La chica que no hacía «nada»
Ana hacía semanas que vivía la maternidad, más como un peso enorme imposible de soportar, que cómo algo buena que había venido a encontrarla. Su hijo, de casi cuatro meses y medio, había hecho los posibles, sin saberlo, para ponérselo todo muy fácil. Para “molestarla” lo mínimo. Ella, a pesar de tener un hijo que dormía largas tiradas por la noche, que prácticamente no le entorpecía su vida con ninguna molestia, no estaba satisfecha ni feliz. En cambio, Miguel, el padre, se sentía feliz como nunca. Satisfecho, como si de repente, estuviera por fin, completo. Cómo si todas las piezas del rompecabezas hubieran encajado de una vez por todas. De hecho, lo único que lo hacía estar intranquilo era la mirada que le veía a Ana. Sin luz. Una mirada ausente, lejana, que dejaba entrever una tristeza profunda.