A veces cuesta reconocer que en determinados días o mejor dicho, en determinados momentos, empezaríamos a correr y no pararíamos. Cuesta aceptar que por muy fantástico que te parezca ser madre, hay momentos en que tirarías la toalla, dirías «hasta aquí, no puedo más, no sé hacerlo mejor», y volverías a correr. Los hijos tienen la maravillosa y sorprendente capacidad de sacarte de quicio. Sólo el tuyo sabe hasta dónde estirar la cuerda para que llegues a ese punto donde no te gusta nada llegar: al de enfadarte, al de hacerte cuestionar todo lo que haces, todo lo que has hecho, todo lo que vas a hacer… Sólo tu hijo sabe tocar esa tecla que te remueve por dentro hasta tal punto que te hace pensar cosas del estilo «esto no lo aguanto, yo no lo soporto más, no sé qué hacer contigo, soy muy mala madre, esto es un desastre, no sirvo, me voy, lo dejo!». Como si esto de ser madre o padre pudiera ser algo como para «dejarlo»! 😉