en el estómago hasta que empecé a subir por la pared. Entonces, cuando me pongo manos a la obra, esa sensación se disipa un poco para terminar desapareciendo del todo cuando ya he terminado, siendo sustituida por otras como satisfacción, alegría, relajación… Vamos, que los días antes de que llegue el «cambio» me siento como antes de empezar a escalar, y aunque sé que el cambio puede ser bueno, que seguramente SERÁ bueno y que cuando se haya producido estaré contenta y feliz, no puedo evitar sentir antes un cierto regusto a pánico escénico. Si me abandonara a él sé que escaparía corriendo y evitaría que los cambios llegasen a mi vida.
Pero junto con la maternidad ha ido entrando poco a poco pero sin parar una adaptación constante al cambio, y esto es gracias a mi hija. En la vida, nada es permanente pero no lo he tenido nunca tan claro como desde que soy madre. Empieza todo con el embarazo; te cambia el cuerpo, las prioridades, los intereses. Llega el parto y vaya como vaya, es algo nuevo, a lo que te tienes que adaptar. Tienes un hijo en los brazos y no sabes casi ni qué hacer, y entonces, sí, empiezas a tomar conciencia, más que nunca, que todo se mueve. Con los hijos, todo cambia rápidamente, muy rápidamente. Cuando te has acostumbrado a lo que hacen, dejan de hacerlo, para empezar a hacer otra cosa, tener otra rutina, dormir en otras horas, y cuando te acostumbras a ello, todo vuelve a cambiar de nuevo… porque se hacen mayores, porque crecen, porque es lo que toca. No puedes casi acomodarte con nada durante demasiado tiempo porque enseguida aquel bebé exige que te vuelvas a adaptar a un nuevo cambio que ha hecho; gatear, caminar, ir sin pañales… lo que sea. De alguna manera, te obligan a vivir SOLAMENTE el presente con una intensidad tan brutal que en este caso sí, ¡la crianza es adaptarse o morir!
Hoy es un gran día en nuestra familia. Mi compañero estrena negocio y eso no pasa cada día. Estamos contentos, ilusionados y sí, nerviosos, con este nuevo cambio que llega a nuestras vidas y quizás estoy sintiendo un poco menos de miedo, menos pánico, menos ganas de escapar corriendo. La crianza de Laia me ha ayudado a entender el movimiento continuo de la vida y a adaptarme constantemente a todo lo que va pasando a nuestro alrededor, sin que el cambio sea necesariamente un descalabro por el solo hecho de ser un cambio.
Asimismo, hay otra cosa que me hace encararlos con más confianza y optimismo. El hecho de que ella esté aquí, que exista, hace que yo no pueda ni quiera revelarme contra los cambios que nos traiga la vida. Quiero que vea que todo se mueve, nada permanece, y que esto nos debe animar aún más a vivir el presente con toda su fuerza. Quiero que vea que sus padres se adaptan, que no se acomodan ni se estancan. Quiero que vea que el cambio no da miedo. No quiero que tema lo inevitable.
Es como si desde que está ella, yo tuviera más fuerza para ir adelante. No de una manera pesada sino con una energía renovada y con más conciencia de la responsabilidad hacia ella que tenemos sus padres. Estoy aprendiendo a confiar en la vida y a aceptar el cambio como un regalo que me brinda. No quiero tener miedo, no tengo miedo.
Cuando vamos a la cama y veo que ya no tiene casi fuerzas para abrir más los ojos, que se le cierran aunque no quiera abandonarse porque si fuera por ella alargaría los días horas y horas, le digo muy bajito a la oreja que no se preocupe por nada, que todo está bien. Y eso es justamente lo que hoy me digo a mí misma para que se me instale dentro y en ningún momento me venga ese miedo conocido con sabor a pánico escénico: «No te preocupes por nada. Todo está bien».
Los niños son como una esponja y se empapan de todas las emociones que emitimos los adultos. Estos días, hemos estado contentos, pero también nerviosos, estresados y muy, muy cansados. Y estos días nuestra hija ha estado nerviosa, demandante y muy cansada de que sus padres estén tan cansados. Laia, lo siento mucho. No te puedo decir que no volverá a pasar, pero te aseguro que lo hemos hecho lo mejor que hemos sabido. Por suerte, hoy se acaba. Bueno, se acaba lo que hemos conocido y comienza una nueva historia. ¡Que los Dioses nos sean favorables!
3 respuestas
Molta sort en aquesta nova etapa!! Segur que serà un exit. Ens sap molt greu no poder ser-hi pensarem molt amb vosaltres. Un peto molt fort
Mucho
Muchísima suerte en el negocio!!! Os deseo lo mejor y espero que los dioses os acompañen!!! A mi tb me han dado siempre mucho vértigo los cambios pero desde que nació Abril me siento mas fuerte, mas decidida, con mas firmeza en mis decisiones y en mis opiniones… Creo como tu que no aportan un plus de seguridad que nos ayuda mucho. Un besazo fuerte y ya veras como todo sale bien…