Toda la vida he estudiado en escuelas públicas. Recuerdo cuando cursaba EGB en una clase de 30 alumnos y algunos años incluso 32 niñ@s en el típico pupitre incómodo con un cajón debajo de la mesa donde guardábamos los libros que no necesitábamos.
Recuerdo el afán de mis profesores en hacernos memorizar lecciones enteras de naturales o de historia… Muy divertido, todo. Recuerdo que los menos estudiosos, los que se aburrían más, los que «molestaban» más, los ponían sentaditos de media clase hacia atrás. Sólo en caso de que entorpecieran enormemente el ritmo de los demás, obligaban alguno a sentarse en primera fila y, como castigo, tenía que escuchar la lección entera en el «palco de honor».
Recuerdo más adelante, una clase igual de apretada en el instituto, y a partir de los 18 años, y ya en la Universidad, una clase inmensa con un centenar de alumnos dentro. Por suerte, con el paso de los días y con el aumento de las «campanas» habituales en estas etapas de la vida, el número de estudiantes iba bajando y la convivencia en aquellas aulas se hacía un poco más cómoda.
Desde entonces hasta hoy las cosas habían mejorado. Pero el espejismo ha durado poco. Un buen día a alguien se le ocurrió aumentar el número de alumnos por clase, aquella palabra tan fea de «ratio». O sea que en vez de mantener o mejorar lo que hasta ahora se había conseguido en la escuela pública, lo que haremos (en cuestión de número de alumnos por clase) es aumentarlos. Desde P-3 en adelante… porque, como he oído algunas veces… «Nosotros también éramos muchos en clase y no pasaba nada». ¿Que no pasaba nada? ¿Pero que hemos perdido la memoria? ¡Y tanto que pasaba!
Pasaba que el profesor no podía atender las necesidades de la gran mayoría de alumnos. Pasaba que éramos demasiados, que costaba más seguir una clase, que muchas veces, aquello era un guirigay. Pasaba que el profesor o maestro se histerizaba con tantos alumnos, con tantas demandas diferentes, con tantas preguntas… Pasaba que aquello no era sostenible, pero era, simplemente. Pues bien. ahora volverá a ser.
Y lo acato, como la mayoría. Manifestándome el próximo martes como muchos padres y madres, que parece que poco más podemos hacer. Pero que no me cuelen que no pasa nada, porque lo siento, ¡sí que pasa!
En septiembre nuestra hija comienza la escuela y me pregunto cuántos niños habrá en clase, cuántos serán. Veo la perspectiva de los maestros que deberán atender aún más niñ@s por aula, cobrando menos y haciendo más horas, y tengo miedo de que el desánimo, el malestar y la indignación acabe afectando (de alguna manera) los niñ@ que no tienen ninguna culpa.
Espero que la gran mayoría sientan la vocación por encima de todo y a pesar de que los tiempos sean difíciles, sigan siendo buenos profesionales. No sé cómo debe ser atender un aula con 25 niñ@ de 3 años. No me lo puedo ni imaginar… y sí, claro, los niñ@s se espabilan, como hemos hecho todos al fin y al cabo, pero me entristece pensar que una vez más, ellos pierden.
Y desengañémonos… si ellos pierden, todos perdemos. Tanto si somos padres como si no. Si los niñ@s de hoy pierden… los adultos de ahora y de mañana… también.
Un comentario
Totalment d’acord amb tu. Sembla que no som conscients del que representa exactament. L’augment de ràtios més per l’augment d’hores de classe dels mestres vol dir que hi hauran menys reforços, menys desdoblaments, en definitiva, menys possibilitats de tenir un grup reduit d’alumnes a l’aula. Està clar que serà una prova pels mestres…jo avui ho veig molt negre. M’agradaria dir-te que els mestres no ens desanimarem i que continuarem posant la mateixa il·lusió davant dels nens i nenes que rebem cada any però no ho tinc clar…