24.5.2011
Este texto, aunque lo parezca, no tiene nada que ver con el embarazo. Siempre he creído que después de parir a una criatura, aunque el parto haya sido plácido y maravilloso, hay un día en que todo vuelve de golpe. Todas las emociones, las alegrías o tristezas, el cansancio, el miedo… de aquellas horas en que dimos a luz a nuestro hijo/a. Hay madres que lo «reviven» a los pocos meses, pero hay otras tardamos un poco más, como yo, que no entré en la boca del lobo hasta los 9 meses de haber parido.
Cuando acabamos de parir todo pasa muy rápido. El parto no es un final, sino que es el punto desde donde empieza todo de nuevo: una nueva vida, una nueva familia, una nueva situación a la que nos tenemos que adaptar y cuanto más rápido, mejor. Son días en que, aunque se parezcan mucho los unos a los otros, vamos a la velocidad de la luz, aprendiendo, sintiendo, viviendo, experimentando, sufriendo y alegrándonos de situaciones desconocidas hasta entonces para nosotros. Y si algo no tenemos en ese momento de adaptación al cambio es tiempo. Tiempo para parar, tiempo para digerir, tiempo para integrar.
Si habéis leído «MI PARTO» sabéis perfectamente que no fue lo que yo me imaginaba que sería. Pero me recuperé más o menos rápido físicamente y también anímicamente. Recuerdo que durante los meses siguientes me sentía feliz casi durante todas las horas del día. La lactancia era fácil y plácida, y todo iba sobre ruedas. Abandoné el reloj, las expectativas y me dediqué a criar a mi hija, sabiendo que era lo mejor que podía hacer en ese momento y sabiendo que era lo que mi instinto me reclamaba. Por eso no tuve ni tiempo ni ganas de meditar sobre mi parto. Pero la vida, que es más sabia que nosotros, pensó «tranquila, ya te encontraré alguna oportunidad para hacer la parada en el camino» y al cabo de 9 meses, un buen día, ZASS, regresó.
Una amiga íntima estaba de parto y este evolucionaba exactamente igual que el mío. Yo estaba muy pendiente y la ayudaba como podía, pero sin poderlo evitar, la angustia se fue apoderando de mí, poco a poco pero con fuerza. Llevaba horas y horas de contracciones pero la dilatación no avanzaba, igual que yo. Recuerdo que ingresó en el hospital y a mí el corazón me iba a mil, casi sin saber ni por qué. Sufría por ella y sufría por su hijo, no lo podía evitar, no podía confiar. Mi hija dormía la siesta y me senté en el sofá. Pensaba en ellos y sólo me venía a la mente una cosa; «que nazca, que nazca, que nazca…«. Me angustié tanto que no podía ni llorar y me di cuenta de que necesitaba a alguien conmigo. Mi compañero estaba en el trabajo y llamé a mi madre, deseando que no estuviera trabajando y que pudiera descolgar el teléfono. Tuve suerte y lo hizo. «Dime«. Silencio. No me salían las palabras. «Dime?» «Necesito que vengas«, conseguí pronunciar. Al cabo de nada estaba en casa. Abrí la puerta, la vi y le dije: «¡Le está pasando lo mismo que a mí!» Y me desmonté. Empecé a llorar como hacía tiempo que no lloraba, con un sentimiento de dolor que me había quedado atrapado dentro, almacenado en mis células que recordaban, perfectamente, el dolor que sentí durante las horas de confusión, las horas en que parecía que todo iba mal. Poco a poco, mientras lloraba, me di cuenta de que el parto de mi amiga me estaba haciendo revivir toda la angustia que sentí durante mi parto, y me daba la oportunidad de curar unas heridas cerradas con prisa. Una oportunidad llegada a los nueve meses que me permitió llorar, hablar, integrar y liberar todo aquel sufrimiento. Fueron unos días dolorosos, que me costó atravesar, un proceso que no me esperaba justo en ese momento, aunque algo me decía, que algún día, tenía que llegar.
Cuando me reencontré con mi amiga y su hijo, nos miramos, y lloramos juntas. No tuvimos que decir nada, ni una palabra fue necesaria. Ella sabía que yo entendía perfectamente y profundamente hasta qué punto había sufrido. Y yo sabía que ella entendía del mismo modo hasta qué punto había sufrido yo en el parto de Laia. Llorando, abrazándonos, mirando nuestros hijos cogidas de la mano, nos fuimos curando mutuamente un poco las heridas. A pesar de tristeza, me sentía feliz de que la vida me hubiera dado, a través de ellos, la posibilidad de hacer las paces conmigo misma, con mi cuerpo y más allá… con la vida.
6 respuestas
Siento que tuvieras que pasar por algo tan fuerte, pero veo que tú también lo eres. Te admiro. Gracias por compartirlo, muchas mujeres sienten lo mismo y quizá no saben canalizarlo. Besos.
Gracias! Un beso.
Preciós Míriam!
Gràcies!!!
Te entiendo bien. Yo también lo pasé mal algún tiempo después de mi parto. De hecho todavía lo tengo ahí guardado todo en un rinconcito y aun no lo he contado en mi blog, porque temo que al hacerlo resurjan los fantasmas. Aunque paradójicamente una de las cosas que me llevaron a crearon fue la necesidad de contarlo y enfrentarme a ello, como terapia para superaron del todo. Un abrazo
Un post molt emocionant, m’ha fet recordar tot el treball k vaig fer amb la teva mare per poder acceptar l’arribada de la Berta, la meva segona filla. Tenia tant dolor i tanta por de tot el k vaig viure amb el part de Jan k no podia acceptar k tornava a estar embarassada
Sí, Diana… és una cosa que penso a vegades; si mai em torno a quedar embarassada, em vindrà tota la por de tornar a passar pel mateix? Espero tenir-ho tot ben integrat, perquè això no passi, i el vincle amb el segon fill no sigui difícil. Ja t’ho explicaré! 🙂