¡No la soporto!
La habitación de hospital era pequeña, casi no cabían. Lidia había parido, por suerte, de madrugada y la familia había tardado en llegar tres o cuatro horas que le habían parecido caídas del cielo, tanto a ella como a Martín su marido. Habían podido estar solos, los tres. Pau había pesado 3,530 después de un parto que a esas alturas a Lidia aún le parecía «normal». Estaba cansada, con ganas de sentirse con más fuerzas. Se sentía rara, no sabía muy bien cómo coger aquel hijo que era suyo, ni cómo darle el pecho, ni cómo cambiarle el pañal…