Atravesar la enfermedad
El jueves de la semana pasada empecé a encontrarme mal. Ya estaba afónica, tenía dolor de garganta y malestar, aquel dolor de huesos que parece que te hayan dado una paliza. Laia estaba estupenda y seguir su ritmo se me hacía difícil. El viernes por la mañana me quedé en la cama y por la tarde fui a trabajar, aunque todavía no estaba del todo bien. Pensé que no pasaría nada, que seguro que ya iba de baja. Cuando llegué a casa me sentía muy cansada y no me acababa de encontrar bien, pero pensé «ahora ya podrás volver a descansar». Al cabo de un rato, toqué a Laia y la noté hirviendo. Ella estaba pletórica: contenta, activa… pero con fiebre. Estaba a 38 y medio.